El trato con los otros supone y establece el esfuerzo y la disciplina metódica para ponerse en relación con esos otros. En la dimensión del trato, lo que es básico es la comprensión del otro y desde allí, se puede aprender (enseñarse) a tolerar. Cada quien sabemos desde donde habla el otro, cuando yo lo sé, lo acepto.
Dado que nunca hemos construido el trato para con los otros, desde y en el trato con nosotros mismos, no tenemos manera ni forma de sabernos en el otro. Tolerancia, quiere también decir, conocernos a nosotros mismos e intentar (tentativa excesiva y fascinante) conocer a los otros.
No hay exclusión ni discriminación de los otros, cuando yo sé quien soy, que poseo; cuál y cómo es el carácter y la condición que proyecto de mí mismo ante el otro, desde mi forma de ser, de mí estética. Es allí, donde en medio de esa necesidad de relación con los otros, está incluida, incrustado el deseo de resolverse y revelarse en el otro. El otro se convierte en quién me revela parte fundamental de lo que soy y quiero ser, y yo lo revelo a él como es y en lo que quiere ser; es pues un intercambio dialéctico y creador.
Hay que intentar saber siempre del otro, antes de criticarle para excluirlo o de condenarlo, en lo que el otro es, y yo no puedo ser. Todo esto, podríamos decir, se puede resolver en la medida en que entre, como un elemento altamente inspirador, a la relación lo que llamamos admiración. El arte (relación estética) de admirar al otro, en lo que es, y hacer que aquello que es se dimensione en el mundo de uno mismo. Cuando el trato proviene de la admiración del otro, admiración racional y sensorial, ya es mucho el terreno que se avanza y se podría avanzar en el ámbito de las relaciones humanas, que de tormentosas pasarían a ser iluminadoras de la vida de cada miembro de la comunidad en la cual se está y en la que se participa e interviene. Esos otros, no están pues allí dados y no son evidentes, sino que hay que crearlos. Crear al otro, hace posible la mayor facultad de tolerancia y respeto.