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Sofía en cuarentena

El acuerdo parecía perfecto, una semana en casa de Sofía y otra en la de su maridonovioamante. Una de las condiciones para reanudar su relación era que cada quien viviera en casas diferentes; martes y jueves comerían juntos en la de Sofía, y los weekends los pasarían en el departamento de su pareja sentimental. Hacía unas semanas habían cumplido un año con esta misma fórmula, y los resultados habían sido más que óptimos: ni un disgusto, ni un desencuentro y ningún tipo de reclamos. En otras palabras, parecían estar eternamente de luna de miel, después de 20 años de casados. Gracias a la «cuarentena», era la primera vez que convivían tantos días juntos. De allí que Sofía pensara que había que organizarse muy bien para esta nueva experiencia. En primer lugar, había que llenar la despensa, comprar la fruta y las verduras no muy maduras, para que duraran ocho días; como la cocinera también se confinaría 15 días, le pidió con anterioridad que cocinara la carne y sopas, para no tener que pasar horas en la cocina; Sofía no olvidó las pastas preparadas, galletas; todo tipo de goodies para el aperitivo, salsas mexicanas, pollos horneados y muchos arroces. Tampoco olvidó los postres: las paletas de helado cubiertas de chocolate, gelatinas y frutas en almíbar. Nunca habían estado tan llenos su despensa y refrigerador. En el congelador ya estaba el vino blanco y el vodka polaco, que tanto le gusta a su pareja. Dos botellas de tequila estaban previstas para las tardes más tediosas y una de Prosecco para la «hora ámbar», en la que el departamento de Sofía suele pintarse, con la puesta de sol, todo de amarillo. En su celular ya tenía la lista de películas y series que había que ver.

El fin de semana había funcionado todo de maravilla. La mesa para el desayuno en la cocina puesta como de revista; los menús para la comida y cena habían quedado deliciosos. Las conversaciones con el doctor acerca del coronavirus habían sido muy interesantes. Sus diálogos fluían amorosamente. Pero el domingo por la noche se presentó un incidente inesperado: «¿Cuál es tu password para el Netflix?». «Híjole, no me acuerdo», contestó Sofía. Más de una hora estuvieron tratando todas las contraseñas que tenía almacenadas en su celular desde hacía cinco años. Ninguna de ellas funcionó. Decepcionados como estaban optaron por ver, divertidos, una vieja película mexicana. «¿No tienes otro cojín?, éste está demasiado aguado, no puedo dormir». Sofía buscó, desesperada, entre todos sus cojines, uno más durito, pero fue inútil. No encontró nada. Esa noche su pareja se la pasó dando vueltas en la cama de un lado a otro. A la mañana siguiente, el maridonovioamante se despertó casi al alba y le dijo a su roommate: «Creo que tengo calentura. ¿Dónde está tu termómetro?». Sofía se quiso morir, no había comprado uno desde que su última hija tenía 5 años. «¿Cómo que no tienes termómetro?», preguntó el doctor. «No lo puedo creer, especialmente en esta contingencia», agregó entre irritado e impaciente. Como de rayo, su esposanoviaamante dio un salto de la cama y se comunicó a la farmacia para pedir todo lo que le faltaba: «Están agotados. No tenemos ningún tipo de termómetros. Tampoco tenemos alcohol ni cubrebocas ni papel de baño ni gel para lavarse las manos. Todo está agotado». Sofía no sabía qué hacer. Le tomaba el pulso a su pareja, le ponía la mano sobre la frente y le decía supercariñosa: «No, no creo que tengas fiebre». Él la veía con ojos desvelados, pero, sobre todo, incrédulos. Nerviosa como estaba Sofía, puso pésimo la mesa del desayuno y hasta se le olvidó poner el periódico. Para ese momento, afortunadamente, el doctor se sentía mucho mejor. Con gustó lavó los trastes del desayuno. «El basurero ya está hasta el tope. ¿Dónde tienes las bolsas de basura?». Por más que los dos las buscaron, jamás las encontraron. «¿Cómo es posible que no tengas en previsión más bolsas de basura?. Ahora más que nunca se requiere mucha higiene». Era evidente, ¿cómo diablos se le había olvidado incluirlas en su lista del súper? Aún faltaba lo peor. Por más que el esposonovioamante esperó a que saliera el agua caliente de la regadera para bañarse, en su lugar caía un chorro helado. «Me temo que no hay gas…», le dijo a su compañera de la manera más amorosa del mundo. De pronto Sofía, con las lágrimas en los ojos, se dirigió hacia el balcón y exclamó a los cuatro vientos: «En este edificio nada más viven conservadores y neoliberales. Detente, enemigo. Me urgen las estampitas de AMLO…».

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