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Sobrevivir a Picasso

Es verdad que nadie es totalmente bueno ni completamente malo. Somos humanos y erramos como tales. Pero al final de la vida de cualquiera se cierra la cuenta y el balance queda a manos de los allegados. Quiéralo o no el muerto, lo hecho, hecho queda y tampoco se deja de notar lo que dejó de hacer. Y si el muerto es famoso, digamos que es un tipo como Picasso, en la mayoría de los casos y a primera vista, el balance que se publica es bueno: tan simple como que Picasso cambió la historia del arte y ocupa un lugar sagrado en la estima de la humanidad, por abrir una senda inexplorada de inspiraciones exóticas y libertades pasionarias que aun nos llena de evocaciones y fantasías cada vez que miramos su obra. Por decir lo menos.

Todo el mundo sabe que él no inventó el cubismo. Fue esfuerzo de muchos pintores anteriores y contemporáneos a él, pero fue él quien lo cristalizó llevándolo hasta sus últimas consecuencias con una valentía que le mereció el status de genio.

Muchas de sus pinturas se han vuelto símbolos para la humanidad entera. Picasso es eterno, no pasa de moda, nadie lo pone en duda… ¿quién podría imaginar que la Paloma de Picasso, vuelta insignia de paz, amor, amistad y todo lo bueno, haya surgido de las manos de un hombre que decía que “para pintar una paloma primero hay que retorcerle el cuello»…? Su nieta, Marina Picasso, lo cuenta todo en su libro “Mi abuelo”. Y con vivo resentimiento recuerda al artista que todos veneramos como un déspota misógino capaz de emponzoñar y destruir a todos los que estaban a su alrededor. «Nadie en mi familia pudo escapar a su total dominio. Necesitaba sangre para firmar cada una de sus pinturas. He pasado toda mi vida tratando de escapar de la miseria creada por Picasso».

Marina publica sus recuerdos por tratar de exorcizar la peor de las herencias: la miseria del desamor. Una miseria que la ha convertido en una de las mujeres más ricas de Suiza, con una fortuna de dos mil millones de francos suizos, equivalentes a 2.159,76 millones de dólares americanos.

Dueña de 400 óleos y unos 7.000 bocetos y dibujos, Marina ha sabido actuar con prudencia por no saturar el mercado con obras de Picasso. No quiso arriesgarse a reducir el valor de las obras con el exceso de oferta. Es por eso que aún mantiene un “legado que detesta».  Y en su deshacerse poco a poco de ese millonario peso, recientemente publicó en el ‘New York Post’ su intención de vender siete pinturas de Picasso, entre ellas el retrato que hizo de la bailarina Olga Khokhlova, su abuela, y que presidió durante años el salón de su casa. Además pone en venta la emblemática casa-estudio familiar de La Californie y el refugio de Cannes donde el pintor vivió junto a su segunda esposa, Jacqueline Roque, de la que tampoco Marina guarda un buen recuerdo.

Así como no es nada bueno el recuerdo del suicidio de su hermano Pablito, que obsesionado por su “genial” abuelo, y no pudiendo soportar su desapego y desprecio, terminó por beberse un litro de lejía a los 24 años, el día después de la muerte del pintor, cuando no le permitieron entrar al velorio. «Pablito nunca encontró el menor afecto de Picasso. Ni a él ni a mí se nos permitió ir a su 88 cumpleaños, ni se nos autorizaba a cruzar la puerta de Mougins, custodiada por gigantescos perros afganos», cuenta Marina en sus tristes memorias del abuelo. “No éramos más que la escoria del arte de Picasso”.

Pablito agonizó casi tres meses con los órganos deshechos hasta que murió.  Su hermana Marina le acompañó en su lecho de muerte. Y no olvida que tuvo que pedir dinero prestado para el entierro.

Ambos eran hijos del primer matrimonio de Paulo Picasso, primogénito del pintor, y Emilienne Lotte, mujer “inestable” que nunca fue del agrado del abuelo. Tal vez por eso el matrimonio sólo duró los tres años y luego de la separación los niños fueron desterrados en la casa del abuelo. «Mi abuelo tenía retratos de todos sus familiares en el estudio menos de nosotros».

Se criaron en un ambiente miserable, sufriendo todo tipo de precariedades, al amparo de un padre alcohólico y frustrado, y maltratado y vilipendiado por el abuelo Picasso, que lejos de hacerse cargo de los gastos, lo usaba de chofer con desprecio.

