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Temblores de tierra

Aunque Michoacán tiene oleadas de temblores y sismos que no provienen de las profundidades del plioceno, sino del magma histórico y social que se agita en la superficie, ahora tiene que hacer frente a la actividad tectónica o volcánica que viene del fondo de la tierra.

A pesar de que 2020 hizo su entrada sin mucho ruido y todavía con las resacas de la víspera, algo en las entrañas de la tierra prefiguraba una serie de compases y movimientos, como si tratara de unificar salsa y samba para un mismo baile.

El Servicio Sismológico Nacional (SMN) y el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Tierra (INICIT), detectaron una actividad inusual en el cinturón geográfico de Uruapan, y no precisamente referida a salteadores de caminos o a gavillas delincuenciales, sino a un fenómeno natural: resulta que entre el 5 y el 27 de enero vino un “enjambre sísmico” constituido por 973 movimientos telúricos, de los que aún no se sabe si se originan en movimientos de las placas tectónicas o en actividad volcánica.

La secuencia sísmica registrada del 5 al 27 de enero en las inmediaciones de Uruapan, puede haberse originado en una intrusión de magma del Volcán Paricutín, en una deformación de la corteza terrestre, en una alteración térmica o química o en cambios de presión en el subsuelo.

No obstante, tampoco deben descartarse movimientos o reacomodos en las fallas geológicas regionales, si se considera que los nervios sísmicos del subsuelo sobrepueblan toda la zona: del volcán Jorullo de La Huacana al volcán de Paracho, de aquí al Paricutín y del Paricutín al volcán de Fuego de Colima.

Por lo demás, desde siempre se ha sabido que la actividad tectónica y volcánica es uno de los rasgos distintivos del subsuelo de México.

Desde antes de que México tuviese tal nombre, el movimiento de las placas tectónicas y la actividad sísmica en este “alto valle metafísico” fueron de gran intensidad y produjeron bellezas naturales únicas.

Ya en sus “Cartas de Relación”, hace quinientos años, Hernán Cortés alude al “grande bulto de humo” que sale del Popocatépetl (en mexica, “la montaña que humea”), de 5 420 metros de altura, y que se sitúa en el mismo paralelo de la Iztaccíhuatl, “la mujer blanca”, de la cual la mitología mexica había creado la versión de que era la mujer del primero.

Fue Alexander von Humboldt, el explorador, geógrafo y naturalista de origen prusiano avecindado en Alemania, el que, en el “Ensayo Político sobre el reino de la Nueva España”, plantea que México es atravesado por un Eje Neovolcánico Occidental, en la coordenada que iría de la CD.MX al Estado de México, a Puebla, Michoacán y Colima, caracterizada por una gran actividad tectónica y volcánica en el magma del subsuelo. A propósito de Humboldt, un mito que circulaba entre nosotros hace aún pocos años, era en el sentido de que todavía en 1802, durante su expedición al volcán Jorullo, el investigador pudo encender un cigarrillo en una piedra, al borde de la lava ardiente expulsada por los gases del fondo de la tierra.

Frente al “enjambre sísmico” que ha vivido Michoacán del 5 al 27 de enero, no sólo conviene hacer estudios rigurosos que determinen sus causas y convocar al CENAPRED, sino pensar en la conformación e instalación de la Red Sísmica del Estado, con el propósito de sondear, monitorear y tener registro del comportamiento de la tierra, para evitar a tiempo situaciones de emergencia y prevenir catástrofes que puedan poner en riesgo a la población.

Antes de concluir la redacción del presente artículo, se dio a conocer que un sismo de magnitud 7.7 en la escala de Richter, originado entre las costas de Cuba y Jamaica, habría provocado daños en la zona del Caribe, además de extender el coletazo de sus ondas sísmicas hasta las costas de Quintana Roo.

No hay vuelta de hoja: parece que la tierra ha iniciado el cobro de facturas pendientes, y nos quiere traer, una de dos: o a ritmo de cumbia y corrido, o a ritmo de salsa y samba.


Pisapapeles

No se puede comparar la belleza salvaje y macabra de un volcán que nace, con la belleza sosegada y perfecta de un volcán apagado.

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