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Keila Vall
Keila Vall - ViceVersa Magazine

The Flash

Cuando un niño muere por las ideas de alguien más,

la idea misma se acaba, pierde todo sentido.

Fanny Howe.

En la primera página del libro de poemas y ensayos El ojo de la aguja, atravesando la juventud (The needle’s eye, passing through youth), Fanny Howe escribe: “Dedicado a los Niños”. No se trata, como se verá pronto, de una ofrenda optimista, ni deferente. Si hay dulzura en el homenaje, se trata de una compasiva y alerta, nace del reconocimiento de lo infantil como fuente compleja de identidad, y del pasaje a la juventud como intersección entre la maravilla y el horror.

En la página siguiente a la dedicatoria, la autora advierte:

“Siempre estoy errada”.

Ambos epígrafes son El ojo de la aguja, traspasan un tapiz de devenir asombrado y conducen a la lectora del libro entre profundidades y superficies de forma, lenguaje y referencias muy variadas. Howe atraviesa poemas y ensayos, imágenes y textos de temporalidad y procedencia muy diversa: fábulas, fragmentos poéticos, textos filosóficos, referencias noticiosas e históricas, para reelaborar la historia –alterna– del pensamiento occidental, para establecer una narración originaria del pensamiento místico, de la memoria o lo que resulta igual de la mirada, y también de la violencia. Muy pronto, la infancia aparece iluminada, sensible y abierta. Y la adultez, marcada por (y responsable de) el mundo político y social histórico: se descubre un daño, una pérdida, condenada al error.

Todo nace del ojo de una aguja, advierte Howe citando el poema de W.B. Yeats así titulado. Lo que ha nacido y lo que ha muerto, también pasa por ese milimétrico ojo. El ojo que ve, la “O” de esa aguja. Lo que sufre y lo que asesina, también pasa por ese milimétrico ojo. Explicar el poder frágil pero indudable de quien ve, y aceptar la masividad del sistema contra quien con la piel muy fina puede ser atravesado y finalmente lo es. Explicar el terror en el mundo desde esta ecuación desigual. Con “El ojo de la aguja: atravesando la juventud” Howe se aproxima intelectual y espiritualmente a una historia global inescapable.

Cada ensayo o poema en este libro funciona por sí solo, y a la vez está atado al siguiente por imágenes muy concretas: la celda, el convento, la guerra, el barrio, el mártir. La flor, el mar, el amor, el viaje y la aventura. Los hilos conectan los textos y convierten la obra en un único ensayo, que sí, va diluyéndose. Va deshaciéndose en las manos, se va perdiendo, termina en un zumbido, en las moléculas de las flores vibrando ante el sonido del cello: las abejas al acercarse. Las rocas, explica Howe, están vivas también. Reelaborando a la mística Simone Weil advierte: “Estamos conectados sobre un tapete que como el mar da la impresión de movimiento hacia algo, pero que es realmente un cuerpo maternal de materia”.

Howe aborda la natural e inevitable cercanía entre infancia (vacía o ligera, flexible, porosa) y experiencia espiritual. Los niños, además de más receptivos, también parecen ser más audaces. Al menos en apariencia tienen menos qué perder o prefieren perderlo que verse encadenados a una lógica que pronto se vislumbrará traicionera. Así, la diversidad prodigiosa de referencias cuidadosamente enhebradas ofrecen miradas diversas a lo innato, al sustrato natural de la experiencia espiritual, al feroz poder de lo pequeño, de lo marginal, pronto aplastado, sobrepasado, por la adultez, por la masiva inequidad social y política.

Justicia y verdad aparecen también ligadas a la infancia; en un mundo justo, el niño puede no apresurarse en crecer. Dice Howe: la violación es el ritual de pasaje clásico, de la infancia a la adultez. Es la bienvenida arquetípica al mundo. De prolongarse esa cápsula que es la infancia, se mantendría no sólo la pureza sino su potencia, se instauraría el niño médium audaz. Pero el mundo no es justo. La (no)cápsula pronto se fisura; la candidez jovial herida por la injusticia y el error de un sistema que haciéndose incuestionable escandaliza, violenta, se convierte en humus delincuencial. Con la adolescencia nace el heroísmo transgresor. Los seres periféricos quienes receptivos a la experiencia mística o a la mirada clara abren los ojos, se descubren, una vez inaugurados en el mundo “real”, encandilados por el horror. Se vuelven sus actores, se desplazan hacia el foco y quedan condenados a la ceguera rabiosa, militante, a ser artífices del horror. Se rasga el margen, se instaura el centro. El mundo desigual se convierte en navaja, y el pasaje hacia la adultez en pasaje hacia la consternación.

