Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Sofía en la tina

Desde que Sofía era niña, nada le daba más ilusión que bañarse en tina. Tenía la impresión que al sumergirse en el agua regresaba al vientre materno y que flotaba a sus anchas en el líquido amniótico. Andando el tiempo, ya casada, una de las condiciones para rentar un departamento o casa era que contara con el dichoso implemento de baño, de lo contrario, prefería no firmar ningún tipo de contrato. Cuando supo que la habitación del hotel no tenía televisión, pero sí un maravilloso baño con tina, pensó: «La verdad que qué suertuda soy, venir a París con mi maridonovioamante y poder bañarme en tina, he allí un prospecto de viaje que cualquier esposanoviaamante envidiaría».

La noche de su llegada, lo primero que hizo una vez que desempacó fue dejar correr el agua. Mientras se llenaba la tina lentamente, Sofía se desvestía poco a poco, como si se hubiera tratado de una vampiresa del cine mudo. Mientras tanto su pareja revisaba los arcaicos enchufes para ver si cabían las clavijas de su computadora, su teléfono y su iPad. Unos minutos después, Sofía se fue introduciendo en el cálido receptáculo que la esperaba. Todo estaba perfecto, la temperatura del agua, las toallas blancas suaves y esponjadas, el jabón perfumado, pero sobre todo el ánimo de pasar su primera noche parisina bajo los influjos de la Ciudad Luz. El tiempo pasaba y Sofía, adormilada, soñaba… Al cabo de un buen rato, volvió a abrir la llave del agua caliente. «A partir de ahora, tengo todo el tiempo del mundo. No tengo prisa, no tengo que correr, las manecillas de los relojes de París parecen moverse con lentitud, en especial, para los enamorados. Afuera, está la luna que se refleja en el Sena, cuyos puentes recorreremos mañana, él y yo, tomados de la mano». Todo esto se lo decía a la vez que se pasaba el jabón oloroso a nardos por todo el cuerpo. Estaba feliz. Finalmente, llegó el momento de salir de la tina; había que incorporarse despacito, muy despacito, ya que temía resbalarse, pues la bañera no contaba con un tapete antiderrapante. Primero, intentó haciendo un esfuerzo apoyando los brazos sobre los bordes, nada. Era inútil, no lograba impulsarse ni un centímetro. Por añadidura, no había de dónde sujetarse. ¿Cómo podría ponerse de pie, sin el riesgo de resbalar y caer de bruces? «Oh, là, là!», exclamó Sofía, para sí, varias veces. «Y ahora qué hago. No puedo salir, no hay espacio para ponerme de rodillas. La tina está demasiado honda y estrecha. ¿Cómo le hago? Híjole, ni modo que le pida a mi esposonovioamante que venga a ayudarme. Resultaría totalmente anticlimático. La verdad es que estoy un poquito pasada de peso y con este espacio tan pequeño en el que me encuentro, me veo más llenita. Prefiero ahogarme antes de que me vea así, en este estado tan patético. Pero ¿cómo carajos le hago? No hay manera de moverme ni de lado, ni para atrás, ni para adelante…». Sofía estaba angustiadísima, entre más pasaba el tiempo más incapaz se sentía de poder salir de aquella prisión acuática. Para ese momento, el agua ya se había enfriado. Para colmo, tenía la piel chinita por el frío, y las manos y pies, todos arrugados por haber permanecido tanto tiempo dentro del agua. «No es posible… De algún modo tengo que salir de esta pinche tina. Qué raro, del otro lado no se oye nada. A lo mejor él ya se durmió y yo aquí, metida en este agujero. ¿Qué demonios puedo hacer? Dejé el celular en la recámara. En este estúpido baño, no hay teléfono. Si sobrevivo, mañana mismo me voy a ir a quejar, primero al hotel y después, a las oficinas de Turismo. Es el colmo que no tomen en cuenta que hay turistas de la tercera edad que requieren ciertas medidas de seguridad. No me quiero imaginar a una señora más gorda y más vieja que yo en este predicamento. Seguramente, moriría en el intento. Y de pensar que Francia recibe más de 80 millones de turistas al año. Es para que tengan las mínimas atenciones básicas bien establecidas en todos los hoteles, aunque tengan solamente dos estrellas. ¿Voy a morir de esta manera en este mugre hotel de París?».

Estaba Sofía en estas cavilaciones de desesperación, cuando de pronto se abrió la puerta del baño. Tuvieron que pasar 30 largos minutos, haciendo él esfuerzos y pensando cómo resolver la emergencia, hasta que a su maridonovioamante, por fin, se le ocurrió rodearla con sus brazos, debajo de las axilas de Sofía, y amorosamente sacarla de la trampa en la que se había metido.

Hey you,
¿nos brindas un café?