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La muerte de Artemio Cruz
viceversa magazine

El padre, el hijo y el fracaso de la burguesía (Parte II): Sobre La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes

Nos quedamos en la narrativa alternativa que, en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, nos habla del fracaso heroico de la II República Española y lo compara con el fracaso sin gloria de la Revolución Mexicana. Más aún, en este verdadero alternate ending, no es el objeto de deseo femenino, probable símbolo de la esperanza o de la paz, el que muere, sino el personaje masculino que, en el contexto de esta novela, es el único activo, y que parece constituir una alegoría de la burguesía mexicana. Que el sujeto muera enfrentando, absurdamente, el ataque de un avión con un fusil que tiene sólo dos balas y que ni siquiera funciona bien, sin embargo, convierte a esta muerte en una quizás tragicómica, o en todo caso complica una lectura puramente heroica de Lorenzo, del mismo modo que el sentimiento de culpa de su padre, que se acusa, básicamente y ad nauseam (sobre todo en varias secciones de las últimas cien páginas de la novela), de haberlo empujado a participar en la guerra, complica las cosas en el sentido de que, al fin y al cabo, es precisamente la muerte de Lorenzo la que le confiere una cierta grandeza y lo hace diferente de Artemio, el eterno superviviente.

Y es que Artemio sobrevive, efectivamente, sólo para acabar siendo una patética figura que preside una farsa social como la de la fiesta burguesa de 1955, en la que la cacofonía de las voces de los asistentes (plasmada por medio de una concatenación caótica de frases entrecortadas y sin procedencia específica) pretende retratar, por un lado, el hecho de que todos los invitados presentes están conscientes de que la vida del patriarca es, básicamente, un amasijo estéril de ruinas o, para ponerlo en palabras de Robert McKee Irwin, de que “as with so many characters of the literature of the age, his [Artemio’s] power is all a pose. It exists only so long as everyone else believes that it does”.

Pero esta cacofonía pretende también hacer visible, por otro lado y por extensión, el hecho de que la clase social que, con un cierto entusiasmo, se auto-celebra allí como la elite, bajo la mirada escéptica o, mejor, desencantada del anfitrión, es de por sí un amasijo estéril de ruinas, un ser mutante y sin gloria. En eso, entonces, la burguesía mexicana es exactamente como Artemio, es decir que es presentada como un ser cuyo poder, lejos de tener base ontológica alguna, realmente sólo existe mientras dé la apariencia de poder y sea creído como tal no sólo por “el pueblo” o “los oprimidos” sino también, y acaso aun más fundamentalmente, por sí mismo.

Esta visión descarnada de una burguesía completamente egocéntrica y al mismo tiempo aterradoramente estúpida, tragicómicamente ciega (es demasiado estúpida para ser propiamente trágica) y destinada al fracaso, así como en consecuencia a la completa improductividad en el plano de lo trascendental, difiere obviamente del modelo del héroe masculino romántico cristalizado en la figura de Lorenzo, y más bien se asemeja a la masculinidad decrépita y podrida del viejo verde y desencantado que muy en el fondo sabe que su poder es un show, o sea al personaje de Artemio. Él es, en otras palabras, el cuerpo vivo de la nación mexicana post-revolucionaria, la imprecación viva del abandono del idealismo y del proyecto igualitario originario en aras de la construcción de un status quo injusto y denigrante para todos los que participan en él, y que no se diferencia en mayor medida del sistema anterior a la Revolución ya que, en él, han cambiado sólo los jugadores, pero no el juego en sí.

Ahora bien, se dijo ya desde el principio que Fuentes escribe La muerte en un período de fervor izquierdista en América Latina alimentado, sobre todo, por el aparente esplendor inicial de la Revolución Cubana, y por eso su crítica a la burguesía mexicana puede entenderse como una comparación de ambas revoluciones en la que se apoya implícitamente, por medio del retrato de la degradación de la más antigua, la de la isla caribeña. De hecho, esta comparación se hace explícita cuando Artemio dice (en una de sus conversaciones grabadas por Padilla) que hay “un claro contraste entre un movimiento anárquico, sangriento, destructor de la propiedad privada y de los derechos humanos [this Cuban mess] con una revolución ordenada, pacífica y legal como la de México, que fue dirigida por una clase media inspirada por Jefferson”, y queda perfectamente claro que ni él mismo se cree esa interpretación revisionista de la historia (lo que es demostrado por todo el resto del libro y, muy especialmente, por el capítulo mencionado que trata de la Guerra Civil española).

Así, si la visión de Fuentes es una en general pesimista, muy propia del desencanto de la intelectualidad mexicana de los cincuentas, el título mismo de la novela, así como su también ya citada dedicatoria y el tono irónico de los pasajes que rayan en el panfleto o en la caricatura política dejan entrever un optimismo más propiamente sesentas. Al fin y al cabo, si Artemio Cruz es la burguesía fracasada e improductiva, y ésta la culpable de los problemas sociales de México, su muerte plantea no sólo un momento de clausura y de desolación sino, también, y aunque sea potencialmente, de tabula rasa o resurrección.

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