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Siempre Juan Gabriel: La alegría de vivir sufriendo

Balas van, balas vienen. Fuego cruzado. Territorio comanche. Bien dijo la legendaria banda de ska, Desorden Público, que Caracas es un “valle de balas”, en clara alusión a la Salve católica, que –no con menos razón- habla de este destierro como de un “valle de lágrimas”.

Llanto el de legiones de fanáticos que recién en 2017 lamentaron la muerte del Divo de Juárez: el inmenso Juan Gabriel. Compositor excelso. Hombre atacado arteramente por su homosexualidad, como si ese cuerpo no hubiera sido de él, como si no hubiera dicho una y mil veces “esta boca es mía”. La la la… bla bla bla… total que con sus piedras hizo él siempre su pared.

Caracas es territorio comanche, pero parece que el arte –de todos modos- pues también ataca. El pasado domingo 01 de octubre, tuvo lugar en el Centro Cultural BOD (La Castellana, una zona torpemente afrancesada, pero plácida –por qué no- como todo en este clima tropical lluvioso), el show “Siempre Juan Gabriel”, en una segunda temporada, y en la cual Ricardo de Castro emuló a Juanga, con una cuerda de tenor envidiable, y tongoneos que por momentos le hacían a uno creer que pasó como con Elvis: Juanga no murió. En cierto modo así es.

Una sala dividida en dos alas, se derramaba sobre un stage mediano, sencillo, donde el set estaba compuesto por batería, teclados, bajo, saxo, trompeta, una sección de violines, un coro de tres chicas, y un masculino mariachi, si no olvido nada.

Caracas nunca fue “british”

La cosa empezó un poco tarde, es verdad, pero dicen que lo bueno se hace esperar. Las butacas enteramente colmadas, vieron caer la luz de sala, y los seguidores destellaron sobre el escenario. Atrás, valga acotar, una pantalla –digamos de 3 mts x 2 mts- dejaba colar imágenes históricas –auténticos documentos- de Juan Gabriel cuando apenas era un “chavito” (como dicen los mexicanos).

Luego Juanga un poco más grande, con Bertín Osborne, y otros astros hispanos. A la par también se vieron en el plasma aspectos típicamente aztecas, como artesanía indígena, y rancias catedrales de estirpe colonial. Las imágenes se repetían, una y otra vez. Hipnotismo brujo. Loop visual.

Ricardo de Castro entró a escena, luego de un intro breve de la banda, y de inmediato hizo derroche de simpatía y carisma. Le costó apenas un par de rolas meterse en el bolsillo a la audiencia. “Querida”, “Costumbres”, “Sin dinero”, “Hasta que te conocí”, fueron algunos de los clásicos que enardecieron a los asistentes.

Caracas (Venezuela en general) se resiste a tirar la toalla. En medio del show, De Castro detuvo a la banda y gritó: ¡Viva Venezuela! La respuesta fue unánime: ¡Viva Venezuela! Le devolvió el público, que ya en varias ocasiones se había levantado de sus asientos.

Invitados especiales de la talla de Delia, Corina Peña y Goyo Reyna y la joven Thalia Samarjian, sazonaron la jornada. Particularmente brillante el momento gitano protagonizado por Reyna, de cuerpo robusto, estricto flux y corbata, barba profusa, y unas greñas marrón tabaco, que agitó con cadencia sexual mientras hacía de bailaor de acá para allá.

Samarjian, más allá de su exótica belleza, demostró que Venezuela es un país de sopranos. Una cuerda asombrosamente potente y afinada, dio un toque seductor al encuentro. Allí adentro nadie iba armado hasta los dientes, ni ponía mala cara: lo que pasó allí se quedó allí, y sólo quienes estuvimos en el show lo sabemos. Si afuera la ciudad se caía a pedazos, a nadie le importaba.

El ánima del Divo de Juárez parecía haber descendido del altar mexicano al Centro Cultural BOD, al menos por un par de horas. Al final vendría lo mejor: tocó esperar “un poco, un poquito más”. Corina Peña cantó con ángel y encanto, pero ya uno experimentaba la sensación de desenlace.

El clímax: la deliciosa Delia

Envuelta en un vestido blanco perla, que desnudaba un par de piernas cremosas, apareció al final la bellísima Delia. Taco aguja, y sexto sentido perfectamente afilado, supo leer el deseo y los anhelos de los presentes. No se hizo de rogar: se entregó en todo su encanto de mujer madura conforme los presentes así se lo pedían. Fue el momento cumbre del show, y –por momentos- uno se olvidó de que el protagonista era De Castro. Sólo por momentos.

Juanga compuso casi 2 mil temas e interpretó otros tantos a lo largo de su carrera, marcando la historia musical de su tierra natal y de todo el continente con ventas que, de acuerdo a la Academia Latina de la Grabación, superan los 100 millones de discos. No es poco decir.

Sobre Ricardo De Castro, por supuesto, toca reservar al menos un penúltimo párrafo: es un artista enorme. Un performer de excepción. De esos que tanto abundan en los bares de Caracas, y –por desgracia-, a veces no conocen la euforia de las candilejas. No es el caso de este showman. La suerte le viene sonriendo, y el espectáculo Siempre Juan Gabriel ha sonado bastante en la capital del infierno, alguna vez “la sucursal del Cielo”. Nuestra bestial Caracas.

De Castro fue el epicentro de este evento, pero en todo momento derrochó humildad frente a sus invitados, y –claro- frente a los músicos. De eso va un poco el arte. De eso va un poco lo bonito que tiene Caracas hoy. El stardom system ya es otro plan. El mainstream no siempre regala momentos tan especiales. Pero cada quien es libre de comprar el ticket que más desea. Siempre Juan Gabriel nos dice algo de Caracas, por la medida baja: acá el show debe continuar. No matter what. La alegría ha muerto, viva la alegría. Sí. La alegría de vivir sufriendo. Tan sencillo.

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