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Si pero no

Un grupo de españoles venía caminando detrás de mí, y comentando según lo que veían a su paso en una grata tarde fresca de domingo asoleado. Me resguardé en el silencio por espiar su manera de mirar y pensar, a pocos pasos de mi andar que intencionalmente acompasé con el de ellos…

– Sabes que el hijo de María se vino aquí a estudiar…

– Los muchachos vienen a las universidades y aquí lo que hacen es beber… llegan y no hacen sino beber.

– … Y luego siguen en la universidad y beben y beben…

– Hacen hasta unas competencias donde se toman unos barriles enormes de cerveza, hasta que quedan inconscientes los muy jilipollas.

– ¿Qué tiene de divertido?

– Beben como desalmados.

– Mira que bien ese barco… la terraza y sus plantitas…

– Tiene hasta una barbacoa.

– Falta ver dónde meten a los amigos que invitan a la barbacoa…

– A mí me gustan esas casas, mira el jardín que frondoso…

– Son bonitas esas casas, al borde del agua…

– Yo quisiera una casa así, como esa. Pero más adentro.

– ¿Más adentro?

– Por los insectos…

– ¿Los insectos?

– Sí, si me ha picado uno en la cabeza…

Un diálogo de sí pero no, está bien pero no tanto, bonito pero inconveniente, apropiado pero feo, estás bien pero no te lo creas. Más que espíritu crítico, bajo continuo, suerte de negación obligada, que subyace necesariamente a toda afirmación o logro. Sin culpas ni remordimientos, como si animados por una cierta necesidad de fisurar cualquier generosidad de reconocimiento del bienestar del otro. ¿Por qué buscarle la limitación a la barbacoa sobre el agua, el posible problema del hogar bucólico, por qué dudar del rendimiento académico a punta de cervezas? ¿Tendrá eso que ver con la envidia? ¿O es la cultura venida de lo católico que nos hace prudentes en el goce, sólo por evitar el pecado de la lujuria cuando no es la propia?

Me fue fácil reconocer en esa criticadera a alguna tía, me pareció escuchar a mi abuela, a algún amigo hablando de los compañeros ausentes… ¿será que esa criticadera, esa falta de generosidad, nos viene de la Madre Patria?

No me gusta pensar que en Venezuela lo peor que te puede pasar es el éxito, porque te llenas de enemigos. No quiero asumir que tenemos una cultura de la envidia que nos oscurece el espíritu y nos cercena la prosperidad del futuro desde siempre. Pero basta ver la cantidad de likes que por quítame estas pajas, obtiene cualquier post de venezolano en Facebook, para entrar en sospechas. ¿O es que mi dudar de tanto afecto desbordado pertenece a la misma basurita que nos quiebra la generosidad del reconocimiento? ¿Será que esa desconfianza me viene de mis genes cumaneses? Pero… ¿por qué no creerse merecedor de los likes que vienen con el éxito? ¿de dónde viene esa sospecha… ese maltrato con el logro propio? ¿Es por no pecar de vanidosos que impostamos la humildad traducida en descreimiento, o es verdad que hay quien se cree tanto like?

Igualados y fanfarrones como somos, apenas nos mudamos a Estados Unidos nos tomamos la foto en familia en algún parque como si fuera jardín privado de una familia tradicional y pretenciosa de Boston. Y si alguna prima se casa por allá, sorprenden las fotos de esa gente que conoces de toda la vida, que ahora parecen otras gentes, imitando lo que creen es la postura de elegancia de princesas, caricatura desafortunada de la impostura.

Es un fenómeno que afecta no sólo al inmigrante venezolano, debo decir que pareciera natural que cada novia quiera que su día de boda sea inolvidable, que las fotos sean de ensueño, que quieran retratar más que la realidad, el anhelo. Pero ¿por qué el anhelo y lo bello queda tan lejos de lo que verdaderamente son? En los jardines del Alcazar de Sevilla pululan las parejas de velo y corona, sobre todo de inmigrantes, que gastan lo que no tienen en el fotógrafo que los orienta en las posturas, locaciones… cantidad de parejas asiáticas se toman la foto en el la Torre Eiffel en París, o en Central Park en Nueva York, con una ilusión que conmueve…

El problema es que cuando finalmente el álbum está listo, nadie quiere ver las fotos. Y si estás de visita, ¿cómo le dices a tu prima que no la quieres ver de novia otra vez, después que ya te bebiste el whiskey y te comiste los tequeños y criticaste los vestidos de media fiesta? No hay manera de decir que no quieres ver el álbum, no es tan fácil como unfollow en instagram… Ni como criticar la felicidad de otros desconocidos que encontramos a nuestro paso, por no enfrentarnos a la infelicidad propia. En todo caso, podríamos decir que con eso no se daña a nadie. Pero no es verdad. Nos dañamos a nosotros mismos.

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