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Sin los pies en la tierra

El presidente de México necesita ayuda urgente, pero no se deja ayudar.

Entre otras cosas, requiere un equipo de gobierno con conocimiento, sensible y eficaz, y un cuerpo de asesores que lo centre y ubique en todo aquello que está haciendo mal. Pero no escucha, no acepta como respuesta un “no” y no tiene la menor consideración hacia la crítica constructiva.

Los tiempos que corren por el país, de caos y ausencia de un gobierno fuerte, de desconfianza social y falta de rumbo económico, en otro momento serían motivo suficiente para crecerse a la adversidad, conferirle al gobierno el liderazgo que ha perdido y exhibir las prendas de estadista con que los líderes de otras naciones han hecho frente a la encrucijada de su historia.

Pero el presidente de México no ve ni quiere ver la realidad del país que gobierna, porque equivaldría a reconocer el fracaso temprano de su gestión y de su estilo personal de gobernar.

Últimamente se lo ve descompuesto y ausente, fastidiado, sin los pies en la tierra y en actitud de franca negación: virtualmente arrepentido de haber ganado para su causa, para su causa personal, la Presidencia de la República.

Definitivamente, no está a la altura de la encomienda por la que tanto luchó.

Las crisis que ha vivido el sector salud en su gobierno son largas e incontables: desabasto de medicamentos, desatención a niños con cáncer, recortes a medicina preventiva y atención prehospitalaria, 15 asesinatos por medicina contaminada en el hospital de Pemex en Tabasco y, en general, falta de suministros esenciales en hospitales públicos, porque la austeridad republicana está engordando la riqueza de algunos, entre otros, del mismísimo vástago presidencial. Amén de que en la contingencia sanitaria y epidemiológica que vivimos, hizo de México hazmerreir del mundo.

Así no se gobierna un país cuando se quiere ingresar a la historia por la puerta del frente, no por la de atrás.

En el instante más delicado de la vida del país, cuando el liderazgo de la tecnoestructura debía ser ejercido en el centro del tejido nervioso de la nación, ahí donde las decisiones salvan vidas y marcan rumbo, el presidente opta por volver a lo suyo, que para él es lo más importante: va al norte del país, donde abundan los crótalos y otros animales cartilaginosos, a darle a su liderazgo los asientos y el sustento de un baño de pueblo. De repente olvidó que México no es Mexicali y tampoco Badiraguato.

Sabemos lo que ocurrió en esa gira, entre otras razones, porque los analistas no zalameros y las redes sociales hicieron de los traspiés presidenciales su platillo predilecto.

En instantes en que la criminalidad organizada -en sus distintas modalidades- se da el lujo de correr del pueblo a destacamentos de la GN, eleva la cifra de los delitos de alto impacto y toma la respiración del país en sus manos, no hay estampa más burda y criticable que la de un presidente de la República obsequioso, encubridor, omiso, vuelto terrón de azúcar con la mamá de uno de los narcotraficantes más sanguinarios en la historia de México. En su quinta visita presidencial a Badiraguato, sería increíble que el inquilino de Palacio siguiese creyendo que le está viendo el gabán a todo un país. A Tirso de Molina, autor de “El burlador de Sevilla”, le hizo falta esta metáfora: “El burlador cesa en su farsa cuando descubre que el burlado es él”.

En la feroz resequedad de la geografía de Mexicali y San Luis Río Colorado, donde una cerveza o un trago de agua serían lubricante de primer orden para la garganta y descarga vitamínica de primera necesidad para el cuerpo, el presidente hizo otro de los numeritos que ya no sorprenden al mexicano promedio.

Ahí, a unos metros de donde se construye, con 35 mil millones de capital estadounidense, la empresa Constellation Brand´s, proyectada hasta hace unos días como la cervecera más importante de México, que crearía miles de puestos de trabajo en la región, el presidente festeja una miniconsulta local en la que poco más del 2 por ciento (la mayoría de ellos de “Morena”) dice no a la instalación de la planta en Mexicali.

Cualquier lector cándido podría pensar, con muy buena fe, que el presidente o es un titán del nacionalismo o no sabe lo que hace. Pues no. Aquí no hay nacionalismo sino negocio y sabe -aquí sí- perfectamente lo que hace: así como entrega negocios en bandeja de plata a incondicionales, también limpia y despeja el camino de su alter ego (su hijo), quien será empresario cervecero en unos días, con todos los permisos en regla.

Octavio Paz lo dijo con otras palabras, al hablar del patrimonialismo. Yo digo que el patrimonialismo ha sido, históricamente, la primera piel y la primera conciencia de la corrupción en México. ¿De qué pureza se ufanan?


Pisapapeles

No hacer cosas buenas que parezcan malas, ni cosas malas que parezcan buenas. Mi diligente recomendación a los políticos con y sin poder.

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