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Andres Correa

¿Sobrevivimos al 2020?

Inevitable no comparar al castrista “gordito de la camisa rosada” invadiendo la televisora estatal venezolana en 1992, con el patán de derecha irrespetando la oficina de la presidenta de la Cámara Baja en Washington 2021.

Así, muy temprano este año demuestra que siempre se puede retroceder más, incluso después de un truculento antecesor como el que acabábamos de ¿cerrar?

Si usted está leyendo esto, sobrevivió al 2020. Al menos en teoría, porque tras semejante sacudón, nada ni nadie es igual. Lo contrario sería una gran decepción.

Yo, tú, él, ella, nosotros… todo cambió, pero las lecciones no lucen aprendidas. Nueva York, quizá la ciudad que más ha perdido -gente y brillo- por el coronavirus, tardará años en recuperarse, luego de que salieran a flote tantas costuras y aguas por años no servidas.

Muchos creen que, por contraste, mientras la gerencia federal en Washington conspiraba contra el sentido común y la ética, los políticos en Nueva York hacían “un buen trabajo”. Pero no. Compararse con la mediocridad no garantiza eficiencia.

Ya antes de la pandemia Nueva York estaba perdiendo población y calidad de vida, pero el dinero, los turistas y el derroche de algunos, disimulaba la pena de otros. Hasta que en marzo pasado sucedió lo impensable: la arrogante ciudad de rascacielos cayó vencida por un enemigo invisible.

Hoy, algo tan simple como caminar por una acera -lo más neoyorquino- se ha convertido en una pesadilla: la basura, la indigencia, los ciclistas anárquicos y los negocios vacíos ofrecen la peor facha posible. No sólo por la pandemia, sino por la incompetencia de los gobiernos municipal y estatal, empeñados en pelear entre sí y con la policía, en una ciudad tan caótica que hasta el cavernícola Trump terminó sacando más votos de los esperados.

Teatros, cines, hoteles y rascacielos cerrados. Ahora el egocéntrico gobernador Cuomo ha anunciado que muchos de esos espacios serán transformados en vivienda. Demagógica idea que olvida lo principal: sólo en fábulas de hadas una ciudad puede sobrevivir a punta de hogareños que recogen frutos silvestres (beneficios sociales), sin generar riqueza.

La arrogancia, la neurosis y el mal humor tragicómico de los neoyorquinos han mutado en amargura, desidia y dejadez, callando verdades “para no ofender”, viviendo al día y sin planes; con muchos profesionales preguntándose cada quincena si vale le pena seguir acá, pagando los impuestos más altos del país en apartamentos pequeños que ahora también son oficinas (si aún se tiene empleo y techo, claro).

Esta “impensada” Nueva York es un espejo nacional y global de lo que podría venir si seguimos dando todo por sentado y fabricando dependencia, anarquía y pobreza: en 2020 se duplicaron los tiroteos, 70% quedaron sin resolver y 88% de los detenidos por violencia armada volvieron a la calle. Es una impunidad típica de esos regímenes apartados de la ley, cada vez más osados y con menos contrapeso que se han consolidado en el mundo.

El bipartidismo anacrónico se ha vuelto más extremo, la educación cede y las balas se multiplican. ¿Sobrevivimos al 2020? Estados Unidos no parece haberlo hecho, a menos que demuestre que la demagogia da paso a la sensatez.

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