Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Roberto Ponce Cordero
viceversa

The Birth of a [Divided] Nation (III): Sic semper tyrannis!

The Birth of a [Divided] Nation (Parte I): Lo mejor y lo peor se juntan en un filme

The Birth of a [Divided] Nation (Parte II): ¡Pureza racial o muerte!

Como sabe toda persona aficionada a las teorías conspirativas de la historia, lo que equivale, probablemente, a decir “como sabe toda persona aficionada a la historia norteamericana”, Abraham Lincoln, presidente de la Unión durante la Guerra de Secesión (su elección fue, de hecho, uno de los principales detonantes de dicho conflicto) y personaje que es frecuentemente nombrado como el mejor presidente estadounidense de todos los tiempos, no alcanzó a ver el mundo post-bélico, ya que fue asesinado el 14 de abril de 1865, pocos días antes del fin de la rebelión sureña. El de Lincoln fue el primer magnicidio exitoso de la historia de Estados Unidos, país que luego tendría un par de magnicidios exitosos más, así como una larga hilera de atentados afortunadamente fallidos. Aparte de esto, como cierre “apropiadamente” violento del enfrentamiento armado más gigantesco que haya visto el hemisferio occidental jamás, además de como suceso que determinó, de una manera u otra, el curso de la Reconstrucción Radical posterior a la guerra, el asesinato de Lincoln fue un punto de quiebre simbólico que todavía reverbera en la cultura de los USA y que, si no hubiera tenido lugar en la realidad, seguramente hubiera tenido que ser inventado, aunque fuera por el puro efecto dramatúrgico y por los requisitos implacables de la narrativa del “nacimiento de la nación”.

Fue tan digno de una tragedia teatral el magnicidio, realmente, que por supuesto tuvo que suceder en un teatro: el Ford’s Theatre de Washington DC, en efecto, fue el escenario del asesinato, que se dio durante una presentación de la obra Our American Cousin de Tom Taylor, que ya hubiera sido sin duda olvidada, y con toda justicia, si no fuera por estas circunstancias históricas que hacen imposible olvidarla. Como si esto fuera poco, el asesino de Lincoln (el que apretó el gatillo, digamos, porque, como en tantos magnicidios, se trataba de una conspiración), llamado John Wilkes Booth, era un sujeto que hoy es recordado básicamente por este hecho de sangre pero que, en sus tiempos, era toda una celebridad del mundo de las tablas… una de las cosas sorprendentes para un contemporáneo, de hecho, debe haber sido enterarse no sólo de que el presidente de Estados Unidos había sido asesinado, sino de que encima el asesino era nada menos que uno de los actores más prominentes y respetados del país. Si pensamos que, para colmo de elementos surreales, Booth mató a Lincoln disparándole a la cabeza en el palco presidencial del teatro y luego saltó al escenario para, en medio de su escape, detenerse y gritarle al horrorizado público la frase “Sic semper tyrannis!” (“¡Así siempre a los tiranos!”), o sea la frase que, según la leyenda, Bruto le espetó a César en el momento mismo de acuchillarlo, así como la frase que fue luego, pero mucho antes de la Guerra Civil, tomada por el estado esclavista de Virginia como lema oficial, tenemos una escena tan sobrecargada de referencias abstrusas y de una proliferación de significados que, si no hubiera sido tan aterradoramente real, diríamos que fracasa en toda línea… por inverosímil.

