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Si lo que llueven son limones… ¿Será que nos conviene hacer limonada?

Lo vi en Viceland, el canal donde la noticia se comunica con la importancia de la escala humana, revolución en la manera de mostrar el mundo en televisión… Era un reportaje acerca de la indolencia de las autoridades, ante los demasiado numerosos casos de violaciones y asesinatos de mujeres negras en Ohio. Según el Ohio Alliance to End Sexual Violence, que la víctima sea una niña o una mujer de color, es garantía de que su caso será marginado u olvidado por los grandes medios de comunicación, por no hablar del gobierno local.

Si hacemos un poco de historia podemos encontrar las raíces de esta aberración, que persiste: los primeros colonos blancos que llegaron a América, a pesar de que consideraban a los nativos menos que humanos, sucios y despreciables, violaban a las mujeres nativas, moralmente justificados. En la esclavitud, las mujeres negras aisladas de sus familias, despojadas de sus identidades y costumbres culturales y religiosas, fueron sometidas a todo tipo de abusos, torturas físicas, emocionales y sexuales. El valor de las mujeres negras esclavas estaba a menudo ligado a su capacidad de producir descendencia. De suerte que eran muchas mujeres las violadas y obligadas a tener hijos.

Quiero decir que durante cientos de años, la violación de las mujeres negras esclavizadas, por hombres blancos libres, y también por negros esclavizados a su vez, era común y legal.

Terminó la esclavitud, pero con ella no terminó esta abominable práctica. En tiempos de Jim Crow, muchas mujeres negras eran violadas por bandas de hombres blancos, como una forma de infundir miedo y terror en la comunidad negra.

Y aunque parezca cosa de exageración feminista o drama histórico, semejante sexismo y racismo persisten hoy por hoy, cuando muchas mujeres de color e inmigrantes se enfrentan a prácticas discriminatorias en sus empleos, obligadas a ejercer la prostitución por sobrevivir. Las encuestas revelan que la violencia sexual es desproporcionada en el caso de las mujeres de color. Desproporcionada e ignorada.

Pero qué le podemos pedir a la policía de Ohio si el mismísimo Pentágono está acusado de encubrir las violaciones de soldados mujeres, mayoritariamente negras. Estamos hablando de un 15%, casi 200.000 mujeres, que prestan servicio en el ejército. Reconoce el Pentágono en sus propios informes, que el problema de las agresiones sexuales militares en zonas de guerra ha aumentado hasta llegar a un 33% en 2009. Sin embargo el Pentágono encubre los hechos a toda costa, falsificando evidencias, disfrazando los asesinatos de suicidios, amenazando financieramente a la industria mediática con retirar la publicidad del ejército, intimidando a reporteros, a familiares… si denuncian lo que sucede.

En 2010, hubo 3.158 informes de agresión sexual en los cuarteles militares. Pero el ministerio estima que este número representa sólo el 13,5% de los asaltos reales, porque el número total de violaciones y agresiones sexuales militares sería superior a 19.000 al año. Pero sería devastador para el reclutamiento difundir historias en los medios de comunicación sobre mujeres soldados negras brutalmente violadas.

El incremento en las violaciones tiene que ver sin duda con que los soldados que incurren en el crimen, saben que salen ilesos. Una encuesta de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental del 2008, encontró que el 50% de las militares víctimas de agresión sexual nunca reportaron el crimen convencidas de que sus oficiales al mando, pasarían por alto los cargos o, peor aún, de alguna manera los silenciarían.

Parece mentira, me pone la piel de gallina, las muchas injusticias que aun encuentran justificación en estereotipos de género y raza, mitos como que las latinas y las negras son promiscuas y ardientes, o que las indias nativas y las asiáticas son dóciles y sumisas.

Pero es una realidad que sólo algunos atinan a mostrar, como lo hace Viceland, responsablemente, abiertamente y sin militancias, o como denuncia Beyoncé en su reciente Lemonade, desde lo estomacal y personal, pasando por lo poético coreografiado, hasta llegar a lo racional y político, a favor de la condición de la mujer negra y las mujeres todas.

Me refiero a su más reciente producción audiovisual, de más de 50 minutos, que ha generado todo tipo de opiniones. Personalidades del feminismo más académico y respetado, como Bell Hooks, se pronunciaron luego de su transmisión por HBO:

… El retrato de mujeres negras de todos los días, posicionadas cual reinas… madres sin nombre de varones negros asesinados, mostrándose en su orgullo… imágenes de la vida real de los normales, con sobrepeso, sin disfraz, colocados en un contexto visual de sofisticada coreografía, representaciones estilizadas de fantasía, a la moda de preguerra del Sur profundo, con todo glamour… sirven para construir una poderosa idea de hermandad de mujeres negras que vencen la invisibilidad a la que están sometidas, que se rehúsan a guardar silencio… Y esto no es poca cosa, pues logra desplazar la mirada de la cultura dominante blanca. Nos desafía a mirar de nuevo, a revisar radicalmente la forma en que vemos el cuerpo femenino negro. Sin embargo, este reposicionamiento radical de imágenes de las mujeres negras, no eclipsa ni cambia verdaderamente las construcciones convencionales sexistas de la identidad femenina negra. Pues se mantiene dentro de un marco estereotipado convencional, donde la mujer negra es siempre una víctima.

