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Se les rompió el amor, de tanto usarlo…

Ya casi nadie habla por teléfono, y hasta hay que pedir cita para hacerlo. “¿Te puedo llamar / puedes hablar?” Son mensajes de texto cada vez más comunes, mal escritos en su mayoría y enviados a la defensiva, con la súplica y el anhelo de quien solicita clemencia en un tribunal. Incluso muchos tienen como “saludo” en WhatsApp: “No puedo hablar, sólo texto”, o algo parecido.

Así estamos en este mundo de comunicación “abierta” y “global”… Incongruencias como esas nos tienen en jaque y pocos parecen advertirlo o dispuestos a corregirlo.

En ese tono, en EEUU se ha desatado una cacería de brujas y se promueve la diversidad a juro y porque sí. Se condena a los conservadores por no ser liberales, y viceversa. Se pide tolerancia siendo intolerante, aceptación mientras se juzga y segrega.

Una actriz de Hollywood hace poco exigió “respeto” para su hijo adoptado, luego de anunciar que la criatura se había declarado transgénero desde los 3 años… ¿Acaso no es delito y falta extrema de sentido común exponer la privacidad de un infante? Pero, ¿quién corre el riesgo de quedar como “intolerante” al criticar la “tolerancia” de esta señora?

En Nueva York abundan estas incongruencias y trascienden al terreno político: activistas piden dejar a los indigentes dormir en el infernal Metro, y legalmente las niñas deben aceptar compartir el baño con hombres adultos.

Mientras en otros estados se debate sobre el aborto, el gobernador de NY considera una prioridad que se legalice la marihuana, luego de años de campañas condenando el tabaquismo, con avances en la salud pública. Y si, pongamos, un vecino decide fumar hierba e impregnar el edificio completo, hay que ser “tolerante” y calárselo.

Además, el presidente del Concejo Municipal de NYC regaña al alcalde por no haber ido a la gala estrambótica de la revista Vogue en el Museo Metropolitano, una de las noches “más inolvidables porque cantó Cher y estoy obsesionado con Lady Gaga…”

Se han concentrado tanto en gobernar para las minorías, que se han olvidado de la suma total, de las necesidades de una ciudad donde a la mayoría no le alcanza el sueldo. El resultado, un caos de tolerancia intolerable.

Hace poco el programa de parodias Saturday Night Live, de marcada tendencia Demócrata, criticó a ese partido diciendo que la comediante Roseanne Barr ha sido la única persona “enjuiciada” en lo que va del turbulento gobierno de Trump. Ello en referencia a que hace exactamente un año fue crucificada, despedida y desterrada, por un comentario torpe que colocó en Twitter.

Mensajes estúpidos circulan por millones cada día en las redes, pero los tolerantes de la “libertad de opinión” no perdonaron a Barr, y claro que mucho tuvo que ver que es abiertamente fanática de Trump.

Los absurdos no se quedan en Nueva York y tampoco son exclusividad de los Demócratas. Nadie como Trump en ese campo, empezando porque no aplica llamarlo Republicano pues hace –y sobre todo dice- lo que le venga en gana, incluso contradiciéndose a sí mismo o su gabinete en cuestión de horas.

Apenas el viernes 3 de mayo celebró que Putin le había jurado vía telefónica que no tenía interés en intervenir (¿?) en la desahuciada Venezuela, exactamente lo contrario a lo que proclama la realidad y su Secretario de Estado, es decir, su “experto” en el tema internacional.

No es difícil imaginar las carcajadas desde Moscú, Pekín o Teherán. Es el riesgo de pretender ser diplomático y amplio, y hacer exactamente lo contrario: correr las arrugas, como las promesas de los trabajadores en un taller mecánico.

Pero el progreso es otra cosa: necesita gente valiente, dispuesta a llamar las cosas por su nombre, como el niño que gritó que el emperador era un ridículo y estaba desnudo.

“Se nos rompió la tolerancia, de tanto abusarla…”, cantaría Rocío Jurado, de momento.

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