Entre el 11 de mayo y el 16 de junio de 2018, la galería Henrique Faria Fine Art de Nueva York ha expuesto una serie de fotografías de Alfredo Cortina, el compañero de vida de la poeta Elizabeth Schön, bajo el título “An Atlas for Elizabeth”. Esta muestra, curada por el también fotógrafo Vasco Szinetar a partir de una serie de negativos de los años 50 y 60 nunca revelados por el artífice, es ya un hito de la fotografía latinoamericana; no solo por la calidad de las imágenes, sino por lo avanzado para su época de la propuesta conceptual de Cortina. En todas, Schön se inscribe en un punto de la imagen, pero sin reconocer su lugar en ella, porque la autora es aquí otro elemento del paisaje.
La lectura continuada, sin embargo, nos hace caer en cuenta de que la poeta es quien centra la foto e imanta la mirada del espectador sin mirarlo, generando una historia muy cercana a su propuesta literaria, que exigía abstraerse del entorno para iniciar una labor de “desprenderse hacia adentro”, tal cual ella misma apuntó en su poemario Encendido esparcimiento, publicado en 1981.
Para aquel entonces, su casa caraqueña de Los Rosales, era lugar de encuentro de autores consagrados y noveles, que nos reuníamos por las tardes en el tupido jardín a leer y hablar sobre poesía, en tanto Alfredo pasaba saludando al vuelo y seguía hacia su taller entre las plantas para trabajar con sus relojes, radios y demás aparatos electromecánicos. Poco nos imaginábamos que había producido también una extensa colección de negativos, hoy en el Archivo Fotografía Urbana, parte de los cuales empieza a ver la luz, convirtiéndole en uno de los fotógrafos más sugerentes de la modernidad venezolana.
Reflexionar sobre la poesía de Elizabeth Schön desde dicho poemario, añade posiblemente una capa más al sentido del “Atlas”, enfatizando su ejecución como un trabajo en equipo, dentro de la producción de dos artistas tan cercanos al Ser en la vida y en la obra.Y es que del asombro y la distancia consigo misma y con la otredad, con que esta escritora nos enseñó a ver el mundo, Encendido esparcimientorecoge sus preocupaciones en torno al mismo. Un Ser entendido como el lugar de la atención interna, donde la vida germina amorosamente y el paisaje circundante, igualmente registrado por las fotografías de Cortina, se convierte en presencia a partir de este sentimiento, aunque nunca de manera intrusiva: “El amor/ y es el instante en que el encendido esparcimiento deja/ traslucir presencia de árbol/ átomo que gira y se aprehende/ oscuridad abierta para todo próximo nacimiento”.
Hacerse aquí con la interioridad del Ser, implica distanciarse del exterior, entrar en uno mismo y reconocer lo oculto. Ello presupone abocarse a la cuidadosa observación de lo que se esconde a la mirada de los demás e, incluso, a la propia mirada, dada la dificultad para enfrentarnos con nuestras vivencias interiores, nuestras miserias más íntimas, porque es muy probable que hallemos “solo un reguero de vidrios truncos que nunca llegaron a unirse”.
Reconstruir tal estropicio es la labor a emprender buscando juntar lo disperso. Algo que en las fotografías de Cortina se logra dándole el papel protagónico a la figura de Schön, aún pese a ella misma; porque la poeta se halla concentrada, ya no en la apariencia externa y la geografía presta a enmarcarla, sino en la seguridad que comienza a embargarla cuando el proceso de unificación interior comienza a darse, y el clic de la cámara capta, eternizándolo para quien observa el retrato. Un retrato, además, continente de la paz, que ella califica de “suave”; término este de ningún modo arbitrario, porque se ajusta a la sensación de equilibrio que conlleva el acto de encontrarse con el propio Ser: “Como vive la fogata en las pupilas, ¿quién puede traspasarlas/ si no es la propia fogata al desprenderse hacia adentro y encontrar/ solo un reguero de vidrios truncos que nunca llegaron/ a unirse? (…) Pero cómo cambian sus enormes sedajes a medida que ama el/ corazón y se nos expande la suave paz del Ser”.
Nombrar “la propia fogata”es espejear el fuego prometeico, es decir, hacerse con el mito que comprendía la entrega de una chispa divina al hombre para que pudiera realizar todo aquello que constituye la historia. Pero en tanto aumenta la alienación, en la misma medida el individuo se olvida de esa chispa; empieza a rechazar al Ser, a rehuirle, aun cuando no le es dado negarlo, porque negar al Ser implica negarse a sí mismo y no se puede negar al universo: “aire/ fuego/ pasión, muerte./ Presencias que nunca serían presencias si la ausencia del Ser/ fuera contrario a ellas”.
La reiteración en y desde el Ser, responde a una necesidad muy concreta de la escritora: resaltar lo fundamental de tales presencias, dables de construir una ventana abierta hacia el mundo existencial. Nombrarlas, conlleva volverse cómplice de la certeza con que el Ser se afirma en cada imagen, tanto fotográfica como lírica, transformando dichas imágenes en expresiones materiales del estado de ánimo de la poeta, cual si fueran salientes donde apoyarse. Ello es así, pues el individuo vive de la mano; nos gusta tocar y poseer, aun cuando al Ser se le tiene pero, como el punctumde las fotografías de Cortina y el sentido último de los poemas de Schön, es imposible de asir: “Mas/ para el Ser no hay dualidades ni prisa./ Es Ser/ en Ser del hombre/ la piedra/ el rayo/ aunque no se le mire, no se le piense y menos se le sienta”.
