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Sobre la cancelación de la exposición de Nitsch

Otra vez el arte demuestra su tremebunda fuerza. La noticia de que Hermann Nitsch llevaría su obra a México movió a las redes sociales, horrorizó a muchos y convocó al debate. Ahora que se ha cancelado, las opiniones se hacen todavía más presentes. No creo que, como claman sus críticos, esto sea un triunfo en contra del “arte farsante”. Por el contrario, me parece, es un triunfo para Nitsch: revela que su objetivo, impactar, se ha cumplido, y lo devuelve al centro de atención, donde todo artista agradece estar.

Los argumentos utilizados en México para rechazar su exposición son pobres y denotan falta de conocimiento. La campaña que recaudó firmas en change.org asegura que Hermann Nitsch asesina los animales que usa en sus performances. La verdad es que no hay ninguna evidencia de que así sea, y algunas fuentes indican que no. El libro Blood Orgies: Hermann Nitsch in America (Slought Books, 2008) dice que Nitsch adquiere los animales muertos en granjas alejadas de la ciudad. En una entrevista que le hizo la revista Vice, el austriaco hace referencia a una de las ocasiones en las que fue detenido cuando intentaba conseguir una oveja muerta para uno de sus actos. Y en otra entrevista concedida en 2004 dice claramente: “No, no hemos matado al animal, todo es simbólico”. Incluso sobre su Six Day Play, que se realizó por única ocasión en 1998, la información afirma que “ningún animal será sacrificado únicamente para el Six Day Play. El sacrificio simplemente tomará lugar en el castillo en vez de en el rastro”. Las declaraciones del artista también afirman que toda la carne utilizada ha sido cocinada y consumida después. Además, hay que aclarar, el Teatro de Orgía y Misterio –nombre de su famoso performance– no se ha vuelto a practicar desde finales de la década de los 90’s.

Por otro lado, la horrorización masiva ante un ritual que tiene como centro carne y sangre no tiene sustento en un país donde los católicos son mayoría. El centro de la celebración católica es la carne y sangre de Jesús. El vino representa la sangre del profeta, y el pan y la ostia su carne. En la misa se dice: “que cada comunión con su Cuerpo y Sangre instalen a Jesús honda y firme en nuestra mente y en nuestro corazón”. Las canciones católicas también lo hacen notar:

Cambia mi pan en tu carne

y mi vino en tu sangre

y a mí señor

renuévame

límpiame

y sálvame.

¿Por qué el espanto al ver a un grupo de personas bebiendo sangre de un puerco cuando el sacerdote hace lo mismo con la sangre de Jesús, simbólicamente? La ostia es tan preciada porque es un pedazo del cuerpo de Dios, y comer un pedazo de él no es visto como un acto de salvajismo, sino de comunión, renovación, salvación. Los performances de Nitsch proponen lo mismo: una comunión con el mundo, basada en “la creencia en el todo, en la creación entera, la creencia en el ser”, dice Nitsch. No violencia como se ha dicho en los últimos días. La asociación casi automática que hacemos de sangre con violencia es reciente. Por ejemplo, en la poesía, la sangre ha sido desde hace siglos la representación de la vida, una vida que fluye, nunca estática, siempre en movimiento.

Lo que esto revela es que nuestro deseo de volvernos más civilizados implica el rechazo a establecer una relación con el mundo que nos rodea y a cualquier acto que nos recuerde que alguna vez la tuvimos. Cuando las tribus nómadas cazaban, el acto refrendaba su conexión con la tierra y estaba impregnado de un profundo respeto a la naturaleza. Ahora que vivimos en las grandes urbes, cazar parece grotesco y hasta inhumano. Es extraño que sean escasas las críticas en contra de los rastros, esos recintos sistematizados de la muerte animal, donde no existe consideración por su vida, documentado en diversos filmes como Food Inc.

Sea cual sea el argumento, el rechazo llevado al grado de negarle el espacio a obras controversiales como la de Nitsch no hace más que justificarlas y fortalecerlas. Ha sucedido desde Duchamp y recientemente con Andrés Serrano. Su impacto deja muy claro que algo en su obra molesta, incomoda. Quizá porque detrás de la crítica feroz se esconde un dejo de vergüenza; vergüenza por encontrase de frente ante una parte de lo que somos, que nos muestra vulnerables y hace querer olvidar.

Nota: Las citas textuales fueron traducidas del inglés.

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