La señora simplemente escuchó hablar de Piero de la Francesca, y se agarró de ese Renacimiento italiano como una mona.La soledad tiene cara de perro, por insistir en las metáforas de fauna. Ella rondaba los 80 y algo, al igual que nuestro interlocutor, en la mesa del restaurant donde almorzábamos. En ambos casos, las 8 décadas de vida muy bien llevadas, por el azar del ADN que nadie decide, y también por lo vestimentario y el porte, que ya es asunto de cada quien.
De allí a arrimar su silla a nuestra mesa, no hicieron falta sino pocos minutos. Y ya en nuestra mesa, la señora nos contó la historia de toda su vida que incluíaentre muchas otras cosas, un marido traidor que le quiso quitar a los hijos, una señora madre opresiva que también vivió en su contra, castillos, vestidos, convertibles y demás detalles de su aristocrático vivir entre las mejores telas y todo tipo de elaboraciones decorativas que adornan, aunque no llenen.
Lo insólito es que nuestro acompañante octogenario quiso abandonar el restaurant a toda prisa, apenas comenzando a oír las historias de la señora, que evidentemente mostraba un decidido y preciso interés en él.A las primeras avanzadas verbales de la señora, él se excusó y nos explicó al oído que se iba porque esa mujer seguro que era una “habladora”.
Por curiosidad primero, luego por educación, nosotros, los demás comensales más jóvenes, la escuchamos por más de una hora más. Para finalizar, algo forzada por nuestra excusa de necesidad de partir, que logramos interceptar en alguna toma de aire entre dos párrafos, la señora nos aclaró de forma tajante que lo que la había salvado en la vida era haber sido fiel a su consigna de vivir “sin amo ni dueño”.
Al despedirse nos dio una tarjeta personal, nos explicó dónde vivía, asegurándose de que supiéramos llegar, y aun más, insistiendo en que le hiciéramos llegar sus coordenadas a nuestro pariente. ¿Amor a primera vista?
Al llegar de vuelta al encuentro de nuestro octogenario, no quiso ni remotamente conocer de qué se trató el entretenimiento que nos retuvo por más de una hora en el restaurant, apuradocomo estaba en hacernos escuchar alguno de sus cuentos, tantas veces escuchados, narrado como si fuera la primera vez. Cuentos del pasado que explican la belleza de una vida anterior que empieza a rendirse.
Imaginar los 80 años propios después de este encuentro azarosome resultó inevitable. Y se me antojó que mantener la curiosidaden los otros despierta, es mandatorio para llegar al día de la muerte contento. Y eso se puede lograr sin demasiado esfuerzo cuando se vive sin amo ni dueño.