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Siete minutos de Salinger

El 3 de septiembre de 1986 el diario The New York Times publica una noticia que se titula “Cortes del filme Horizontes perdidos restaurados”. La película Horizontes perdidos, de Frank Capra, se estrenó el 2 de marzo de 1937, se reestrenó en 1946 y luego en 1952, tras múltiples cortes y añadidos. Para el año sesenta y siete el negativo original estaba en muy mal estado y no se conocía ninguna otra copia. A partir de 1973 la AFI (American Film Association) se dio a la búsqueda exhaustiva de esos archivos por todo el mundo hasta lograr la restauración de la película, trece años después, cuando se proyecta de nuevo sin siete minutos de imagen que nunca fueron recuperados. Una vez sabido que hay misterios que resguardan todo aquello salingeriano, hay uno que se me hace particularmente interesante, y es que el autor del fenómeno literario El guardián entre el centeno, fuese también el guardián de una copia de Horizontes perdidos con esos siete minutos jamás encontrados.

 

Si hay algo que odio, es el cine

El documental de nombre Salinger (2013) está a la vez en el cine y en televisión ⎯en la pantalla chica es parte de la maravillosa serie American Masters de PBS, que nos ha dado  las historias de Woody Allen, Mel Brooks y Phillip Roth, entre otros⎯, y es también una versión audiovisual que acompaña la biografía homónima escrita por David Shields y Shane Salerno, quien a su vez dirige este documental, y que además es un producto de la fuente Salinger: A Biography del estadounidense Paul Alexander. ¿Nada más? Al parecer, no. Nada más. Tras una avalancha de malos comentarios, peores críticas y evaluaciones como la del portal del crítico Roger Ebert ⎯uno y medio sobre cuatro⎯ Salinger deja a la mayoría de los cinéfilos en pleno bostezo; no así a los aficionados y a los mucho más peligrosos fanáticos del escritor, a quienes parece haberles abierto una manera de acercarse al autor de Franny y Zooey sin miedo a ser rechazados, expulsados o demandados.   

El documental expone algunos aspectos de Salinger que ya eran conocidos por todo aquel cercano a su obra, como por ejemplo que a diferencia de Holden Caulfield, a Jerry le gustaba mucho el cine. Tuvo sin embargo algunos desencantos con Hollywood, como My Foolish Heart, la adaptación de uno de sus relatos de la mano de los Epstein, guionistas de Casablanca, y el rapto de una chica a la que amó, Oona O’Neill, de la mano agridulce del gran Charlie Chaplin. Se cuenta que Salinger se entusiasmaba al hablar de sus películas favoritas, entre ellas las primeras de Hitchcock y unas cuantas estrenadas en los años treinta, la era dorada del cine hollywoodense. Pero un dato nuevo que da el documental es la publicación a partir de 2015 de material inédito, algunos relatos que Salinger se aseguró de que no viesen la luz hasta que él quisiese. Esto hizo que me preguntase quién se quedaría con su colección de películas en 16mm, que no sabemos si guardó con tanto celo como su obra.

 

Shangri-La y New Hampshire

Horizontes perdidos es una fantasía romántica, un viaje al deseo más noble del líder de Shangri-La, un anciano conocido como el Gran Lama, quien tras tener una visión muy nítida de la destrucción del mundo, decidió reunir todos los objetos bellos que pudiese y resguardarlos del destino que les aguardaba, además buscaba un sucesor para esta tarea. Es así como Robert Conway, diplomático británico, llega a Shangri-La, un lugar secreto en la cordillera del Himalaya, secuestrado en un avión guiado por un tibetano que sabía bien que debía llevarlo hasta el Gran Lama. Shangri-La, una comunidad idílica, de ensoñación, en la que la juventud se prolonga como en la isla de Calipso, guarda entonces la belleza y las virtudes y las protege de los ataques atroces del hombre  ⎯“Mira el mundo de hoy: ¿hay algo más digno de lástima?”, le dice el Gran Lama a Conway, su sucesor⎯, o tal vez solo de los falsos, phonies, como los llama Holden Caulfield, el verdadero guardián entre el centeno.

En Shangri-La Robert Conway corretea a Sondra a través de un jardín, jugando y riendo como si fuesen unos niños de nuevo, como Holden bailando con su hermana Phoebe en su habitación. Tal vez Salinger quiso un Shangri-La para sí mismo, esa casa en New Hampshire para resguardar lo único que siempre quiso que fuese suyo y de nadie más, a pesar de encontrarse con la obvia paradoja de que al publicarlo sería también de sus lectores: El guardián entre el centeno.

En las memorias At Home in the World de Joyce Maynard, y Dream Catcher de Margaret Salinger, novia e hija del autor J.D. Salinger respectivamente, se menciona la relación del autor con el cine: tenía un proyector de 16 mm y al parecer le encantaba sentarse a proyectar y ver películas. Tanto Maynard como Margaret mencionan Horizontes perdidos de Frank Capra como una de las tantas favoritas de Jerry. No sería descabellado pensar que la copia que tenía Salinger en su casa, la cual compartía con su hija y más adelante con Joyce y otras jovencitas, era una copia de las reestrenadas en el cuarenta y seis o el cincuenta y dos, y que a la AFI le habría facilitado muchísimo el trabajo de restauración. Me gustaría pensar que quizá Salinger, bajo seudónimo, logra conseguir esa copia y luego no la pone a la orden de los restauradores, aunque dada su reclusión tal vez ni se enteró de que dicho proceso se estaba llevando a cabo.

Como si de ello dependiese muchísimo del mundo, la sucesión de las cuatro estaciones, el canto de los gallos, el amor de los hombres, el Gran Lama resguardó la belleza del mundo en Shangri-La, Holden la inocencia de Phoebe en el centeno, y Salinger, sus personajes, sus historias, y tal vez, solo tal vez, su copia sin cortes de Horizontes perdidos. Dice uno de los personajes acerca de la aventura de Conway en la mítica Shangri-La: “Me la creo porque quiero creérmela”.

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