Ya En el allá disparado desde ningún comienzo, un libro de 1961, coincidente con la época cuando Alfredo Cortina estaba realizando el “Atlas”, Elizabeth Schön manifiesta su preocupación por el Ser, si bien como algo muy interior.De hecho, uno de sus poemas podría describir el sentido de las fotografías que Cortina tomó entonces: “Lánzase de la ignota elevación,/ luego cae entre bruscos apilonamientos/ que tornean desembocaduras/ transparentándose por último en corporeidad desconocida”. Y ello es así, porque para la autora el mundo físico carecía ahí de lugar, y por tanto la palabra, entendida como lo que queda del encuentro entre la realidad y el hombre, había perdido su sentido.
De esa angustia por el significado del Ser surgió el poemario de Schön, y quizás también se articularon, en parte, las imágenes de Cortina. Un libro, asimismo, donde se prescinde de todo lo que en ella tenía un lugar vivo. Agua, árbol, viento, sol se obliteraron, contraponiéndose consecuentemente con Encendido esparcimiento, cuyas páginas sí precisan cada uno de estos elementos, aunque sin hacer concesión formal alguna. Aquí el lenguaje es parco, se ciñe a lo fundamental, ya que la escritora trabaja con elementos lo suficientemente elaborados en su fondo.
Al ser el Ser un problema existencial, no se manifiesta dentro de una tónica racional ni lógica, pues este no es demostrable. Por tanto, si se le revistiera de un lenguaje excesivamente elaborado, se transformaría en una categoría real, y él justamente no lo es. El trabajo metafórico podría conducir a un Ser totalitario, convirtiéndolo en artificio, lo cual haría imposible para el lector reconocerse y encontrar su verdadero rostro sobre el espejo del poema: “Para el Ser no hay compuertas./ Lo que existe es nuestra propia oscuridad frente a su inagotable/ cercanía”.
Cuando comenzamos a mirar hacia adentro, ya no es el tiempo cronológico el que moviliza el mundo, sino otra clase de tiempo, donde el discurrir de la vida no se mide con un calendario,redundante al comenzar a descubrir al Ser. En este estadio de ensoñación, manifiesto en varios de los retratos de Cortina, mirar y mirarnos implicaría repetirse en el tiempo. De ahí que Schön quede inscrita en la imagen, casi siempre de perfil y desligada del entorno, porque está demasiado ocupada reflexionando consigo misma. Ello, no desde una perspectiva narcisista, sino desde una labor íntima de descubrimiento del Ser, pues esta autora puso siempre su obra al servicio de la vida interior: “Lo temporal es una repetición y le pertenece al Ser semejante/ a un reposo que desconoce lo que lo sujeta”.
La imposibilidad de negar al Ser, se materializa en la desmaterialización del individuo, a partir del instante cuando este comienza a ocupar un lugar definitivamente horizontal bajo la tierra y, por encima, solo queda depositar una flor o el verde que, mientras dure, ocultará parte de la inscripción sobre la lápida, elaborada para conservar el lugar del usufructuario en el mundo. Un mundo propio que lleva su nombre, grabado en ella junto a las fechas entre cuyos extremos se asienta la cronología. La cronología de un individuo finalmente en ascenso; elevándose desde este universo, pero nunca hacia el infinito, porque el infinito está en el Ser. Una certeza intrínseca a la poesía de Schön, que las fotografías de Cortina capturan, en el acto de ella alzarse por encima de lo que la encuadra —ya sea una casa, un árbol, una vitrina, un aviso publicitario, una piscina, o una estructura metálica o de concreto— volviéndose remota y cercana a la vez.
De este modo, la fotografía y el texto rompen con lo formal, porque los elementos con que sus hacedores trabajan se les imponen. Son los contenidos, entonces, los que les dan sentido a la imagen y al poema, vividos profundamente por Alfredo Cortina y Elizabeth Schön. Cada uno en su mundo y con su mundo, tal cual siempre me pareció, cuando les veía interactuar, aquellas tardes de conversación y poesía, en la placidez de su casa y su jardín de Los Rosales. Ambos artistas, absortos en sus propios proyectos concebidos, no como vehículos para obtener reconocimientos externos, sino como realidades hondamente existenciales.
De ahí quizás también que Alfredo nunca revelara ni nos revelara ninguna de estas fotografías, prefiriendo dejarlas en lo ignoto; envueltas por el silencio de la noche, cuando salía finalmente de su taller y se sentaba entre nosotros a escuchar a Elizabeth leer, haciendo ahí suyos, desde esa complicidad tan próxima, estos versos de Roberto Juarroz: “Yo he aprendido en la noche el silencio de ser. / El silencio de no ser no se aprende. Pero los dos se nombran en la noche”.