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Simone de Beauvoir: la mirada disidente

Simone de Beauvoir (París, 1908-1986) es conocida especialmente por su trabajo en torno de la teoría y la militancia feminista. Pero me gustaría también pensarla prismáticamente, como una intelectual pública más completa y más compleja a la vez. Me interesa rastrear otros compases de ese proyecto creador mediante la revisión de una serie de núcleos que van más allá de esa dimensión. Me propongo entonces correrme del estereotipo en el que ha sido ubicada y recortar la figura de una intelectual y escritora que, además de ser feminista, investigó y escribió sobre múltiples temas, en especial perturbadores para la sociedad de su tiempo histórico, poniendo el acento en su repudio de la ideología de la clase burguesa, que ella tenía en la mira.

Nacida de una familia de apellido noble pero que perdió su abolengo por motivos económicos, su posición de abrazar con firmeza la vocación universitaria de la Filosofía fue vista con malos ojos por su entorno y su clase. Eso ya pinta a las claras a una mujer segura de lo que quería para su futuro y también, convengamos, uno poco convencional por entonces. Precisamente, sin embargo, el ingreso en la Sorbona, en la que obtuvo calificaciones brillantes, sería donde su destino daría un vuelco. Porque además de tomar contacto con figuras de inusitada inteligencia como Simone Weil, Claude Lévi-strauss, Raymond Aaron y Paul Nizan, entre otros, cruzaría su destino con el de Jean-Paul Sartre, compañero con quien mantendría un vínculo inseparable y que sería también su gran aliado e interlocutor hasta el final de sus días. Esa separación fue documentada en su libro La ceremonia del adiós (1983), seguido de conversaciones con Jean-Paul Sartre. Como vemos, su trabajo fue incansable, incluso en circunstancias dolorosas.

Las grandes vertientes que abordó Simone de Beauvoir en su poética diría yo que son fundamentalmente tres: la memorialística, la narrativa ficcional y la ensayística. Me referiré en este artículo a sus títulos según han sido traducidos en Argentina, en lo esencial, por la escritora Silvina Bullrich y por el filósofo y sociólogo Juan José Sebreli.

Memorias de una joven formal (1958), el primer volumen demoledor de su saga autobiográfica integrada por un corpus de cuatro, echa por tierra los principios ideológicos de su clase, como dije, que pinta con una doble moral hipócrita, caracterizada por la inautenticidad. Señala que es portadora de ideales de una excluyente ambición económica en desmedro de toda inquietud problematizadora y del pensamiento especulativo que creativamente pudiera permitir pensar el mundo desde una perspectiva más justa pero también con una mentalidad menos pragmática. Con su hostilidad hacia el pensamiento teórico, la burguesía se presenta como la gran enemiga de su proyecto. El resto de esta saga no hace sino proseguir un itinerario coherente: su etapa como docente en liceos, el exacto momento en que se establece como escritora independiente y abandona la enseñanza, esto es, en 1943, cuando publica con un resonante éxito su novela La invitada y luego toda la extensa vida de militancia política y de escritora profesional cuyos compases podría sintetizar a grandes rasgos como los de una intelectual de izquierdas, a favor de la defensa de la clase obrera, de los derechos de las mujeres y una existencia que, afanosa, no hace sino ir tras el pensamiento crítico. Sumo a ello una ficción en la que igualmente se problematizan roles estereotípicos muy en particular de género. No obstante, publicará un libro breve que puede no parecer significativo en relación a sus obras mayores, Una muerte muy dulce (1964), mezcla de discurso testimonial y autobiográfico, poco difundido, pero a mi juicio trascendente. Se plantea allí la relación con su madre en la etapa terminal de su vida. Una relación marcada por el conflicto, que supuso una serie disensos y malentendidos. De controversias familiares por asumir que los principios de su hija no sólo no serían los propios sino que atentarían contra ellos. Este libro, como decía, pone en escena la mirada de Simone de Beauvoir sobre la muerte, el desvalimiento de la vejez de un ser querido (aunque se tratara de un vínculo conflictivo) y su propia identidad femenina pensándose como sujeto mujer tan distinto del de su madre. Su madre es presentada como la contrafigura de sus expectativas de lo que debería ser una mujer.

