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Tanto nadar para morir ahogado en la playa

Jamás debemos confundir paz con mansedumbre. Es esta una de las formas más abominables de violencia.

No se trata de la fecha de las elecciones en Venezuela. Sin embargo, aunque muchos aseguran que la modificación de sus condiciones podría favorecer la eventual participación opositora en las venideras presidenciales, lamentablemente tampoco se trata de eso. Sobre esto hay que considerar algunas variables que complican el escenario político en el corto y mediano plazos.

En primer lugar, no es factible plantearse unas elecciones a fines de año si no se toman correctivos económicos impostergables, como la ayuda humanitaria y desde luego, políticas serias destinadas a recuperar la economía nacional. La hiperinflación acosa a la ciudadanía con asfixiante premura y el gobierno se aprovecha de ello perversamente. Pero, aun ante un triunfo opositor, el problema no estaría resuelto.

A mi juicio, quienes se pasean por este escenario, que ya es utópico, ignoran la calaña de su enemigo, y recalco este vocablo, por grosero que resuene, porque eso somos para la élite revolucionaria. En este momento, fichas leales al movimiento Castro-comunista que ocupa nuestra nación desde hace casi dos décadas seguirían en funciones: 19 gobernadores y más de 300 alcaldes recientemente electos, el Tribunal Supremo de Justicia (que a pesar de ser írrito, por la designación ilegal de varios de sus integrantes, ejerce su rol aunque sea de facto), un Defensor del Pueblo, un Fiscal (ilegalmente designado pero que al igual que ocurre con los magistrados del TSJ, ejerce como tal) y un Contralor sumisos al proyecto, y lo más grave, un ente ilegal pero que ha venido usurpando de facto atribuciones y competencias de otros poderes, la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente. No olvidemos además otras dos premisas: esta gente ya participó en dos golpes de Estado cruentos y carecen de escrúpulos para asegurar la viabilidad del proyecto Castro-comunista y sus prebendas como jefes.

El mandato de un presidente opositor sería ilusorio. Sobre todo porque se sabe, tendrá que adoptar medidas impopulares que servirán al chavismo para incendiar más al país. Creo que la élite gobernante ha dado muestras suficientes de su absoluta irresponsabilidad para obrar aun criminalmente con el fin de imponerse, de mantener su poder, o de retomarlo, en caso de ser ese el caso.

Hace rato que la salida electoral es imposible, que es tan solo una ilusión creada por el chavismo para impedir otras formas de transición (que no por ser distintas a la electoral pierden su legitimidad constitucional). Hace rato que Maduro y sus conmilitones cercenaron todas las salidas deseables con el único objeto de encausar a la oposición por un derrotero que ellos controlan.

No se trata pues, de unas elecciones, aun en condiciones favorables, porque lejos de resolverse la crisis, se agravaría todavía más. La conflictividad podría escalar hasta degenerar en una guerra civil (como sugería Manuel Caballero en sus últimos artículos).

Tanto nadar para morir ahogados en la playa.

Hoy por hoy, urge un nuevo Pacto de Puntofijo, aunque más complejo, por la cantidad de actores involucrados y la complejidad propia de nuestros días. No habrá pues, una genuina transición de esta dictadura a un verdadero orden democrático si no hay un verdadero frente nacional que trabaje, en primer lugar, por un cambio profundo capaz de favorecer el rescate de las instituciones secuestradas, para lo cual unas elecciones son insuficientes; y, luego, y seguramente más difícil e importante, que asegure la viabilidad de la transición en sí misma.

Ese frente nacional no puede limitarse entonces a una alianza meramente electoral y debe trascender a los partidos políticos. Un frente de tal envergadura puede robustecer de tal modo a la oposición democrática que obligue a la élite a negociar la transición. No es fácil y desde luego, requiere liderazgo más allá de acuerdos electorales. Exige visión de país, como la tuvo en su momento, Rómulo Betancourt. Demanda un verdadero compromiso con la gente, y no burdos arreglos maniqueos para repartirse cargos (y prebendas).

No son estos, días para los pusilánimes. La gravedad de la crisis exige compromisos más allá de egos engrandecidos y de posturas obstinadas de quienes pecando de una liviandad imperdonable, creen ser amos de la verdad y únicos poseedores de la razón. No hay lugar para los apaciguadores, para los que se esconden detrás de un falso discurso de paz.

La Venezuela que queremos es posible, pero debemos construirla todos, asumiendo cada uno el rol que eligió.

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