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Sobre Pinochet y Maduro: Narrativas y Realidades

La diferencia esencial entre la derecha y la izquierda es que la primera no idolatra ni dedica poemas, canciones o películas a los tiranos genocidas de su bando. De hecho, ni siquiera suele relativizar sus crímenes.

La izquierda en cambio rinde constante pleitesía y romantiza a sus asesinos más sanguinarios, a sus Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, y Fidel. De no hacerles estatuas ni dedicarles discursos grandilocuentes, entonces se relativizan sus atrocidades o se justifican en nombre del ideal colectivista y estatista detrás de sus violaciones a los derechos humanos, sus presos políticos, sus muertos, sus desaparecidos, sus desplazados, y sus millones de hambrientos.

No es casualidad que sobren políticos, periodistas e intelectuales que asumen una amigable neutralidad con la tiranía cubana pero se llenan de indignación y fervor justiciero al hablar de Stroessner, Videla o Pinochet.

Sobre todo de este último, del cual se han hecho tantas canciones de protesta, tantos poemas contestatarios, tantos discursos en contra y tantos titulares agresivos que se puede considerar el dictador más impopular de Latinoamérica, tanto para los latinoamericanos como para el resto del mundo que siente curiosidad por esta decepcionante región.

Todo lo contrario al talismán izquierdista que siempre ha sido la dictadura cubana, de la cual se han compuesto millones de canciones a favor por parte tanto de la nueva trova como de artistas internacionales. Dictadura de la cual se han escrito océanos de poemas y discursos a su favor, al igual que titulares tan benignos como cómplices e irresponsables.

Solo hay que analizar cómo la tragedia cubana no figura en ningún medio de comunicación de renombre. Solo hay que analizar cómo el chat privado de Rosselló generó más seguimiento mediático que el apagón masivo que ha sufrido la isla.

Solo hay que analizar el titular escrito por el New York Times cuando murió Pinochet y cuando murió Fidel Castro.

De la manera más cínica e injusta, este dictador chileno ha sido el paradigma de las tiranías que llenaron de cadáveres a la región en el imaginario colectivo tanto latinoamericano como mundial.

Sin embargo, para pesar de tantos historiadores, sociólogos, periodistas, intelectuales y políticos de izquierda, Nicolás Maduro es muchísimo peor que Augusto Pinochet en todos los aspectos imaginables.

En todos y cada uno.

Si se toma en cuenta que la piedra angular de quienes asumen a Pinochet como lo peor que le ha ocurrido a Latinoamérica son las violaciones sistemáticas de derechos humanos junto a los asesinatos y desapariciones, Maduro ha duplicado en números a Pinochet en estos dos aspectos.

Durante la dictadura de Pinochet se registraron en Chile poco más de tres mil personas muertas y desaparecidas en las casi dos décadas que duró la dictadura.

Por su parte, solo en el periodo comprendido entre enero del 2018 y mayo del 2019, se registraron en Venezuela 6.856 asesinatos por parte de las autoridades del régimen socialista.

Por otro lado la dictadura chilena produjo la emigración o auto-exilio de casi trescientas mil personas, mientras que en Venezuela han sido casi cinco millones los que han decidido escapar en los últimos años.

Para más Inri, resulta imposible para la izquierda soslayar estos hechos basándose en la desacreditación de la fuente oficial, ya que los números de la barbarie venezolana fueron investigados, estudiados y confirmados por la comisión de derechos humanos de la ONU.

La misma institución que la izquierda ha avalado cuando evidencia las atrocidades y atropellos cometidos por dictaduras de “derecha” en la región.

De existir la honestidad intelectual, el repudio a la tiranía debería contar no solo con el consenso de todas las partes sino también con la narrativa y semántica correspondiente.

Porque mientras con Pinochet no existían reparos en llamarlo (con toda justicia) dictador y catalogar su gobierno como dictadura, ningún medio de comunicación de renombre usa los mismos calificativos contra Maduro y su tiranía.

Como había resaltado en una de mis columnas anteriores, dicha irresponsabilidad (o complicidad) ocurre en mayor medida en los medios norteamericanos y europeos.

En el caso de los medios en español se debe hacer mención al diario El País por ser el más representativo. Y lo cierto es que si bien sus artículos contra el régimen socialista empezaron a ser redactados con guantes de seda una vez que Trump hizo público su apoyo a la oposición, este periódico siempre ha sido frontal contra Chávez y luego Maduro.

Si en el periodismo el panorama no luce alentador, en el ámbito político y artístico es igual o peor.

Si hay algo que las tiranías más nefastas nos han enseñado es que tanto la verdad como la honestidad intelectual que requiere aceptarla cuando esta atenta contra la cosmovisión ideológica no es más que una futilidad asumida por los inocentes o biempensantes dentro del liberalismo.

El verdadero disociado, la verdadera muestra de que se está fuera de la realidad es cuando se piensa que quien antepone determinadas agendas y posturas ideológicas a la verdad está equivocado.

Bajo el sistema socialdemócrata y de estado de bienestar que vivimos en occidente, la realidad es todo aquello que no afecta ni contradice sus narrativas e intereses.

Todo aquello que los afecten y las contradiga se oculta, se ignora, se relativiza o se niega.

Es por ello que a ninguna figura de izquierda se le juzga igual que a una de derechas. Es por ello que de los nazis hay un sinfín de documentales y películas manifestando con crudeza su horror, pero de los soviéticos todo es un desdén intelectual o una profunda romantización.

Es por ello que a Estados Unidos se le critican todas sus políticas internas mientras que con China se hace la vista gorda.

Es por ello que el New York Times llama a Pinochet “dictador” y a Fidel “líder revolucionario” el día de sus muertes.

Es por ello que a la peor tiranía en la historia de Latinoamérica como lo es la chavista se le trata como una dictadura común y corriente o como una democracia imperfecta.

Es por ello que solo serán un puñado de políticos grises e impopulares quienes reconocerán y aceptarán la verdad, a diferencia de millones que culpará a los Estados Unidos, o aceptará los horrores de la tiranía venezolana negando su condición socialista.

No deberíamos engañarnos.

Desde el siglo veinte las dictaduras más salvajes e inhumanas han sido las izquierdistas, y sin embargo, en los medios de comunicación y las universidades se nos hace creer que éstas no han existido y que las peores han sido de derecha.

Siendo así, ¿por qué se habría de pensar que será distinto con la tiranía venezolana?

Hasta que la derecha no asuma un rol protagónico en las artes, en los medios de comunicación y en el mundo cultural e intelectual en general, será por siempre la izquierda la que controle el mensaje. La información y las historias que eventualmente creeremos y daremos por ciertas.

Hasta que no cambie este sistema socialdemócrata y sus narrativas e ideas preconcebidas que las mayorías ya han asumido como axiomas, Pinochet seguirá siendo el asesino en serie que hundió en sangre a un país mientras que los Castro no serán más que dos rebeldes que solo ansiaban una sociedad más igualitaria.

Y Maduro, pues nada más que un presidente populista que vio a su país hundirse por las sanciones norteamericanas y uno que otro error en materia económica.

Es la narrativa más conveniente para mantener el sistema en orden y evitar que el liberalismo y la repulsión a cualquier clase de estatismo empiece a esparcirse en el ideario latinoamericano.

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