El martes 23 de Junio de este 2015, el líder del partido Voluntad Popular Leopoldo López, decide levantar finalmente una huelga de hambre que él y otros líderes del movimiento opositor mantenían desde hace ya más de treinta días.
Es difícil ponderar realmente cual fue el efecto que dicha manifestación tuvo en el acontecer público nacional, pero me permito hacer una pregunta, que espero, conlleve a una reflexión constructiva en cada uno de nosotros, quienes discurrimos ideológicamente del presente gobierno.
Es realmente necesaria dicha evaluación?
Personalmente, no comulgo con López y dicha discordia no resulta extraordinaria ni poco común entre nosotros, los opositores venezolanos. Abiertamente confieso que a mi juicio López ha cometido errores políticamente costosos y que han resultado en una división en el seno de la oposición venezolana que hoy más que siempre debe levantarse en un frente unitario.
Sin embargo, me resulta inverosímil e incluso trágica la desmesurada crítica destructiva en la que, nosotros mismos, los opositores que queremos un cambio en Venezuela, hemos centrado la atención del debate político, favoreciendo nuevamente a un gobierno que cada día enfrenta problemas más graves y profundos.
Hace unos días, escuché a dos paisanos venezolanos conversar en un café del sur de la Florida. Ellos absolutamente absortos en su proyecto de reparación del país, ignoraban la atención que yo les prestaba y menos aún conocían el hecho de que como ellos, yo también soy venezolano.
Uno de ellos profirió una opinión que a mi juicio resulta absurda, pero que desafortunadamente parece ser común en las conversaciones sobre el tema: “En Venezuela lo que hace falta es un estallido social, peor que el de 1989, no hay otra opción”.
Sorprendido, reflexionaba sobre el ilógico y desmesurado extremismo de alguien que se atreve a proponer algo así, desde la cómoda seguridad de quien no sufrirá las consecuencias. Me preguntaba a mí mismo si es que acaso no son deseables todas las formas de protesta que se puedan iniciar en contra de un gobierno que sencillamente no tiene control sobre la caótica situación del país.
No resulta mejor concatenar dichas manifestaciones bajo una sola bandera en vez de dividirlas en iniciativas partidistas propuestas por “A” o “B”?
Llegué a una conclusión anclada en la más pura y absoluta resignación. Sencillamente, ya no sé de qué se trata ser un opositor venezolano, y creo (aunque espero equivocarme) no ser el único. En su momento, el nacimiento de la Mesa de la Unidad (MUD) representó esa necesaria unificación del proyecto opositor. Pensé, que al fin el accionar político de los partidos opositores funcionarían al unísono, engranados en un objetivo común: Cambiar la situación actual del país.
Sin embargo cabe preguntarse si tal unidad se mantiene hoy? Y en el supuesto de que efectivamente exista, por qué se muestra tan endeble y poco confiable? Es que son más importantes las pretensiones y los objetivos de los partidos individualmente considerados? Es que acaso somos incapaces de validar y apoyar la acción del compañero aun y cuando no concurra completamente con tal posición?
La crítica, el debate y la discordia, expresadas de manera sana y manejadas correctamente, no solamente son útiles sino necesarias en la construcción y consolidación de una sociedad democrática, y allí justamente recae una de las mayores responsabilidades del liderazgo partidista. Saber resolver las diferencias de una manera funcional y eficiente.
Mientras no exista unidad, y hoy a mi juicio en Venezuela no existe, la oposición venezolana no podrá lograr los escaños públicos que tan desesperadamente necesita obtener.
La unidad opositora, enfrenta a un enemigo formidable. No hablo de un gobierno que es sencillamente incapaz e inerte frente a los profundos problemas del país. La oposición venezolana se enfrenta a su peor enemigo. A sí misma.
Es momento de cambiar, y cambiar rápido.