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Karl Krispin

Taquicardia en el supermercado

Estuve en estos días brevemente en el Imperio. Francamente no sé a quién le pueden caer mal los Estados Unidos cuando a rojos y enchufados no hay cosa que más los haga salivar que unas vacaciones yanquis. Si todo el mundo se ha encariñado con el Tío Sam es bueno que nos dejemos de tanto sociologismo despeinado, comencemos a imitar a nuestros vecinos y repliquemos la experiencia americana en Venezuela. Por supuesto eso pasa por sacar a los fidelistas de acá, de las notarías, de los cuarteles, de los hospitales, de la cedulación. Si en lugar de los apparatchiks habaneros siguiésemos la filosofía del libre mercado, no habría pobreza ni parásitos. Pero ya se sabe que uno de los grandes problemas del mundo es el resentimiento.

El bolchevique Lenin le tenía aprecio al odio porque era uno de los motores de la revolución. La izquierda local, un retazo de resentidos de la UCV y exintegrantes de las fuerzas armadas, una perfecta unión anti cívica y anti militar, desprecia el american way of life como lo hace con todo lo que sea eficiente, moderno y que nos conceda la idea de futuro. La acción destructora de Hugo fue fundamentalmente premoderna, de allí su fijación obsesiva en los temas agraristas como si Emiliano Zapata estuviese de regreso. En Venezuela, el presidente Herrera decía respecto al éxito que había que hacerse perdonar porque nadie tolera la victoria ajena. En los últimos 17 años las empresas triunfadoras fueron castigadas, despojada su propiedad a sus legítimos dueños y finalmente desmontadas. Esa es la naturaleza abyecta del socialismo.

De las cosas que más disfruté en el viaje fueron los supermercados. Visité sus anaqueles con la misma devoción y regocijo con que he admirado los cuadros del Bosco en el Prado o los impresionistas del museo de Orsay. Allí estaban los lavaplatos, los detergentes, las mil salsas, las harinas P.A.N., los huevos de todas las granjas, los aceites, los vinos del planeta, los champús en todas sus marcas y fragancias. Allí se exhibía todo lo que de civilizatorio el hombre ha manufacturado. En ese instante recordé con taquicardia a Henry Ford, a Tomas Alva Edison, al presidente Grover Cleveland y hasta al antipático de Theodore Roosevelt quien nos salvó de que nos picaran en dos para convertirnos en una colonia inglesa y otra alemana, pero que nadie y mucho menos los estalinistas comunales le han agradecido.

Lo he sostenido y lo repito: solo el capitalismo salva. Lo demás son vómitos mentales de la rapiña de odiadores que desguazó Venezuela para convertirla en un país de pedigüeños, malandros, colas y cortes eléctricos. In God we trust.

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