Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Somos nuestra propia cobra

Revisando esa carpeta relegada (si hubiera polillas digitales, las tendría) de correo no deseado, me encontré uno de esos anuncios que son tan interesantes como los que están engrapados a los postes en las malas partes de la ciudad. No leí más allá del título, fue descartado ipso facto, pero al cerrar la pestaña me nació una de esas reflexiones que solo vienen de lo inesperado.

¿Qué anunciaba? Pues algo muy sencillo: hipnotizar tu cerebro para que se enfoque solo en tus metas. A primera instancia tiene sentido, es decir, sabemos que esos anuncios son patrañas, pero tener una lógica dentro de lo hipotético es a lo menos un paliativo.

Entonces entra el asunto ontológico, porque hay una separación del cerebro y el yo. Uno se piensa como una cobra. Aclaro como paréntesis que sería la cobra de Kipling, no el reptil terrestre, la cual no ocupa hacer esto porque es una eficaz escupidora de veneno. Pero sí, una cobra que tiene el arte de tener hipnotizada a esa mangosta de mil trescientos gramos que es nuestro cerebro, dispuesta a devorar su voluntad para que se dedique a lo importante y no gaste tiempo en reflexiones como estas.

Ahí está lo interesante: ese anuncio nos da todo un postulado. Pero uno parcial, que si bien afirma que no somos cerebro (y por ello, tendemos a la inmortalidad), solo nos conduce a las opciones de que somos alma o somos mente. Pero ambas elecciones son demasiado místicas y puras para lo que se anuncia, estoy seguro que las metas deben ser como “triplicar mi salario” o “bajar diez kilos”, no algo tipo “llegar a la perfección espiritual”. Por eso elegí la cobra, que sería un arcano de nuestra ambición. Esa que proviene de la obsesión de estos tiempos con el éxito y la inmediatez.

Y de ahí mismo surge una defensa: no a los pensamientos inútiles, sino a los prácticos y banales, o sea, los que están más tiempo en nuestra mente. Es una marea que no controlamos de: “¿se habrá acabado la mantequilla de maní?” , “¿ya será hora de irme a cortar el pelo?”, “¿he tenido mi foto de perfil mucho tiempo?” o “¿a dónde dejé las llaves?”.

Un cerebro que solo se ocupa de las metas más importantes (asumiendo que en efecto tenemos una extensión ambiciosa que la puede controlar), sería una máquina de negocios inservible para la vida cotidiana. Y como toda publicidad nace de un deseo que ya estaba dispuesto, vemos que somos una sociedad que sueña con ser cobras con su cerebro hipnotizado para que no gaste tiempo creando una personalidad individual, divirtiéndonos o en cualquier cosa distinta a triunfar en el mercado laboral.

Hey you,
¿nos brindas un café?