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Soldados de cartón

En la memoria de cada uno de los caídos en estos cien días de lucha, sin importar cuál era su bando.  Todos son víctimas de este desgobierno y de nosotros, que como sociedad nos recostamos de ellos

¿Cuántos más? Si un demonio como Raúl Castro dice que de a poquito, de uno en uno, no pasa un coño, debemos preparar el alma para llorar a más caídos en Venezuela. En su mayoría jóvenes que no llegan a los veinte. Cuando mucho, apenas se asoman a la adultez y han ido ofrendando su vida para satisfacer la voracidad vampiresa de la democracia, que se nutre de la sangre de mártires. Son héroes, sí. Y también víctimas. Son niños jugando a ser héroes y como héroes mueren.  Y nosotros, todos nosotros, sus victimarios. Sus cobardes victimarios.

La vergüenza empaña esta lucha. Cuántos muchachos han muerto, cuántos han resultado heridos y cuántos apresados y torturados por una élite envenenada que para saciar su vicio, peca impúdicamente. ¿Hasta cuándo toleraremos esta farsa de Estado que nos mata de hambre y de mengua y ahora también con balas? Toca levantarnos y hacer que esas muertes y ese dolor no sea en vano. Toca gritar, toca alzar la voz y mandarlos al carajo. Nos corresponde rescatar al país de las manos de unos sátrapas que como los jefes del gobierno de Vichy, consintieron la ocupación del territorio por una potencia extranjera.

Ya son más de ochenta asesinados. Ya son miles los que esperando por comida y medicinas, han muerto. Ya son tantos los que a diario se suman  a la cola por la basura. Ya son demasiadas historias sobre torturas. Ya somos tantos las víctimas de este desgobierno, que tenemos el deber moral de echarlos a patadas. No merecen llamarse gobernantes. ¡Son solo vulgares criminales! Y sus manos desmerecen el derecho de tocar los símbolos patrios, que mancillan con su proceder siniestro. Con sus prácticas vergonzosas ensucian el gentilicio venezolano.

A estas alturas, en esta lucha doy la bienvenida a quien se sume para ponerle coto a este horror. Si debo abrazar a Eva Golinger, lo haré. Si debo compartir el convite con Miguel Rodríguez Torres, con Nícmar Evans, Héctor Navarro, Ana Elisa Osorio, Maripili Hernández y aun con Jorge Giordani, que a mi lado se sienten y de mi vaso beban. A estas alturas no deseo tener la razón ni ufanarme frente a los vencidos. Solo deseo que esta pesadilla acabe. Solo deseo que al fin brille el sol en el horizonte y nos despertemos iluminados por la cálida luz democrática.

Han caído más de ochenta víctimas. Muertes que arrastran como los pecadores sus fardos cargados de culpas y lamentaciones, quienes  no le pusieron fin a esta pesadilla a pesar de haber tenido la oportunidad. Amparados en una institucionalidad prostituida, han dejado la lucha en manos de los más bisoños, que han salido al frente con coraje para ofrecerse como carne de cañón. Se han ofrendado y a ellos debemos tanto que no habrá monumento que los honre adecuadamente. Cobijados por un poder rancio y corruptor, soldados de cartón asesinan a unos muchachos escudados con cartones.

Sirva este texto mío, como el modesto esfuerzo de quien agradece de antemano a esos jóvenes que han dado tanto y siguen dando por todos nosotros. No hay mayor obelisco para homenajearlos que ponernos de pie y al unísono exigirle a la élite que se largue con su ejército de ocupación y nos deje reconstruir el país que ellos, sin piedad ni pudor, tiraron al estercolero.

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