Si se ubican experiencia mística y violencia cada una en un extremo del mismo hilo tenso, la memoria y la mirada son el ojo de la aguja, y cada puntada es una nueva vuelta, una nueva oportunidad para encontrar a Dios, o para morir el hombre, que sólo manteniendo vivas las cualidades marginales que lo acercan a la infancia, puede seguir viendo sin buscar. Cada puntada acerca peligrosamente los dos extremos de un único hilo.

A lo largo del libro, la fábula de unos jóvenes dispuestos a todo por defender la verdad y la libertad, vagando en un mundo sin adultos, llevando el Q’ran como mapa geográfico, se da la mano con una película Uzbeka, que narra tal episodio junto a la visión de unos pájaros negros de cola larga y pesada, heraldos de la violación y el asesinato infantil. El invasor turco Tamerlan da una puntada a la compleja y precipitante tela, para regresar amenazante, aguja penetrando el cosmos con los hermanos Dzakar y Tzarnaev (también de apellido Tamerlan), terroristas del maratón de Boston en 2013. Uno de los jóvenes terroristas la conduce a Poe, a un poema de Poe sobre un guerrero del mismo nombre y su decisión de lanzarse al vacío que es el mundo, en vez de quedarse a salvo junto a la joven amada. Entonces Howe vuelve a Boston, a la guerra en Afganistán, a la imagen de cinco bebés afganos enrollados como crisálidas, asesinados en un bombardeo de la OTAN, cinco días antes del ataque al maratón. Le sigue una colina de bebés asesinados. Pespunteada violenta. Ojo de la aguja implacable.

The eye of the needle. Movimiento circular ad infinitum. También la aguja se quiebra intentando ineficaz traspasar dos superficies negadas a la unión. Pero el recorrido vertiginoso y filoso no se queda allí, de los clavos dentro de la olla de presión en la bomba en Boston, Howe pespuntea página a página los clavos en los pies del joven San Francisco de Asís, las migrañas que Weil describió como agujas en su cerebro y que a pesar de coartar su obra, de cegarla, valoró como evidencia de su conexión con Dios. El ojo de la aguja, la “O”, The eye of the needle, ese centro a través del que todo pasa, que todo lo conecta, más eficiente en tanto menos busca mirar. Citando a De Certeau, Howe recuerda que ver a Dios supone no buscar, no desear, no-ver. Nos recuerda que por el orificio de la aguja, sin deseo, se conectan los tiempos, Dios, la luz, y el color. Se ve sólo sin conciencia. El ojo de la aguja es ciego.

Un pensamiento

Regresar a la infancia: quedar sin palabras.
la frontera entre el Edén y el Cielo.
Tierra y nube

Vaciada de sí misma, cada imagen perderá poco a poco su definición.

Un infante en el Purgatorio aún lleva envuelta en pañales su cabeza
¿O es eso tendido en el suelo, la luz del sol?

Intentamos domesticar a nuestros espíritus como niños.
Los perseguimos y castigamos hasta convertirlos.
Pasamos la vida intentando liberarlos de nuevo.

A Thought
To return to infancy: to be without speech.

The threshold between Eden and Heaven.
Ground and cloud.

Hollowed out, each image will lose its definition bit by bit.

An infant in purgatory still covers her head with swaddling
Or is it the sunlight lying on the floor?

We try to domesticate our spirits like children.
We chastise them until they change.
We spend our lives trying to release them again.

Pasar la vida intentando liberar el espíritu constreñido, intentando quedar sin palabras, buscando diluirse. No hay objetos al otro lado, solo nubes de vapor informes colores que armonizan musicalmente… ¿Quién me encontrará al otro lado? ¿Quién me esperará al otro lado para probar el error en lo que digo? ¿Alguien que nunca me amó? Con esta obra magistral cruza la autora al otro lado, atraviesa el tapiz silenciando su verdad, cegándose, con palabras de San Francisco de Asís:

Lo que buscamos, es lo que nos ve.

Así cierra el libro.

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