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Se ha perdido el sentido común

El sentido común deriva del conocimiento ordinario, de la sabiduría de la cultura y de las creencias que se transmiten a través del inconsciente colectivo.

Es también fruto del instinto de sobrevivencia. Muchas son sus enseñanzas: el fuego quema, si no sabes nadar te ahogas, si tienes sexo puedes quedar embarazada.

El sentido común, la ciencia y la filosofía nos dan información sobre la verdad de las cosas. Sin sentido común perderíamos la capacidad de sobrevivencia, así como pasa a quien padece discapacidad intelectual y a los enfermos de Alzheimer.

En la actualidad estamos viviendo una desorientación que se agrava con el ritmo tan acelerado al que nos obliga la tecnología. En la era industrial el sistema avanzaba al ritmo de los barcos de vapor y los televisores de bulbos, hoy, en el mundo de la información y la biotecnología, todo se mueve con extrema rapidez. Los adultos apenas comprenden las nuevas tecnologías y sus hijos tienen mucha información, pero han perdido empatía y la sabiduría ancestral llamada intuición. Hasta los médicos han perdido el ojo clínico.

Desde 1990 internet ha cambiado el mundo, ni cuenta nos dimos de cómo nos íbamos quedando atrapando en la web. Parecía el sistema más democrático, sin embargo, los poderosos lo utilizan para difundir ideologías y realizar negocios a través de las redes sociales.

Nos falta ver cuáles trastornos se avecinan con la Inteligencia artificial y la revolución de la cadena de bloques y criptomonedas como el bitcoin. Nos adoctrinaron en materias como: historia, religión y nos mostraron el mundo en un mapamundi, pocas veces nos mostraron dónde nace un río y cómo llega al mar, ni a una vaca pariendo a un becerro.

A los ingenieros les enseñaron a construir edificios, carreteras, puentes y presas sin pensar en las consecuencias que tendrían en el sistema ecológico de la región.

En cuanto a la medicina nos acostumbraron a ingerir fármacos para paliar el dolor, alargar la vida, crear vida, tener un bebé in vitro, a contar con diagnósticos tecnológicamente sofisticados. Sin embargo hasta uno de los hombres más ricos del mundo como es Carlos Slim, pudo impedir que sus hijos heredaran una enfermedad genética que afecta sus riñones y que posiblemente continue en sus nietos.

Son tantas las innovaciones y los nuevo inventos que hasta perdimos la capacidad de asombro. Sin embargo, ¡qué difícil es controlar el mundo interior! Por ejemplo quien tiene problemas para dormir, sabe lo difícil que es bajar la velocidad de un cerebro acelerado, disminuir las preocupaciones o los pensamientos pesimistas que dan vueltas sin parar.

Hoy en día la falta de sueño es uno de nuestros grandes problemas, a los niños los mantiene distraídos, hiperactivos mientras que los adultos tratan de parar el pensamiento obsesivo y a veces quedan atrapados en compulsiones como: el orden y la limpieza, la ludopatía, las compras, incluso en conductas autodestructivas como morderse las uñas, cortarse; arrancarse el cabello, quemarse la piel, etc.

Nos enfrentamos a un colapso mental. Los empresarios están al tanto de estas necesidades y las usan para vender medicinas milagro, comparten mercadotecnia fabulosa, y tratan de convencer que un científico que trabaja en la NASA descubrió un secreto que tenían guardado.

Estamos atrapados entre algoritmos y big data. Los algoritmos se encuentran en los autos y en las redes sociales, son operaciones que se realizan con corrientes eléctricas en las computadoras. Los dígitos permiten realizar muchas funciones a la vez. Una computadora de 4 gigas lleva a cabo 4000 millones de operaciones en un segundo. Nos estamos algoritmizando, ¿Dónde quedó el sentido común? ¿dejaremos de ser humanos?

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