Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Roberto Ponce Cordero
viceversa mag

The Civil War That Might Be: Sobre la historia del futuro

Hace poco me preguntaron, en una conversación informal, si yo creía que era posible que Estados Unidos vuelva a sufrir una guerra civil o, por lo menos, se divida en varios países, así fuera por vía pacífica. Recalco aquello de que se trataba de una conversación informal porque, si hubiera sido un panel académico o alguno de esos espacios más reglamentados, y por lo mismo más tendencialmente hipócritas, de la vida social, hubiera contestado que no, tajantemente… y lo hubiera salpicado, por supuesto, con datos y relaciones de las condiciones objetivas que hacen improbable, por no decir virtualmente imposible, que el imperio estadounidense colapse así, de golpe, como si fuera una Unión Soviética o, peor, como si fuera una Yugoslavia más.

En el marco de una conversación informal, sin embargo, me permití otras consideraciones. Me permití decir, por ejemplo, que vaya, que no creía que estuviéramos, ni mucho menos, en los últimos estertores de la hegemonía norteamericana, así como que veía más bien difícil que las indudables tensiones que hoy en día separan a los diversos sectores de la sociedad de los Estados Unidos pudieran llegar al punto de quiebre que justificaría una toma de armas consciente y deliberada de poblaciones enteras contra poblaciones enteras, por no decir de ejércitos contra ejércitos, que es lo que, al fin y al cabo, sería una nueva Civil War.

Entendámonos: el dominio absoluto de los U.S. of A. dejó de serlo –es decir, dejó de ser “absoluto”– más o menos desde cuando se proclamó que lo era; el famoso fin de la historia de Fukuyama, seguido, como no podía ser de otra forma, por tanta, tanta historia. Del 11 de septiembre para acá, de hecho, ha ido siendo cada vez más y más erosionado por diversos desarrollos geopolíticos (empezando por el meteórico resurgimiento de China y siguiendo por el yucazo colectivo de América Latina y el pantanal de ilusiones supuestamente “democráticas” del Medio Oriente), así como por la propia decadencia del sistema de gobernabilidad gringo que ha llevado, de manera muy sorprendente –pero acaso no tanto tampoco– al harakiri de la elección de Donald Trump como “presidente”. Pero, como todo historiador del pasado sabe, de la decadencia a la caída hay mucho trecho. Puede haber décadas (ya no siglos) de trecho…

Asimismo, creo que para nadie es un secreto que, en proporción, la población de Estados Unidos está armada hasta los dientes, cosa que, encima, se agrava porque son precisamente las capas más, ¿cómo decirlo?, ¿beligerantes?, ¿trasnochadas?, ¿trigger-happy? de dicha población las que concentran también el mayor número de armas en manos privadas (el descomunal arsenal estatal norteamericano, que supera por varios órdenes de magnitud al de los otros países industrializados, juntos, es otro problema, de por sí). Pero una cosa son las escaramuzas entre ciudadanos más o menos ideologizados, o farsas como la milicia oregoniana de los Bundys, o tragedias como los frecuentes actos terroristas de militantes masculinistas blancos que son conocidos, en general y de manera bastante eufemísitica, como tiroteos masivos, y otra es una guerra civil con bandos militarizados y con una ruptura sensible del tejido social y de todas las estructuras que lo mantienen en pie. De eso estamos lejos, más claro, muy pese a Sandy Hook, a Orlando, a Aurora, a Columbine (la lista es tan larga)… muy pese a Trump.

¿O lo estamos? A mi interlocutora, yo le decía que, en el caso de la Guerra Civil Norteamericana del siglo XIX, el conflicto se veía claramente venir desde por lo menos cuatro décadas antes de que, en 1861 (o en 1859, con la acción paramilitar de John Brown), se peguen los primeros tiros… ya en 1820 se había llegado, por ejemplo, al patético compromiso de Missouri, en 1831 había tenido lugar la rebelión de Nat Turner, en 1850 se había llegado a otro “compromiso” (que era más bien un armisticio adelantado) entre esclavistas e industrialistas y en 1854 se había llevado a cabo una prueba general de guerra civil en el Bleeding Kansas. La mesa estaba puesta, en 1861, para la carnicería.

