Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Soñando con ficciones: Borges, 30 años después

Mucha gente no ha leído a Borges. Su escritura produce un temor más que respetuoso. Entre adoradores que lo santifican y miedosos que no se le acercan, pasa este aniversario de su muerte. No hay espacio para los detractores de otras épocas, que confundieron al hombre políticamente incorrecto con el erudito que asombra en cada curva de su laberinto original. Borges exige un lector que merezca participar en su universo , al decir del soñador soñado de Las ruinas circulares. Un lector que salga del sueño del escritor e imponga su lectura a la realidad. No lo pone fácil y en ello consiste el reto.

Lo primero que habría que advertir a un lector que se estrena lidiando con Borges, es que no va a leer historias. Va a toparse con temas. Va a conocer teorías. Va a encontrarse con preguntas esenciales. Va a reconocer respuestas o ausencia de respuestas. Va a escuchar el llamado de convicciones antiguas. Va a aprender filosofía. Metafísico, teólogo, astrónomo, alquimista, historiador; un brujo -a fin de cuentas- que eligió volcar sus especulaciones sobre el hombre, el cosmos y la vida en una forma más entrañable: el cuento fabulado. Erudito a ultranza, sí; pero fabulado.

Sus obsesiones son puntuales y giratorias. Siempre presentes, siempre dando vueltas por sus escritos. Desde el tiempo circular que repite la figura perfecta por perpetua, trazando ciclos infinitos de los que no es posible zafarse, hasta la pesadilla de un laberinto que esconde el sentido de la vida dejándonos perplejos y confusos, al intentar encontrar la salida que se nos oculta en múltiples engaños o trampas de un Creador juguetón e implacable. Pasando con terror por la idea del hombre como un sueño que se pasea por otro sueño vestido de sombra. Pura apariencia inatrapable para sí mismo. Puro vértigo sin sustancia.

Y sobre ellas, la mayor de todas sus tenacidades insaciables: la búsqueda de Dios, de un Dios, de algún Dios. Que puede venir dado en forma de parodia, como el que administra La lotería en Babilonia, o en forma de invento humano en el que nos superamos a nosotros mismos, como el que fundó Tlon, Uqbar, Tertius Orbis, o como gestor irresponsable de una saga fantasmagórica como hace el soñador de Las ruinas circulares o en la versión de Libro único que encierra toda la verdad, todo el sentido, todo el valor de la vida y que está sabiamente escondido en algún pasillo eterno de esta Biblioteca infinita en la que estamos perdidos hasta encontrarlo. Hasta encontrarnos.

Por encima y por debajo de este tejido que indaga en las distintas formas de explicarnos una realidad indescifrable, flota iluminador, el idealismo platónico en todo su esplendor. No en vano la esencia de Tlon es esa, tal cual se afirma en el cuento. Pero el homenaje a los griegos ( con mayor énfasis a los pre-socráticos) y a Platón, específicamente, termina dando un paso al frente: el idealismo influye en la realidad y la transforma. O sea, que termina siendo un homenaje a otra de sus ideas fijas , el Quijote, que es también un llamado al compromiso con el ideal como materia indispensable para la supervivencia del Ser. Así, con mayúscula. En Tlon se afirma que desde la mente se puede evolucionar, cambiar, mejorar, y hasta esperanzarse. En ella y desde ella todo es posible. Es el principio de lo real e irreal. De Todo. Y en el principio fue la Idea, cabría afirmar. El mundo fantástico que Tlon erige frente a nuestro asombro, siembra la realidad de ficciones, mientras asegura, con aplomo de oráculo inexorable, que “la realidad anhela(ba) ceder”.

Esa realidad que espera por la penetración de nuestras ideas: soñadas, anheladas o inventadas, también sueña con un hombre que pueda llevar el apelativo de ser humano con coraje y dignidad. Que no sea simulacro, ni mentira. Que se eleve sobre la humillación de no-ser y alcance su necesaria y deseada estatura. Entre otras cosas, para que no sucumba al azar que le prodiga una lotería infame y sarcástica que lo condena a la esclavitud. Que lo obliga a seguir sus pautas según un falso orden que enmascara el caos. Que no lo deja ser dueño de sí mismo. Y que, para colmo puede ser un azar creado por su propia imaginación para no hacerse responsable de su destino.

Pero hay otras maneras de transitar el caos. Por ejemplo, recorriendo el laberinto de la Biblioteca interminable del Universo con la misión de hallar a Dios en un libro que lo revelará. Mientras se busca, acechan todas las trampas imaginables: libros que parecen idénticos y no lo son, pasillos que son otros y el mismo simultáneamente, libros falsos que parecen auténticos, y así hasta la ofuscación. Todo está allí para nuestro consuelo y derrota. La Biblioteca triunfa sobre el afán de búsqueda: ella permanece inmutable, nosotros desaparecemos dentro de su secreta majestad cumpliendo la misión que atestigua nuestro valor: buscar el sentido para que el sentido exista.

Enfrentados a la irreverencia de lo sagrado que nos engaña, confunde, asusta y se burla de tanto esfuerzo por encajar en un orden que no es tal, Borges nos descubre dioses en lugares donde no nos dicen que están: en los libros, en las ideas, en algunos hombres sobresalientes, en la mente creadora, en la música , en objetos de belleza sobrecogedora, en el paso incansable del tiempo, en los tigres deslumbrantes, en los sueños diurnos y nocturnos, en paisajes que nos dejan sin aliento y hasta en el cálculo infinitesimal. Estas divinidades guardan el secreto de ser la experiencia mística suprema. Parecen ordinarias y ahí está su maravilla. Su contacto nos muestra la salida del laberinto, nos transforma en seres reales, anula nuestra inverosímil existencia y sacia nuestra sed de eternidad.

Todo lo que se busca y se necesita, se encuentra. Por sugestión y fuerza del deseo. Si no deseamos trascender, no habrá nada. Si no necesitamos dioses, quedarán exterminados. Si apostamos por la ausencia de sentido, con toda seguridad, el sentido desaparecerá. Cabe exclamar como el narrador de La Biblioteca de Babel, ante el fracaso de los buscadores del Libro : “ …Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.” Amén.

Hey you,
¿nos brindas un café?