Cierta Venezuela ha perdido el rumbo: supone que -en el colmo de la desesperación y la angustia- encontrará una tabla de salvación en Trump. Ese es el tamaño de la tragedia nacional. Descubrirse sobre una cuerda floja en el abismo. En una punta lo espera el reposero inútil y su corte de esquiadores improvisados; y en la otra el non plus ultra del fascista americano: una persona con ideas cortas y un gran megáfono encendido todo el día.
Si nos atenemos a una entrevista que publicó The New York Times el pasado 25 de enero, el nuevo habitante del 1600 de la calle Pennsylvania, tiene costumbres desafortunadas: consume comida basura, duerme solo, no se aparta del televisor, odia los medios de comunicación impresos y no lee libros. Una vida cotidiana que se parece a una pesadilla.
Lo curioso es que no me sorprende la aparición de Donald Trump, porque sus excesos, su megalomanía, su obscena ostentación, su lenguaje soez, era frecuente en la parodia que aparecía en la cultura popular americana, de una mayoría silenciosa que algún día abriría la boca y sacaría para afuera todo ese rencor acumulado.
Recuerdo -para jugar con un ejemplo del cine- la primera vez que vi la película Joe, de John G. Avildsen, en 1970. Fue la aparición contundente del fascista ordinario en el horizonte simbólico. Allí dialogan Joe Curran y William Compton.
Uno es obrero metalúrgico. El otro, publicista de éxito. Endemoniado porque su hija ha ingresado en un hospital por una sobredosis, Compton asesina al hippie que le ofreció la droga. Perturbado, confiesa su crimen. Entre ambos nace una amistad que da origen al descenso a los infiernos de la violencia por parte de estos hombres de la mayoría silenciosa americana. Hacen justicia.
Pero Joe no camina solo por la avenida del resentimiento. Otro que lo acompaña es un personaje nacido de la pluma de Stephen King, en La cúpula. Cuando cae la campana invisible sobre el Chester’s Mills, y desaparece la ley, aparece Big Jim Rennie, consejal y símbolo de lo que más odia King. Republicano del Tea Party, ignorante, oportunista que saca partido de las desventuras de los otros.
Big Jim Rennie es el tipo de ciudadano con sagacidad política para hacerle creer a todo el mundo que trabaja para su pueblo. Organiza un ejército de fascistas: brutos, sádicos, violadores, arrasan con la población con la excusa de la defensa y el bien común. Y crece la militarización, censura de medios, paranoia conspirativa del gran líder, represión, exceso de armas en la población.
No corren buenos tiempos para la humanidad. Hay plagas reales; psicopatías religiosas; asesinos de mujeres fronterizas; enemigos viscerales que son capaces de destruir el mundo antes de dar el brazo a torcer; pequeños dictadores aferrados al poder gracias a algún complejo sexual retorcido… Hay mucha gente que sufre inútilmente. Y además tenemos a Donald Trump, con sus impulsos de niño rico y malcriado.
Los primeros diecisiete años del siglo veintiuno han comenzado a caer en barrena, como esos aviones que se vienen a pique. No quiero cerrar estas líneas sin rescatar el pensamiento de uno de los mejores escritores y columnistas actuales del mundo global, Bernard Henry-Levy. Su lucidez contrasta con la oscuridad que reina.
“El nuevo lenguaje ya no es el de aquel Estados Unidos que se soñó eterno, aquel que a veces insufló nueva vida en culturas exhaustas. Es el lenguaje de un país con pelotas que le dijo adiós a los libros y a la belleza, que cree que Leonardo es un futbolista y que olvidó que nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas’’. Pobre Cummings.