Pero, por supuesto, ¿qué hubiera dicho yo si hubiera sido una persona razonablemente pensante e informada en, digamos, 1852? Independientemente de mi orientación política, de mi posición en la estructura socioeconómica, de mis fidelidades regionales y de mi interpretación personal de la Biblia y de la ética, ¿hubiera estado realmente en capacidad de imaginar que, en menos de diez años, medio país estaría combatiendo a bala limpia al otro medio país, y todo a golpe de cientos de miles de muertos y millones de heridos y damnificados (en la Civil War hubo, en números absolutos, ya no digamos proporcionales, más bajas para Estados Unidos que en las dos guerras mundiales juntas)? Todo eso que yo veo ahora como un sendero tan claro de errores, bestialidades y decisiones conscientes –no pocas veces también bestiales y, en retrospectiva, parcialmente suicidas– que llevaron a la mayor conflagración bélica de la historia del hemisferio occidental, lo veo como tal por la distancia histórica, sin duda. Como dicen los alemanes: hinterher weiss man immer mehr. Después del hecho, todos somos más pilas.

Lo que me lleva a la reflexión que, en rigor, no debería dejarme dormir: ¿no será que esa robustez que sigo viendo en la sociedad norteamericana, hasta ahora capaz de sobrevivir a Trump (¡han pasado cinco meses y no se ha acabado el mundo! De veras una razón para celebrar…), es un espejismo provocado por la inercia y por el más puro reflejo de negación? El entramado democrático de Estados Unidos, tan indiscutible en el discurso fundacional de la city upon a hill y, a la vez, siempre tan discutible en su política interior y exterior, ¿será más frágil de lo que parece… incluso a nivel discursivo? Yo sí creo que las décadas del backlash contra el feminismo y la plétora de movimientos emancipatorios de los sesenta y setenta del siglo XX del que hablaba Susan Faludi (el backlash que se dio de 1980 para acá, años más, años menos) han afectado profundamente al país y lo han llevado a una decadencia temprana en el concierto mundial. ¿Será posible que el descenso al oscurantismo, representado por ese backlash, llegue a su conclusión lógica y fratricida? ¿Será posible que la resistencia al descenso deje de ser proverbialmente ineficaz y cobarde y se convierta en un bando temible en una guerra civil hipotética cuya envergadura no ha visto la Tierra jamás?

Un historiador del año 2117 a lo mejor diría, como yo digo de la Guerra de Secesión, que la guerra civil hipotética se veía venir desde hace décadas… cincuenta años, lo menos. A más tardar desde que en Estados Unidos la violencia política se tomó las calles y se llevó a presidentes, candidatos, activistas políticos, líderes comunitarios y hasta a cantantes y estrellas de pop (en esta historia imaginaria futura, John Lennon es una baja del backlash). La elección de Trump, en ese sentido, representa lo mismo que la de Lincoln (¡son del mismo partido, por más asco que dé decirlo!), en esta historia ojalá alternativa: la última gota que derrama un barril que está en ebullición desde hace tiempos y cuyo desborde ya nadie propiamente provoca, ni siquiera Trump (ni Lincoln), sino que… shit happens. La historia siempre se repite, primero como tragedia y luego como farsa, bla bla. El signo de esta guerra aún imaginaria sería distinto al de la del siglo XIX, claro, ya que sería más del interior contra las costas de Estados Unidos, o más probablemente incluso del campo contra la ciudad, que de una región geográfica como el Sur contra otra como el Norte, pero la brutalidad posible sería, luego de todos los “avances” del siglo XX, sin duda mayor. Para empezar, siempre estaría en juego la sobrevivencia del mundo, por eso de las bombas nucleares. Thanks, civilization (barbarie)!

¿Es posible una guerra civil y un desmembramiento de Estados Unidos, entonces? No sé, yo a mi interlocutora le dije que no. Pero recuerdo que ella misma me preguntó, a finales de 2015, si era posible que Trump llegara a la presidencia de los United States of America, nada menos… y yo le dije categóricamente que no.

Lo argumenté muy bien, por cierto, empapado como estaba en mis lecturas de Salon, Slate, Vox, Esquire, The New York Times.

Como historiador del futuro, en otras palabras, me muero de hambre.

Hey you,
¿nos brindas un café?