Paulo, el padre de Marina y Pablito, le tenía pánico a su padre el gran pintor. Ya lo había visto repudiar a Olga Khokhlova, su madre, conocía su desprecio. Marina y Pablito eran testigos de los desplantes que le hacía Picasso a su hijo Paulo, cuando llamaban a su puerta. Ellos eran quienes consolaban a su padre en el camino de vuelta a casa.

Jacqueline Roque, la segunda esposa de Picasso, ejercía de centinela para el resto de familiares. A ella se le acusa como responsable de la separación de Picasso de sus vástagos. En todo caso era ella quien lanzaba los perros contra Pablito cuando quería ver a su abuelo. Con decir que Pablito era drogadicto y estaba obsesionado por su abuelo, se hacía de suficiente excusa. Pero Pablito no desistía, podía pasar la noche acampando a la puerta de la casa de Picasso para que le dejaran ver al abuelo… pero no era fácil franquear las barreras de su desapego. Sólo Paulo pudo asistir a su funeral. Ningún otro de sus hijos ni nietos.

10 años después le tocó a Jacqueline: también decidió quitarse la vida, un tiro en la cabeza acabó con la depresión que la abatía desde la muerte de Picasso: «Has entrado en el sacerdocio, me llamarás monseñor», le dijo Picasso justo después de casarse con ella. Y así fue ese amor.

Marie-Thérèse Walter, musa, amante y madre de la segunda hija de Picasso, Maya, se había ahorcado en 1977. Dora Maar no llegó a matarse tal vez porque su salud mental le robó toda voluntad. Por lo visto, sobrevivir a Picasso no le ha sido fácil a nadie.

Pero la muerte no es suficiente fin: Picasso no hizo testamento y dejó así todo dispuesto para que sus herederos se pelearan por un legado ingente, millonario, siendo él el mejor coleccionista de sí mismo. El proceso para repartir las obras acumuladas fue largo -había que hacer inventario de más de 1.800 pinturas, 1.200 esculturas, 7.000 dibujos…- y costoso. El Estado francés se quedó con muchas de las mejores piezas por los impuestos. 8 años después de su muerte, finalmente se hizo el reparto definitivo. Paulo, el torturado primogénito murió 2 años después que su padre, así que no llegó a heredar. Jaqueline obtuvo un 30%; Marina y Bernard un 20% y el resto de los hijos del pintor un 10%. Marina la primera a escoger, delegó en el marchante Jan Krugier porque, «apenas conocía la obra de mi abuelo». Con excelente olfato, Krugier escogió para ella las mejores piezas.

Marina pasó años “en el diván de mi analista, para recuperar el derecho a la vida…”, hasta que consiguió una salida: la filantropía. La Fundación Marina Picasso, en la que ha invertido gran parte de su herencia, atiende a más de 400 huérfanos en Vietnam. Volcarse a atender la infancia desprotegida, ha sido su manera de recuperar la suya propia.

Otros herederos del artista han sido menos sentimentales: Olivier Widmaer Picasso, nieto de Marie Thèrése, fue quien cerró el sustancioso trato con Citröen para que uno de sus carros llevase por nombre Picasso. No le perdona a Marina el haber revelado el carácter sádico, egoísta, mezquino y megalómano del abuelo artista en su libro. Temía que eso pudiera afectar sus negocios, al igual que su medio hermano Bernard, principal impulsor del Museo Picasso de Málaga: «Tengo mucho cariño por mi medio hermana. Si ella tenía que decir estas cosas y publicarlas, es su decisión. Pero yo no reconozco a mi abuelo en su libro», dijo en una entrevista con ABC. Paloma, la mas famosa de los herederos, logró hacerse de una vida con el apellido Picasso que le concediera el padre, en combinación a su talento para diseñar joyas (Tiffany) y perfumes. Una vida bohemia, glamorosa y aparentemente autosuficiente. O por lo menos eso es lo que hasta ahora se sabe… Mientras les dure la herencia del nombre Picasso que pertenece como marca a sus descendientes sólo hasta el año 2023. Luego dejarán de percibir las cuantiosas cantidades que devengan por derechos y tal vez entonces es posible que Marina se deslastre del peso del desamor de su abuelo que la ha hecho millonaria.

Atajo una pregunta que me palpita en la menos racional de mis cosmogonías: ¿será que Picasso, después de todo, descansa en paz?

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