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Tanto nadar para morir ahogados en la playa

Emergen de sus madrigueras los que impensadamente responden a la vocinglería vacía de un liderazgo entrampado. Acusan con la ira impulsiva de quien carece de razones, de argumentos. Se esconden detrás de una falsa bonhomía y con la arrogancia del necio, esputan palabras indigestas de una arenga extraña a nuestras circunstancias. Sin criterio, inundan las redes sociales con sus sandeces, porque asustados, sin ideas propias y sin una mirada profunda de lo que ocurre, les resulta más fácil repetir monsergas, que en efecto, demuestran erudición en algunos casos, pero un imperdonable alejamiento de la realidad.

Se enfurecen contra todo aquel que siguiendo su criterio, reproche estrategias fallidas, rutas fracasadas que bien podrían avivar sospechas y dudas. Ofenden. Sin embargo, su irracionalidad solo evidencia que el liderazgo opositor en Venezuela, desgraciadamente, no sabe hacer algo distinto y como el necio, repite conductas creyendo que logrará resultados diferentes.

Unos creen que la revolución gobierna y que se trata solo de una pésima gestión. Otros, que el calco de soluciones exitosas en otras circunstancias es suficiente. Para un grupo, los más radicales, una intervención extranjera o un alzamiento militar sería lo más adecuado aunque sean por ahora improbable y no haya con qué ejecutar eficazmente la segunda. Obvian todos que se trata de un régimen delincuencial que ya perdió el derecho a ejercer la autoridad y que la solución a la crisis debe construirse, no calcarse.

No bastan pues, unas elecciones mágicas, que una vez celebradas y en principio, ganadas, van a traer la paz y la prosperidad. Por lo contrario, bien sabemos que pueden enrarecer aún más el ambiente. A mi juicio, si tener con qué, toda salida de fuerza es una locura destinada al fracaso, y por lo visto, la oposición no está ganada por este tipo de salidas.

La transición es un proceso, y será posiblemente largo y sin lugar a dudas, doloroso. El régimen no es solo Maduro. Se trata de una cohorte de distintos pelajes, y que si bien unos podrían acariciar la idea de una transición pactada con los demás sectores, para otros, al parecer los más fuertes, la preservación del poder es su salvoconducto. Aun si en unas elecciones, o incluso un golpe de Estado, se lograra el cambio de gobierno, su viabilidad dependería de las alianzas, de los acuerdos con los factores de poder para contener las amenazas que sin lugar a dudas surgirán no solo de la élite derrocada, sino de potencias y grupos de interés, cuya supervivencia depende de la expoliación de nuestros recursos, los cuales cuentan con amigos poderosos.

No es un secreto que logrado el cambio, será necesario adoptar medidas duras, dolorosas, exigentes, y que esas políticas podrían avivar un discurso incendiario, sobre todo de oportunistas o de las élites afanadas por recuperar el poder. No son pues, pocas las amenazas que sobre la transición va a cernirse. Por ello, más allá de la forma de lograr ese cambio, urge un acuerdo político que no solo recupere las instituciones, sino que diseñe y proyecte un plan político-económico a corto, mediano y largo plazo.

Chávez azotó al pacto de Puntofijo, y no pocos necios, seguidores acríticos de un discurso tonto e irresponsable, necedades dichas en la mesa del comedor de cualquier vecino, le ayudaron a demoler más que la cuestionada credibilidad de los líderes, la robustez del sistema democrático instituido a partir del derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez. Hoy, veinte años después de la llegada al poder del chavismo, urge reeditar el pacto firmado por AD, COPEI y URD en la casa del doctor Rafael Caldera en Las Delicias, el 31 de octubre de 1958… Tanto nadar para morir ahogados en la playa.

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