Todo estaba puesto para una adaptación o recreación teatral o, posteriormente, fílmica, entonces, y medio siglo después de acontecidos los hechos David W. Griffith se aventuró a llevar a cabo dicha recreación, para The Birth of a Nation, en una época en la que el cine se atrevía a hacer estas cosas pero, para qué negarlo, aún no lo hacía muy bien. Para hacerlo no bien sino a la perfección, no obstante, Griffith tomó todos los elementos mencionados, entre otros, y los sazonó con coincidencias históricas que, en retrospectiva, parecieran ser tan… prefabricadas, tan inevitables: la infinidad de detalles casuales que, en su simultaneidad, adquieren sentido y vida propia y le dan densidad a un momento histórico tan trivial y tan decisivo como el asesinato de Lincoln. Luego, por medio de una narración cinematográfica apoyada en el gusto por la exactitud visual en lo que respecta a vestuario y a escenografía, en planos audaces y de variedad asombrosa, en actuaciones sobresalientes (en su muy peculiar estilo) y, sobre todo, en el montaje ya completamente desarrollado como un dispositivo de creación de mundos, Griffith nos lleva a esa fatídica noche de abril de 1865 y de paso sienta las bases de lo que sería el género entero del thriller político en las décadas posteriores, por lo que gente como Alan Pakula, John Frankenheimer y Oliver Stone debe considerarlo su padre espiritual.

 

 

En esta breve y magistral escena de The Birth of a Nation tenemos… tantas cosas. Tenemos el rudimento de mise en abyme, con la obra dentro de la obra, técnica narrativa que sería llevada a la perfección por Francis Ford Coppola y por Martin Scorsese. Tenemos la focalización de la cámara –tan típica del cine mudo y tan lamentablemente caída en desuso después de la llegada del sonoro– en los protagonistas de la película, quienes son parte del público de la obra, y en la cara del asesino de Lincoln, así como en su pistola. Tenemos el, para su época, espectacular plano detalle de la pistola y de cómo Booth rastrilla el gatillo justo antes de entrar furtivamente al palco en el que se encuentra el presidente Lincoln. Tenemos al guardaespaldas que, en el peor momento posible, decide retirarse de su puesto para poder ver algo de la presentación teatral en curso. Tenemos al mismo Lincoln… interpretado por Joseph Henabery, un actor de 26 años de edad en 1915, cuando el verdadero Lincoln fue asesinado a sus 56 años de edad… ¡prodigios de un maquillaje, de una iluminación y de una interpretación que no le envidian nada a décadas futuras! Tenemos el montaje lento pero in crescendo, prototipo y base para genialidades posteriores como las de, pongamos, Sergio Leone y Brian De Palma, y tenemos el caos resultante del disparo y del “Sic semper tyrannis!” de Booth, que pone los pelos de punta…

Tenemos una película que, ya en las escenas comentadas en las dos entregas pasadas en las que hablé sobre otros aspectos del filme, exudaba no sólo un carácter plenamente moderno –y, de hecho, verdaderamente adelantado a sus tiempos– sino también calidad: carajo que Griffith sabía narrar. Al mismo tiempo, sin embargo, dichas escenas transportaban algunos de los contenidos moral y éticamente más detestables que una persona actual, e incluso que una persona de hace un siglo, pudiera imaginar. La escena del asesinato de Lincoln carece de esos matices racistas y violentamente sexistas, al menos superficialmente, y por eso es, quizás, un buen punto para empezar a mirar esta obra descomunal y poder apreciar su inmenso valor estético más allá de su abismal línea política y ética.

Es quizás lamentable, entonces, que la escena termine, como se ve en el video incluido en esta misma página, con una transición hacia la plantación venida a menos en la que los blancos esclavistas desposeídos del Sur leen la noticia de la muerte de Lincoln y expresan temor por su futuro en un país en el que han perdido a su supuesto “best friend” (!) y en el que quien toma las riendas de la res publica es su sucesor, Andrew Johnson (llamado Stoneman en la película), presentado como enemigo de los intereses esclavistas del Sur en una de las muchas instancias de tergiversación histórica de The Birth of a Nation. ¡Una de cal y una de arena! Esta obra maestra, tan gringa, tan actual, tan eterna, no puede evitar meter la pata cada vez que llega a alturas inefables… pero la mete siempre de manera inefable, también, si acaso no siempre de altura.

Ahora que lo pienso, son pocos los filmes que capturan de manera tan directa, por lo inconsciente, la esquizofrenia que subyace a todo el proyecto de los U.S. of A., siempre tan nobles y tan ejemplares, siempre tan sórdidos y tan vulgares…

Hey you,
¿nos brindas un café?