Si en la actualidad existe un director japonés que se encargue de retratar los aspectos más sórdidos de la vida ese es Sion Sono. Sus películas plagadas de violencia y sangre son también una mezcla de emociones: la nostalgia, el anhelo, la monotonía y el desasosiego al que hacemos frente diariamente son algunos de los temas recurrentes en sus filmes; asimismo lo son los argumentos compuestos de detalles que aunque pudieran calificarse de imperceptibles transforman sus historias de micro a macro universos. Esas minucias que hacen que la gente vea trastocado su mundo y se deje llevar por los más oscuros caminos de la zozobra.
Sion Sono nació en el año de 1961. Ya en 1978 su inclinación por el arte era más que evidente, sus trabajos en publicaciones como The Modern Poem Book comenzaron a popularizarlo, por lo menos entre la sociedad de los poetas en Japón. Y aunque Sono decidió matricularse en la universidad, pronto se dio cuenta que su vocación era el cine. Debido a la escases de escuelas cinematográficas en su país, Sono decidió empezar por su cuenta a filmar utilizando una cámara de 8 mm, el formato casero de la época.
Lentamente se inmiscuyó en el ámbito cinematográfico participando como concursante en festivales y muestras con sus cortometrajes, en los que además agregaba trozos de su poesía. En 1987 finalmente consiguió el Gran premio del Festival de Cine PIA, con la película Otoko no Hanamichi, gracias a la cual obtendría posteriormente una beca de la misma institución.
Su primer largometraje en 16 mm, Jitensha Toiki fue bien recibido tanto en festivales como por el público japonés y se posicionó rápidamente como uno de los más taquilleros de aquel país. Esta cinta, que narra las aventuras y desventuras de un par de chicos que se buscan qué camino seguir, fue dirigida, protagonizada y co-escrita por el mismo Sono.
A partir de este momento su carrera fue en ascenso; no sólo dirigió sus propias cintas, sino que al mismo tiempo participó en producciones de otros directores dentro y fuera de Japón, a través de su poesía o como actor.
A la par del avance de su carrera y el aumento de su popularidad, la polémica con respecto a sus trabajos también se hizo más intensa, especialmente después de su participación en el proyecto Tokyo Gagaga (1997), en el que Sono y su equipo realizaron una protesta a través de la pintura y la poesía instalando mantas con fragmentos en las principales estaciones de Tokio.
Un año más tarde Sono regresó al cine con la cinta Dankon: The Man, cuyo protagonista era nada menos que un asesino serial. A este trabajo le seguiría Utsushimi (2000), un falso documental de estilo cómico.
En 2001 el director se consolidó como uno de los exponentes más importantes del cine japonés contemporáneo al escribir y dirigir un proyecto filmado en tiempo récord: Jisatsu Saakuru conocido en occidente como Suicide Club.
La siniestra historia de un grupo de estudiantes que se lanza a las vías del metro, suceso que es, en apariencia, el detonante para desencadenar una serie de suicidios masivos, conmocionó al cine mundial con sus escenas sangrientas y sus muy bien trabajadas tomas, así como el inquietante argumento de la historia, que remite por momentos a ideas como las planteadas por Kiyoshi Kurosawa en Pulse.
A raíz del éxito engendrado por la cinta, Sono publicó Jisatsu Saakuru: kanzenban, una novela que fungió como secuela de su propia cinta. En el año 2005, después de un par de trabajos menos populares, llegó la que se considera una nueva versión de Bicycle Sights, debido al tratamiento que el director le dio y a que el tema principal vuelve a ser la búsqueda del yo: Yume no Naka e (Dentro de los sueños). A ésta le seguiría Noriko no Shokutaku, que no es otra cosa que la segunda parte de Suicide Club, basada por completo en la novela Jisatsu Saakuru: kanzenban. Gracias a este trabajo Sono se hizo acreedor al Premio Don Quijote y una Mención Especial en el Festival de Karlovy Vary, además de que la cinta circuló por los principales festivales de cine a nivel mundial y pronto se convirtió en una cinta de culto para el público.
Ese mismo año el director inició con una etapa de su filmografía en la que mezclaba los problemas cotidianos con otra serie de temas tabú aderezado todo con enormes cantidades de gore. Kimyô na Sâkasu fue la película encargada de dar inicio a esta nueva era en la vida fílmica del director.
Y aunque es verdad que ha tenido algunos deslices en su carrera como la celebre Ekusute (2007), una película en donde el malo de la historia es el cabello, (sí, como se lee, el cabello del mal), también es cierto que cuenta con filmes excelentes como la conocida «Trilogía del odio», compuesta por los filmes: Ai no mukidashi (Love Exposure, 2008), Tsumetai Nettaigyo (Pez mortal, 2010) y Koi no tsumi (El romance y la culpa, 2011), cintas que si bien no son una protesta como tal, por lo menos sí una evidencia de la corrupción que el director percibe en su propia cultura.
Otras cintas que lo han hecho acreedor al reconocimiento internacional son Himizu (2011), Kibō no Kuni (2012), y más recientemente Jigoku de naze warui del 2013, esta última una comedia negra sumamente entretenida y absurda que plasma la euforia y pasión de un joven deseoso de convertirse en director de cine. Los trabajos de Sono, aunque conserven su estilo particular e identificable, resultan siempre novedosos, impactantes y entretenidos, prueba de ello su última película: Antiporno (2016) en la que deja de lado la escasa sutiliza con la que contaba para hacer una severa crítica a los estatutos morales de la actualidad. Sion Sono es un director que se ha atrevido a replantear los esquemas del cine japonés dando apertura a una nueva ola dentro de la vida fílmica de su país y del mundo.