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Roberto Ponce Cordero
viceversa

The Birth of a [Divided] Nation (Parte I): Lo mejor y lo peor se juntan en un filme

Pocas obras de la historia del cine tienen un legado tan ambivalente como lo tiene The Birth of a Nation de David W. Griffith (1915). Es probable incluso que no haya ninguna con un legado tan ambivalente. Por un lado, y como sabe toda cinéfila y todo cinéfilo que se respete, se trata de la primera gran cinta de largometraje que, por medio de su uso sorprendentemente moderno del montaje alternado, de la panorámica horizontal, del close up y del primerísimo primer plano, etc., sintetiza y sistematiza técnicas y elementos de lo que se daría en llamar el “lenguaje cinematográfico”. Por otro lado, y como también sabe quien la ha visto con el estupor políticamente correcto de rigueur, esta película ofrece una visión del mundo en general y de la Civil War estadounidense en particular que es tan pero tan racista que, incluso en 1915, era considerada aborrecible por diversos sectores de la sociedad norteamericana y suscitó, en no pocas ciudades de Estados Unidos, protestas masivas y conatos de boicot.

También es cierto que The Birth of a Nation fue el primer filme proyectado en la Casa Blanca (se dice que el presidente de aquel entonces, Woodrow Wilson, anticomunista rabioso y supremacista blanco aunque fuera por puro ADN cultural de sus tiempos, declaró que era como estar viendo “history written with lightning”, en lo que es realmente una cita apócrifa pero cuya mera plausibilidad dice volúmenes), así como que su descomunal éxito de taquilla, no superado hasta más de dos décadas después por otra epopeya declaradamente racista sobre la Guerra Civil de los USA como es Gone with the Wind (1939), contribuyó al renacimiento del Ku Klux Klan. Este grupo terrorista de protestantismo cristiano radical y blanco, en efecto, tuvo su segundo apogeo precisamente a partir de 1915 y en los años veinte del siglo XX llegó por primera y última vez –hasta el momento, me temo– a desempeñar un rol fundamental en la política nacional de Estados Unidos. Hay quienes aseguran que la película se usaba como herramienta propagandística para reclutar a nuevos terroristas blancos para el Ku Klux Klan hasta los años setenta del siglo XX… y sin duda se usa hasta la actualidad como herramienta didáctica para ejemplificar las sutilezas de la “gramática” y de la “sintaxis” del cine en cátedras universitarias a lo largo y ancho del planeta. Para no ir más allá, yo mismo la he visto ser usada, y la he usado personalmente, en situaciones así. Todo esto es parte, justamente, de la mentada ambivalencia de esta obra fundacional, sublime y despreciable por partes casi completamente iguales.

Basada en una olvidable novela de glorificación del en ese entonces adormecido Ku Klux Klan titulada The Clansman (1905) y escrita por un tal Thomas Dixon Jr., The Birth of a Nation recoge, con una candidez sobrecogedora, una serie de mitos y de distorsiones históricas sobre la “causa perdida” de la Confederación esclavista para presentar al Sur estadounidense del antebellum como un paraíso bucólico y de equilibrio entre las razas (con cada una en su posición “natural”, eso sí y por supuesto) pero lamentablemente humillado, mancillado y destrozado por la intromisión violenta de la Unión norteña y por el caos interracial de la Radical Reconstruction (1865-1877). ¡Gracias a Dios, nos dice el filme, que un grupo de heroicos varones del Sur crean una guerrilla libertaria llamada Ku Klux Klan para defender la tradición, la familia y la propiedad (y, dentro de la “propiedad”, sobre todo a “sus” mujeres: este es un aspecto que tocaremos la próxima semana)! Como si esto fuera poco, la película presenta toda esta versión profundamente tergiversada del registro histórico y de la más elemental ética humana con medios que rayan en la provocación consciente y en la instigación al revanchismo sureño contra la sociedad al menos potencialmente democrática y multirracial de los Estados Unidos abolicionistas.