Su laboriosidad fue proverbial al punto de, como es sabido, su apodo fue “Castor”, por la semejanza de esta palabras en francés con su apellido pero también por lo que metaforiza este animal desde la perspectiva de su indetenible contracción al trabajo.

Muchos de sus temas, por lo general soslayados al trazar su silueta, han sido importantes a mi juicio. En primer lugar su trabajo en torno de establecer una ética existencialista que Sartre en sus tratados filosóficos había soslayado. Así, Simone de Beauvoir en dos de sus libros postula que la existencia del hombre precede a su esencia y, por lo tanto, el hombre y la mujer son libres: son lo que deciden hacer de sí mismos a través de la libre elección de sus actos (estos sí puntos en los que ya había insistido Sartre). Sobre la condición humana no recae un destino sino una serie de acciones que son deliberadas. También, la existencia es proyecto incesante y ese proyecto debería ser sinónimo de trascendencia. Incurrir en la inmanencia, esto es, permanecer en el estadio estático y paralizante que se predica de las cosas y los animales, constituye una falta moral. ¿Qué es más moral? ¿El conformismo de no arriesgarse por temor o pereza a involucrarse y embarcarse en un proyecto o la valentía de afrontar desafíos? Estas dos visiones antagónicas son las que enfrenta en uno de ellos, el primero de ambos libros. Así, entre Simone de Beauvoir y Sartre elaboran el programa existencialista complementándose y, al mismo tiempo, distribuyéndose dos facetas del estudio de la condición humana.

Otro aspecto sustantivo de su producción fue el abordaje de escritores socialmente urticantes. Ella eligió uno paradigmático, el escritor maldito por excelencia: el Marqués de Sade. No obstante, contra todo lo que podría suponerse, no se muestra condescendiente con su figura. Su lectura de las aventuras del libertino son las meras anécdotas superpuestas de un transgresor privado. Ello la conduce a tomar partido por un señalamiento en el sentido de que no postula un proyecto revolucionario colectivo. Sus iniciativas se limitan a escándalos individualistas y a simples ejercicios sin repercusiones en el orden de la organización comunitaria. Sade no promueve un proyecto sino en todo caso una agitación desde el orden de lo puramente biográfico que no se proyecta hacia una trascendencia. Hay un hedonismo fugaz en todo caso. Un abandonarse al puro presente y al puro goce sin perspectivas de cuestionar el statu quo social o político.

Otro aspecto que también abordó sin concesiones fue, hacia el final de su vida, en el libro La vejez (1970) algunas conceptualizaciones que se están debatiendo recién en el presente. De modo temprano Simone de Beauvoir ya había reflexionado acerca de la orfandad, el abandono y el confinamiento de los ancianos por no constituir un grupo socialmente productivo, por su decadencia, por un lado. Por el otro, ya vaticina, en función del aumento de la longevidad, la reducción de la población en el mundo, que concretamente traerá resultados de todo orden, no solo demográfico que afecten a las relaciones vinculares y económicas.

En su libro El existencialismo y la sabiduría popular (1948) denuncia el modo como filosofías complejas, fundamentadas y elaboradas son vulgarizadas y reducidas a fórmulas, clichés o bien desvirtuadas. Concretamente, el modo erróneo como al existencialismo se lo priva de sus esenciales premisas teóricas revulsivas porque se lo pretende adjetivar de filosofía de la desesperación, cuando en verdad se trata de una filosofía que apuesta a la libertad del sujeto. Al optimismo de la toma de decisiones independientes. También fundamenta en ese libro el doble frente a partir del cual trabajaba el existencialismo: la literatura de ideas y la filosofía (volveré sobre este punto). Y se detiene en la índole singular que adopta la clase de ficción de la que el existencialismo francés se sirve para poner en ejecución su programa.

