Es la fiesta más importante de la fe católica. La más hermosa. La más pura. La más colosal. La Semana Santa es incluso más importante -para los católicos romanos- que la Navidad. Porque es verdad que el Nacimiento del Redentor es una gran noticia. Pero su Resurrección es una noticia sin parangón. Cristo ha vencido al Demonio, ha vencido a este mundo, ha vencido a la muerte.
La gente suele irse a la playa, o a la montaña, pero mi costumbre es hacer una Semana Santa genuinamente católica. Todo comienza el Domingo de Ramos, cuando se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, montado en un burrito. Ese día se hace la bendición de las palmas, y, acá en Venezuela, existe la tradición de hacer una cruz con la palma. En el Municipio Chacao, los palmeros bajan desde antaño, camino abajo desde el cerro El Ávila.
Lunes y martes santo, son días para los vía crucis. Todo templo que se respete, debe tener sus estaciones, que evocan el Calvario de Jesús. En cada estación se hace una oración, se canta algún salmo, cruz en mano, los feligreses en rigurosa procesión. Se desestima a menudo el lunes y martes santo. Los vía crucis son de mis cosas preferidas en estas fechas. Es vivir en miniatura la Pasión de Cristo.
El miércoles santo, pone fin a la Cuaresma –que comienza con el Miércoles de Ceniza, y es tiempo de penitencia, de oración, de mirar hacia adentro-, y da formal inicio a la Semana Santa, en rigor. En Venezuela es el Día del Nazareno, una devoción popular hondamente acendrada en el corazón de los fieles. Es el día en que Judas se reúne con el Sanedrín, para pactar la venta de su maestro, Jesús.
El jueves santo abre el Triduo Pascual. La santa Madre Iglesia celebra la primera misa, es decir, la Última Cena, cuando Jesús se reúne con sus discípulos para preparar lo que venía. “Haced esto en conmemoración mía”, dice Jesús. Dicen que Judas es el primer católico en irse rápido de la misa. Queda instituida la Eucaristía, o sea, la cima de la fe católica. “Comulgar es más que ser vidente”, ha dicho María, a las videntes de Medjugorje (Bosnia).
El viernes santo es una de las fechas más importantes para la vida cristiana, y católica en particular. Es el día en que Jesús es clavado en la cruz, contado entre los ladrones. Ese día muere Cristo. ¡Muere Cristo! Antes que fuera engendrado el orbe de la Tierra, ya el Padre había amado a Jesús de manera indecible. Y sin embargo, ¡Cristo duda!, cuando dice: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Es uno de los más herméticos misterios de la fe.
El viernes santo la Iglesia manda guardar ayuno y abstinencia de carne. Ese día se hace adoración de la Cruz, pero antes el sacerdote oficiante se postra frente al altar, que debe estar despojado de todo mantel, de todo adorno. Se lee todo el relato de la Pasión, según San Juan. No hay música, no hay campanadas, es el día más duro de la Semana Mayor, tocado por un halo luctuoso y de dolor.
El sábado santo, la oscuridad del día anterior queda sepultada. Estamos en víspera de la Resurrección. Por esto, se hace la vigilia Pascual, que comienza con la bendición del fuego, a la entrada de cada templo, seguido de una santa misa. El fuego representa la luz de Dios, que brilla en el corazón de cada bautizado. Sigue siendo un día luctuoso, en cierto modo, pues Cristo desciende al Abismo, pero ya tenemos la certeza de su Resurrección.
Y entonces llegamos al día de gloria, por excelencia: El Domingo de Resurrección. Lenny Kravitz tiene una hermosa canción en la placa Circus, llamada The Resurrection. Ahí dice: “La resurrección está acá, para quedarse”. Es la línea más importante de la rola, porque de eso se trata la fe católica: no moriremos para siempre, tenemos vida eterna en Cristo, y la tenemos ya, hoy mismo.
¡Estamos ante la fiesta central de la fe católica! ¡Se ha roto toda cadena! ¡Esta es la libertad, con la cual Cristo nos ha liberado! La misa de Domingo de Resurrección, suele abarrotar los templos, porque la gente que no fue a misa en todo el año, busca ese día saldar la deuda. Y la verdad, los católicos practicantes, nos hemos preparado durante todo el Año Litúrgico, para esa inmensa fiesta. ¡Domingo de Gloria!
Una semana después, es decir, el domingo siguiente a la Pascua Florida, la santa Madre Iglesia celebra la Fiesta de la Misericordia. Todo aquel que se confiese, y comulgue este día, recibe perdón total de sus pecados. Tú dirás que una villita en Porlamar, scotch mediante, una buena hembrita y bastante langosta, son la forma ideal de tomar el asueto. Pero no. Créeme que no.
Cristo no vino a hacer turismo. Vino a entregar la vida, por ti y por mí. Dice Raniero Cantalamessa, uno de los teólogos más solventes del Vaticano, que “si Cristo padeció, el Padre compadeció”. No te hagas la vista gorda. No tomes el camino más fácil. No te amoldes a la mediocridad reinante.
Cristo está en lo más alto de la Capilla Sixtina, pero puedes hablar con Él en cualquier esquina. El flaco es “uno de nosotros”, como dice aquella canción de Joan Osborne. ¡Cristo te ama! ¡Cristo vive! ¡Es Dios de vivos, y no de muertos! ¡Resucitó!