Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Sonambulismo

Coincidiendo con la conmemoración del mayo del 68, que puso en jaque al gaullismo, Francia vuelve a mostrar músculo de la mano de su presidente Emmanuel Macron. «No quiero pertenecer a una generación de sonámbulos que olviden su pasado o su presente», decía hace unos días Emmanuel Macron, presidente de Francia en el Parlamento de Estrasburgo. De este modo, abogaba por un «proyecto nuevo » europeo y, cómo no, su idea es ser parte del liderazgo para la realización de las reformas que ya empiezan a vislumbrarse en el Viejo Continente.

Con un 1 de Mayo, día de los Trabajadores, muy turbulento en París, lo que representó el primer puntapié para Macron, la conmemoración de la jornada en el resto de Europa pasó sin incidentes. Pese a la crisis económica perenne, el tambaleo institucional y el desgaste social, la ciudadanía parece como si estuviera alineada. ¿El sonambulismo del que habla Macron? Tal vez. Lo que está claro es que las movilizaciones y las protestas ya no tienen el sentido de hace medio siglo, ya no provocan los cambios en las élites que tanto anhelan y que son la causa de su existencia. Con algunos focos rebeldes concentrados, las protestas son pacíficas, autosugestionadas y autocontroladas. Todo fluye, con algún que otro altercado, pero fluye. La gente parece esperar a que algo pase, cuando ya realmente está pasando. Está pasando entre bastidores.

En medio de la transformación y la crisis de la democracia liberal, la celebración del aniversario del Mayo del 68 (68+50) no está generando demasiado ruido. Al menos hasta ahora y visto desde Catalunya. La jaula no está para grillos. Pues el abatimiento del «procés», con su frívolo espectáculo político que lleva a que todavía haya gobierno (como en Italia), está dejando exhausto hasta al más resistente. El ambiente caldea, intimida y escabullirse del conflicto es la manera más sana de manejar la situación (que según los entendidos, aún se supone seguirá para rato).

Cada uno está en su mundo, su pequeño gran mundo en donde la opinión generalizada (no la mayoritaria, sino la más difundida) es la que prevalece. Estamos en el mundo del lazo amarillo, un lazo y un color que van más allá de la lucha independentista y ya se han constituido, por el simple hecho de llevarlos, en una protesta contra la injusticia.

Vivimos un presente colectivo expectante, parece que el mundo está siendo diseñado para y por otros, y la única manera de sentirnos partícipes es comulgar con el credo generalizado.

Las manifestaciones reivindicativas de los pensionistas, de la violencia machista, de los estudiantes contra el alza de tasas universitarios, de las trabajadoras de la limpieza (las Kellys) de un largo etcétera, etc. forman parte del deterioro de las condiciones socio-económicas generalizadas en todo el país y posiblemente en toda Europa. Sin embargo, no dan la sensación que esto sea el embrión de algo mayor, más consistente como el mayo del 68, con sus protestas contra el autoritarismo, el rechazo del poder financiero, la lucha contra las desigualdades…. Aquel mítico mayo, pese a expandirse, en el fondo no logró alcanzar el poder suficiente para ofrecer una alternativa política factible en ese momento. Actualmente, el escepticismo es creciente y existe una creencia extendida que todo se cocina en los corredores del poder, y que las decisiones no se toman en las calles y tal vez tampoco en las urnas. En medio de la desconfianza e incredulidad cada vez mayor en el poder político y en las instituciones democráticas, a la justicia se le está concediendo el papel de árbitro.

Hay quien dice que la justicia es el reflejo del pueblo al que sirve, al igual que los políticos. Otra vez nos remontamos a la Antigua Grecia, cuya democracia perdió su fiabilidad, tras el juicio a Sócrates, condenado por corromper a los jóvenes y por su falta de fe en los dioses. Pero, muchos piensan que en realidad, se le condenó por haber inspirado a uno de los «Treinta tiranos» (gobierno títere, opresivo y oligárquico de 30 magistrados que acabaron y sucedieron a la democracia ateniense). Los seguidores de Sócrates le recomendaron huir tras condenarlo a pena capital y él decidió suicidarse bebiendo cicuta. Se convirtió en un mártir intelectual.

En aquel momento parece ser que la hazaña no tuvo el carácter icónico que tiene hoy en día por el tambaleo que supuso para la democracia y las libertades. Las dos interpretaciones del juicio de Sócrates, la de Platón y de Jenofonte hacen incluso pensar que el supuesto padre de la filosofía occidental nunca existió y que fue un personaje ficticio víctima de las tribulaciones políticas del momento para acabar con la democracia ateniense. «Si los hombres definen las situaciones como reales, las consecuencias realmente lo son», dijeron los sociólogos W. Isaac y Dorothy Thomas. Este teorema de cómo hacemos real una situación falsa está al orden del día. El uso político de la justicia es una tradición que ha resistido a cambios sociales, gobiernos y revoluciones.

Estamos rememorando aquel histórico mayo francés, cuando estudiantes universitarios liderados por Daniel Cohan Bendit (apodado Dani el Rojo) hicieron tambalear el régimen del general Charles De Gaulle, con la ola de manifestaciones, protestas y una huelga general, como colofón, y cuya onda expansiva traspasó las fronteras francesas (Primavera de Praga, movimientos contraculturales hippy y beat, las movilizaciones estudiantiles en México, en Italia, etc). «Cuando Paris estornuda, Europa se enfría», así se decía.

El proceso de reconstrucción europeo, después de la II Guerra Mundial, benefició a Francia en los años 50 y 60 del siglo pasado, auspiciado por los EEUU. Sin embargo no todo dura, y la burbuja de bienestar acabó estallando, en medio de desastres geopolíticos, como la impopular colonización de Argelia, la guerra en Vietnam, etc. Sólo se requería de una mecha para encenderse. El prestigio de De Gaulle se fue degradando, tras su popularidad inicial, por poner fin a la violencia colonial y a los bloqueos partidistas en un sistema parlamentario francés, y crear la V República, a partir de un consejo de notables y no de una Asamblea constituyente, y de organizar todo el poder a su medida, abogando por una ideología centrista, que pedía a los ciudadanos mayorías absolutas para gobernar.

La consecuencia del mayo del 68, fue la convocatoria a elecciones en el junio del mismo año para formar un gobierno nuevo que afrontara el malestar social. En abril de 1969 se hizo un referéndum sobre el proyecto de regionalización y descentralización del poder, que pasó factura a De Gaulle, quien tuvo que retirarse al perder el plebiscito. La caída de uno de los políticos más influyentes de Francia supuso un cambio para las generaciones posteriores, en la conquista de las libertades. Ahora parece que estamos en lo mismo, en la búsqueda de recuperar libertades y en la consolidación de los derechos, como demuestran las múltiples manifestaciones que se producen para que se respeten los derechos que ya hemos adquirido.

Macron, que algunos medios consideran el nuevo De Gaulle posmoderno, parece querer recuperar el papel protagonista de Francia en esta supuesta nueva Europa. Pero Alemania y un conjunto de países adheridos (Holanda, Irlanda, Suecia, Finlandia, Dinamarca, y los países Bálticos), ya han empezado a poner palos en las ruedas a las propuestas macronianas. Por empezar, estos países ya han expresado su disconformidad a establecer un presupuesto europeo y unas finanzas comunes en Europa. También han obstaculizado su plan para crear un fondo común de garantía de los depósitos bancarios. De momento, el «no» impera. Vamos a ver cómo se desenvuelve Macron y cómo se traducirán otros de sus planteamientos más ambiciosos. Seul le temps nous le dira.

Hey you,
¿nos brindas un café?