Contrariamente a las nociones equivocadas de la igualdad de género, las mujeres no toman el poder ni desarrollan amor propio y autoestima, a través de actos violentos. La violencia femenina no es más liberadora que la violencia masculina. Y cuando se hace que la violencia parezca atractiva y erótica, como en la escena de la calle con el vestido amarillo, esto no sirve para debilitar el sentimiento cultural predominante que asume que es aceptable el uso de la violencia para reforzar la dominación, especialmente en las relaciones entre hombres y mujeres. La violencia nunca puede generar un cambio positivo. 

Todas las referencias que honran a nuestros antepasados y ancianos son inspiradoras. Sin embargo, la conclusión de esta narrativa del dolor y la traición, con imágenes de la familia y el hogar feliz, no sirven, no son adecuadas para reconciliar y sanar el trauma.

Son muchas las sospechas en torno al feminismo de Beyoncé, por no hablar de las sospechas de infidelidad de su marido Jay Z. Son muchos los que lo encuentran poco confiable, aduciendo que su visión del feminismo no llama a poner fin a la dominación patriarcal, ni a desafiar y cambiar los sistemas de dominación, ni considera la interseccionalidad.

Pero aunque a todas luces, el feminismo de Beyoncé rinde jugosos beneficios comerciales, y más que espontáneo, está cuidadosamente diseñado para el consumo masivo, no por ello deja de ser útil.

Entiendo la importancia del llamado a que las mujeres se resistan a la romantización patriarcal de dominación en las relaciones, que sólo las conduce a asumir su papel de víctimas, y que Lemonade no construye moral en esa dirección. Es verdad que Lemonade está llena de contradicciones y su excesivo glamour puede llegar a confundir. Pero en este mundo hecho de paradojas y contradicciones, encuentro que esa es justamente su virtud: que se parece a la vida, y más aún, que la eleva a la fantasía de lo deseado, incluso con el atrevimiento de llegar a lo muy personal, tan eficaz a la hora de convencer.

También es cierto que para ser verdaderamente libres, debemos optar por más que simplemente sobrevivir la adversidad, a atrevernos a vivir a semejanza de nuestra idea de bienestar y felicidad, de manera sostenida. Porque entre lo dulce y lo amargo, se trata de mucho más que soportar el dolor. Pero para entenderlo y asumir esa libertad, mostrar el dolor que nos viene de madres a hijas como una maldición tatuada en la tolerancia, según el entendido de Beyoncé, es empezar a limpiar el camino de malezas. Sus referencias a la historia de dolor de la mujer negra, funcionan como una invitación a la liberación más que como un lamento, cuando las viste de reinas a todas.

No me siento cómoda cuando Beyoncé usa un bate, símbolo fálico por excelencia, para darle curso a su rabia, contra carros, hidrantes y demás protuberancias erectas a su paso, cual valkiria en desvergonzada épica wagneriana. Pero su elocuencia en mostrar el gran poder de la mujer furiosa a la que temen todos los hombres, vestida de amarillo y faralaos al viento en cámara lenta, va más allá de lo imaginado, y complace mi catarsis.

Quiero decir que hay una cierta idea que subyace a todas la críticas que pude leer de Lemonade, que van en la inquietante dirección de creer que la feminidad exacerbada es contraria a la inteligencia; que lo glamoroso es contrario a lo profundo. Idea peligrosamente reductora y tóxica.

Yo prefiero creerme lo de Jay Z, hogareño y esmerado, en el cuadro final de la familia feliz. Porque prefiero llenar mis fantasías de happy endings que de sospechas. Tal vez es mi ADN latino, hecho de telenovelas en prime time. Tal vez porque desde niña las mujeres latinas somos entrenadas en la condescendencia, paciencia, transigencia, flexibilidad y conformidad, que nos compete por género, al tiempo que adquirimos la muy sofisticada habilidad de la mano izquierda, que nos permite hacer exactamente lo que nos da la gana, digan lo que digan padres, esposos o hermanos. Me refiero a ese imponerse sin imponerse, liberarse sin pelear, que la mujer latina conoce bien. Por eso también me aplica el dicho, si del cielo llueven limones, pues a hacer limonada. Porque somos aptas para asimilar lo que de la circunstancia nos golpea y convertirlo en lo que queremos, sin manifiesto ni enunciado, sino más bien con labiales y faralaos…

Es decir, que si me preguntas, entre pecho y espalda, me gusta lo que dice Beyoncé, porque yo también creo profundamente en el amor.

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