Arribo, ahora sí, a El segundo sexo (1949). Imposible condensar en unas pocas líneas sus infinitamente ricos contenidos y aportes, pero puntualizaría los que estimo más relevantes. En primer lugar que se lo considera el libro feminista más influyente del siglo XX. Aparecido el 24 de mayo de 1949 causó un revuelo que llegó al escándalo. Atacado por los varones de la intelectualidad más célebres (incluso Camus tuvo palabras de desacuerdo), inmediatamente fue objeto de censura en varios países, pero también fue traducido de modo instantáneo a muchas lenguas. Ella fue acusada de lesbiana (estigma duro por entonces) y de atentar contra la familia. Su tesis central consiste en que la mujer ha sido considerada “lo Otro” inesencial por parte del varón sin que hubiera habido reciprocidad. Que la biología aliena a la mujer en su cuerpo (menstruación, maternidad, amamantamiento), obligándola a la inmanencia. Y, por otro lado, concibe esa frase que haría correr ríos de tinta: “Mujer no se nace, se deviene”, que figura en el Tomo II del tratado. Esto es: ser mujer no es solo un dato de la biología sino que consiste en el modo en que las variables culturales se inscriben sobre ese dato. Esta afirmación permitiría que el feminismo de los ’70 acuñara la noción de “género”, central para todo el desarrollo tanto de movimientos como de líneas de investigación sobre la mujer. Sistematizó la herencia literaria e intelectual de mujeres notables de la Historia. Organizó el programa futuro de lo que sería una Historia de las mujeres, esto es, narrar y proceder a un abordaje analítico de la diacronía de sus vidas tomando a la condición femenina como criterio de focalización de esa historización. Estudió documentos, testimonios, diarios íntimos, informes médicos y psicológicos para sacar conclusiones acerca de qué modo la sociedad patriarcal había sido el origen de ciertas patologías de la mujer. Elaboró una crítica fundamentada del psicoanálisis y del materialismo histórico, por androcéntricos y por considerar a la mujer como objeto pasivo de estudio (casi exclusivo). Menos aún como sujeto capaz de estudiar a pacientes. Realizó un relevamiento sobre obras literarias de algunos escritores varones paradigmáticos de Francia, planteando la presencia de estereotipos femeninos en su obra. Para cerrar, diría que indagó en los mitos que circulan en torno de las mujeres y visibilizó una figura tabú por entonces como era la mujer lesbiana.

Su ficción es prolífica. Ganó en 1954 el prestigioso premio Goncourt por su novela Los mandarines y diría que, con la excepción de Todos los hombres son mortales (1946, de argumento fantástico), el resto de su producción es toda de carácter realista. Pero también la arquitectura de su obra se proyecta hacia muchos matices, muchos temas y otros aspectos de la condición humana y la sociedad contemporánea. Uno de ellos es la vida de los intelectuales y los artistas a mediados del siglo XX. También (y esto ha sido menos difundido) escribió una obra de teatro, Las bocas inútiles, estrenada en 1945, si bien desistió luego de ese oficio por no contar con las dotes requeridas.

Publicó un libro notable, América día a día (1948), bajo la forma de un diario de viaje, producto de uno de cuatro meses a EE.UU., en el que capta de inmediato como aguda observadora el racismo norteamericano (que no era algo nuevo), pero también la discriminación hacia la clase trabajadora. Por otra parte, instantáneamente reconoce el pragmatismo estadounidense. Es aquí en donde ella logra verificar el carácter feroz y descarnado del capitalismo en su vertiente más exacerbada y acelerada en ese país.

Como para cerrar, diría que el sistema de ideas de El segundo sexo, mediante una operación de transposición literaria dialoga con su producción literaria en buena medida, en una estrategia que articula discurso teórico con discurso ficcional, siendo el correlato de una biografía coherente, desafiante y combativa.

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