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Keila Vall

The Flash: Maneras de irse

Con este libro, Ricardo Ramírez Requena (Ciudad Bolívar 1976) pone sobre la mesa un momento de la historia venezolana, y un momento en la biografía de un hombre. Unificando patria y sujeto, nos habla de una periferia constitutiva, de una condición de fragilidad antigua.

En las últimas décadas los venezolanos nos hemos descubierto fisurados, hemos comenzado a reconocernos en contraste y en pugna con un otro que somos nosotros mismos. Esta certeza transita de página a página en Maneras de irse, que ilumina sobre la extranjería y la extrañeza, el resentimiento y el reclamo ante la experiencia de los bordes, y que a la vez, es irrigada por la aceptación de esa condición marginada, ya sea manifiesta en el irse, en el desplazamiento; o en el quedarse, en la tranza por sobrevivir.

Pero circulares en el libro –y con “circular” evocamos la acepción de la palabra en cuanto movimiento, fisiología y geometría- no son sólo el gentilicio quebrado o el momento histórico convulso, la expulsión y el viaje, sino la experiencia íntima, individual, del ser reconociéndose tramado por un sistema en decaimiento, y en falta, en virtud de su condición humana. En efecto, este libro también es síntoma de un momento biográfico: el de quien haciéndose adulto, reconoce su propia finitud. Todos estamos siempre yéndonos. Más cerca del irnos que del quedarnos.

Un verbo directo, por momentos más cercano a la prosa y lo cotidiano, es uno de los elementos a través de los que Ramírez Requena, desde una lucidez afilada, nombra lo que se va, lo que se transforma y decae o desaparece -las maneras de irse– con elegancia y contención. Ese verbo simple y contundente, el del paseante que comunica lo visto, sin vueltas ni rodeos, el que denuncia la realidad y la recibe sin resistencias pero eso sí, nombrándola por su nombre, permite traspasar la membrana, volverse liminar, y desde el otro lado ver mejor. Cuando Ricardo está, se ha ido, ve las cosas desde fuera. Cuando Ricardo se ha ido, vuelve: escribe cartas que lo regresan.

Tal como los títulos de sus primeras tres partes sugieren: “Movimientos”, “Diásporas”, y “Postales”, el libro está hecho de fluidez y espera. Sus “Adendas” reciben aquella circulación de pasajes, tickets, memorias y miedo ante la partida inminente; salvan al hombre ante lo incierto.

De esta forma, Maneras de irse muestra la fisura y la incertidumbre a través de imágenes asociadas a:

1) La transitoriedad. El paso del tiempo, el debilitamiento de lo humano, el desplazamiento, el decaimiento, la muerte. Esta irrigación renueva el imaginario de la caducidad. Un buen ejemplo ofrece por ejemplo “La Vigilia”, poema que con la noche como sinfín avisa: poco enseña tanto como el viaje y la enfermedad… y más adelante: somos un espejo que refleja enseñanzas… Estoy volviendo a mi propia danza. Ramírez Requena comprueba que cuando hemos visto el río pasar los sentidos se agudizan, las cosas de la vida (y de la muerte) toman un sentido y un peso alumbrados, y se vuelve a la cuna desde donde la decadencia se instaura en milagro.

2) La ciudad. Lo procedimental caraqueño. Las prescripciones y prohibiciones que deben seguir sus habitantes para sobrevivir la urbe en sentido real y figurado; pero también los momentos de luz que ella ofrece, o que ofreció y desde la memoria nos integran. El poema “Velares”, por ejemplo, ofrece otra mirada al tiempo como movimiento. De la noche a la madrugada y el día después, marca las horas a partir del ritmo litúrgico de los monasterios, para dejar colar latente la inquietud civil y la inseguridad. Desde la súplica y la custodia, divide como las hojas de una bisagra la noche y el día. De un lado la tradición del cuido y la devoción, al otro, lo jovial como posibilidad y riesgo en una ciudad violenta. Ramírez Requena se asoma a ambos paisajes y pide por los muchachos que se han atrevido a salir: Tráelos completos hasta el alba, suplica. También “Ciudades” o “Postal desde Rajatabla” recorren lugares y tiempos icónicos para los caraqueños, visita lo que fuimos y podíamos haber sido: lo que de cualquier modo, nos constituye.

3) La transa. La aceptación, que no la sumisión. Maneras de irse continuamente nos recuerda el quebranto padecido por el enfermo que se alista para salir, porque la vida sigue, la vida no espera. Hay una serenidad que otorga la amargura, afirma Ramírez Requena en “La ceguera”: Hay un canto de cigarra y luego el cesar y el templarse en la espera… sabemos que el que suelte su amargura pierde. Solo el silencio la resguarda.

4) El amor como fragilidad y como posibilidad. La ciudad en femenino y el amor materno o conyugal son también imágenes del cobijo quebrantable. En “Maneras de irse” leemos sobre una despedida cíclica y una amenaza: Las amigas de mi madre se han ido muriendo, afirma reconociendo la pérdida inminente, para luego en “Cuerpo de mujer”, o “Duermevelas” ofrecer una visión resucitada. ¿Qué tendrá que venir? ¿El adiós a los nuestros? ¿Las visitas en diciembre, escapando de muchos inviernos?… pregunta el amante compungido por la crisis política y social a su mujer, adivinando una migración, para luego concluir: Mañana debe venir el camión de las verduras y las frutasPara cuando venga, cielo mío, si ha de venir, seremos un solo abrigo. Expectante termina este libro, y lo hace pacificando al lector luego de un viaje que acelera y recoge, que expande y contrae, como el latido, como la circulación de aquellos fluidos entrañables, reflexivos, constitutivos del ser.


Ricardo Ramírez Requena es Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, librero y profesor universitario. En 2011 y 2013 resultó finalista en el Premio de Cuentos de la Policlínica Metropolitana. Con la obra Constancia de la lluvia. Diario 2013-2014 obtuvo el premio Concurso Transgenérico, auspiciado por la Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana. Su poemario Maneras de irse obtuvo una Mención especial en el I Premio de Poesía Eugenio Montejo (2011).

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