Así, en este texto se le atribuye a Andrew Johnson, sucesor de Abraham Lincoln (cuyo asesinato es recreado en una escena que presagia de manera superlativa todos los thrillers políticos del futuro, como The Godfather [1972], The Day of the Jackal [1973] y JFK [1991], y de la que hablaré en detalle en dos semanas), la culpa de los supuestos excesos de la Reconstrucción Radical, cuando la evidencia documental e histórica no deja dudas de que Johnson fue un opositor militante de la Reconstrucción Radical… por lo que casi se lo comen sus propios compañeros de partido en un proceso de impeachment que hoy por hoy, en los albores de la era de Trump, ha vuelto a ser relevante. Más aún, The Birth of a Nation plantea que Johnson se dejó llevar a su postura “radical” de supuesta promoción del mestizaje interracial enceguecido nada menos que por una relación ilícita con su sirvienta “mulata”… de cuya existencia, sin embargo, la historia no tiene conocimiento alguno, como tampoco lo tiene de la existencia de Silas Lynch, el “mulato“ al que se le encomienda, según el filme, imponer el nuevo orden inmoral (y negro) en el Sur honroso pero derrotado, ni de la existencia de representantes elegidos para los parlamentos estatales que se hubieran dedicado en sus respectivos curules, a sacarse los zapatos, a tocar el banjo, a beber y a comer sandía, como sí lo hacen los afroamericanos en una de las muchas escenas repugnantes, pero brillantemente filmadas, de la película.

Pero lo peor de todo es que muchos de estos afroamericanos de la diégesis, y todos los supuestos mulatos, son interpretados por actores blancos pintados de negro, en lo que, en la tradición cultural de Estados Unidos, marcada por el espectáculo racista de los minstrel shows (con diferencia, el género teatral más popular de fines del siglo XIX y principios del XX en ese país) y por las leyes segregacionistas y discriminatorias de Jim Crow, cuyo nombre proviene precisamente del de un personaje tristemente célebre de ese tipo de espectáculos, constituía ya en 1915 un gigantesco escupitajo a la comunidad afroamericana y, más ampliamente, a la lucha por la igualdad racial y por los derechos civiles. El uso del blackface, entonces, es un inmenso no-no, y lo era ya hace un siglo, sobre todo si a quienes se iba a representar por medio de esa técnica tan cargada racialmente era a soldados afroamericanos del ejército de la Unión para presentarlos como violadores salvajes e infrahumanos. Esto se hace conscientemente y con entusiasmo casi perverso en The Birth of a Nation, la película más taquillera de sus tiempos y acaso la más importante, a nivel técnico y por su calidad de precursora, de la historia del séptimo arte. No en vano al tiempo que va desde el final de la Reconstrucción y hasta mediados del siglo XX se le llama “the nadir of race relations” en la historia de Estados Unidos; el punto más bajo de dichas relaciones raciales, más bajo aun que los siglos de esclavitud. Un ejemplo más de que el «progreso» no siempre va para adelante… vaya, ni siquiera frecuentemente.

The Birth of a Nation es, al mismo tiempo, una de las mejores y una de las peores películas jamás hechas. Me atrevo a decir, incluso, que es uno de los peores pero más interesantes e influyentes textos –cinematográficos o de otra índole, incluyendo los textos históricos de la academia oficial– sobre la Civil War en general. Una vez que uno la ha visto, es difícil leer sobre la Guerra Civil norteamericana y no ilustrarla mentalmente, muy a pesar de uno, con imágenes sacadas del filme o inspiradas por este, en tono sepia y con actuaciones delirantes. En definitiva, se trata de un documento histórico casi, casi sin parangón, por la manera como marcó la comprensión de toda una cultura sobre sí misma y sobre su historia a nivel iconográfico y, al menos hasta cierto punto, a nivel ideológico (la ideología nunca está desligada de la iconografía, por descontado). De este modo, The Birth of a Nation terminó convirtiéndose no tanto en una película histórica sobre la Civil War, ya que –al igual que la mayoría de textos académicos de la época, por cierto– de ella no nos dice nada fiable ni demasiado novedoso, sino en el filme histórico más relevante sobre las visiones raciales/racistas de 1915… y, por qué no decirlo, de décadas venideras. Quizás es, más bien, una excelente fuente histórica de hace un siglo, una verdadera cápsula de tiempo, para estudiar las mentalidades de las mayorías o de las minorías –¿a estas alturas ya quién sabe?– de este nuevo nadir que es la era de Trump…

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