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Somos mayoría

Estas líneas no incluyen noticia. Son muestra franca del tira y encoge que sobreviene cuando las alegrías acongojan, la rabia alienta o el amor molesta, lo bueno es malo o viceversa.

Es noción de vieja data la propensión al buen humor del venezolano, su liviandad de espíritu, su facilidad de carácter siempre tan dispuesto al chiste sin importar la circunstancia. Lo que sí es de más reciente data son el malestar y el agravio, la frustración y la desesperanza, que nos amalgaman la conducta cotidiana en una suerte de inercia pesada, triste y deslucida, que todo lo afecta. 

La interacción de estos dos ánimos, el buen humor de siempre y el mal humor de ahora, es lo que es digno de atención, pues son dos energías que van en direcciones contrarias y que conviven tiñéndonos los días de confusión y desasosiego. Pero por aquello de que nada es blanco o negro, y la dialéctica de los contrarios, y el verde es más verde si está al lado del rojo, ¿será que es navidad o es casualidad?, lo uno trae lo otro y no es lo mismo pero es igual. 

Por una parte, la alegría que permanece podría hacer pensar por momentos, que nada ha cambiado o que tampoco es tan grave, pues las ganas de divertirnos aun subyacen al desastre de la vida de todos los días que mal llevamos en Venezuela. Pero por otro lado, cualquier visita al supermercado, a la farmacia o a la panadería, te hace renegar del gentilicio de sonrisas y sol radiante puesto en duda, cuando no reconoces el maltrato como modus operandi instalado y aceptado con opaca resignación por todos.

Y es así que los venezolanos estamos cada vez más aprendidos en sentir contrario, sí pero no, es malo pero tiene su parte buena, es terrible pero no me quiero ir, no me gusta pero es mejor, quieres pero no se puede, de un lado a otro, la opinión, los sentimientos, desencontrados, pa’tras y pa’lante, en cuestión de segundos, que se vuelven semanas y meses y más de lo que se pensaba que podía pasar y durar.

Y con todo lo bueno y todo lo malo a cuestas, no es fácil irse de Venezuela liso, pero apenas te sientas en el avión empiezas a sentir un alivio inmediato. Te abrochas el cinturón y apagas el sistema de alarma, relajas el miedo, ya estar alerta deja de ser cuestión de vida o muerte… y te dan ganas de llorar.

Te vas para volver, piensas, y al irte sientes que te salvas, te culpas, te duele sentirte más tranquilo porque te vas, quisieras volver apenas cuando empiezas a estar contento porque te alejas, y así el pensamiento va de su cuenta, rueda libre en contradicción, ahora que no tienes que estar pendiente de que no te atrape la mala historia, no es cuestión de perder sino de pensar en lo que ganas, pero lo que te contenta te deprime, y también todo lo contrario, hasta que te sorprendes atajando certezas de esas consabidas que no piensas sino cuando te vas o hallas lejos, seguridades que surgen solas y sin querer cuando la cabeza la cargas desprevenida, y necesitas agarrarte de algo seguro antes de emprender vuelo…  no hay trópico con verdes como los nuestros, nuestra luz es Caribe y de una prosperidad que lo colorea todo, los abrazos no son tan sabrosos en ninguna otra parte del mundo… y el nudo en la garganta despierta el pensamiento racional y consciente que ataca al minuto, por prevenir la tristeza y así corriges la nostalgia que empieza a tomar cuerpo. No es momento de ponerse con romanticismos, nadie vive de abrazos ni del verde de las matas, y a la hora del trabajo, -no por hablar del desempleo ni del castigo que le impone el gobierno a la empresa privada a menos que sea enchufada-, ¿cómo se trabaja en un país como Venezuela? No importa el oficio, la gente no está en eso de comprometerse, es cuesta arriba hacer cualquier cosa, todos viviendo en estado de emergencia, resolviendo el presente en el presente sin tiempo de futuros, sin palabra que empeñar cuando todo el empeño esta puesto en sobrevivir… Eso sí, tampoco nadie puede negar que el cariño es el mismo.

Puedes dudar de cualquier cosa menos del cariño, regresas, recuerdas, resientes… Tú sabes que yo te quiero mucho aunque te embarque cada vez que te digo que voy. Al final de cuentas, el que te embarca deja el espacio libre para el que llega sin ser invitado. Una cosa por otra, sólo tienes que pensar que todo tiene su lado bueno, ni tan calvo ni con dos pelucas, tampoco es para que te arreches, ni te lo tomes personal… cultura mulata que nos protege de cualquier severidad. 

Tú sabes que te quiero mucho y puedes contar conmigo hasta la muerte, aunque sean cosas de la emoción de un momento, en Venezuela no se economiza en devociones afectivas, besitos de coco, abrazos asfixiantes, amapuches, carantoñas, y demás bellezas del colorarlo afectivo gatillo alegre, justa medida de nuestra manera de relacionarnos aunque no sea la medida justa, cualquier conocido que no ves nunca resulta que te adora, aunque no tengan mucho o nada en común, y eres el cielo o la vida del desconocido que te habla desde el otro lado de la línea telefónica para avisarte que te van a cortar el teléfono, “mi cielo”. No importa si estás al día con los pagos, “mi vida”. Si no eres tú, será algún error del sistema, déjame ver, “corazón”, alguien tendrá que pagar, “cariño”… y si me lo dices cantando, pues tanto mejor, “mi amor”.

Y es así que ni siquiera en estos días aciagos, se puede decir que todo es malandreo y peligro de muerte, hambre y desesperanza en Venezuela. Nuestra condición sentimental funciona con matemática propia: las víctimas son mayoría y se tutean bajo el mismo sol y el mismo cariño y ganas de reírse de siempre. Aunque se viva mortificado, sobrevive lo bonito venezolano que permite sospechar días mejores, de arepitas en la mañana de cariños, los pajaritos cantan, las nubes se levantan, y el vecino desempleado con la mujer enferma alcanza para traerte la matica de malojillo porque supo de tu insomnio y como el malojillo vence las angustias… y aunque cada quien vela por lo suyo en el sálvese quien pueda que nos lleva por las narices, es conmovedor saber del espacio que queda y mucho, para la solidaridad entre los que comparten el estado de sitio que se vive ahora en Venezuela. Como si fuera vicio, apenas nos dan el chance, nos reímos aunque tengamos ganas de llorar. Y somos mayoría, ¿cómo que todo está perdido? Nos tienen jodidos pero las víctimas somos mayoría y seguimos con ganas de pasarla bien. Habrá que ver a dónde nos lleva esa cuenta…

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