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Andres Correa

Santos sin paraíso

Visto el resultado del segundo intento de juicio político a Donald Trump, no queda duda de que EE.UU. ya no es una nación, sino al menos dos, cada vez más distantes, miopes y opuestas.

Sea el partido que sea, un asalto al Congreso en cualquier sociedad es un delito grave, mucho más si lo hacen militantes del oficialismo para impedir que los saquen del poder.

Pretender que no hubo (i)responsabilidad del entonces mandatario republicano en esos disturbios que dejaron cinco fallecidos y más de 140 heridos es peligrosamente ridículo. Lo mismo aplica con los saqueos mortales promovidos por la izquierda que desataron el caos el año pasado varias veces, en distintas ciudades del país.

Nueva York, la más poblada, está padeciendo una inseguridad, anarquía y violencia que en gruesa parte es consecuencia de ese clima anti policial que los Demócratas alentaron, incluso arrodillándose en el Congreso para “pedir perdón” a los “ofendidos”.

Aquí el crimen ha tomado las calles y el transporte público -hasta cuatro acuchillados en una misma noche en el Metro- de la mano de la indigencia, la desidia, la basura y la impunidad.

Son acciones de “asalto” a la esfera pública, en el mismo tono de quien desconoce un resultado electoral por capricho, aún sabiendo que ese mismo sistema lo benefició apenas cuatro años antes: en 2016, Hillary Clinton sacó más votos que Trump, pero asumió su derrota en respeto al peculiar conteo que impera en EE.UU. ¿Por qué actuar tan distinto en 2020?

En esos escenarios de alentar y justificar -los saqueos a comercios y el asalto legislativo-, Demócratas y Republicanos han caído en un pantano de anarquía del que no será fácil salir. Los políticos suelen quedar bien; el daño lo pagan las instituciones y, sobre todo, los ciudadanos.

Usados y manipulados a niveles infantiles como mercaderes de opiniones -más ahora con las “redes sociales”-, los estadounidenses dicen ser “libres” y pelean contra quien les “amenace” ese derecho. Suena lógico y justo. Excepto que la ecuación la están asumiendo contra sí mismos: antes era la URSS, Irán, Vietnam o Irak; pero ahora el enemigo lo ven “en casa”, es decir, “todo el que no piense como yo odia a este país”.

El deterioro en el sistema educativo para “no traumatizar”, y las restricciones y la paranoia impuestas por el coronavirus tampoco han ayudado. Al contrario, han abonado la separación, la distancia, las etiquetas -dónde vives, de dónde vienes, a dónde vas, con quién te reúnes- y hasta la lucha por acceder a las vacunas escasas. Y así, van justificando todo, porque estamos en “emergencia”.

Bajo esa mentalidad, un caudillo como el gobernador Demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo, se pasó el 2020 promoviendo su supuesto éxito contra la pandemia, mientras barría miles de muertos debajo de la alfombra y quebraba empresas con sus medidas arbitrarias.

Mientras, publicó un libro autoalabándose y hasta le dieron un premio Emmy -que ahora le quieren quitar- por sus comunicaciones “magistrales” en televisión, cuando en realidad estaba mintiendo e irrespetando reglas y pautas federales porque detestaba a Trump.

Muchos justificaron a Cuomo en ese momento, y otros tantos a Trump, mientras ambos abusaban de sus cargos y violaban las leyes.

¿Y todavía preguntan si la “democracia” de EE.UU. viene en declive, a favor de China, Rusia y demás autocracias internamente muy unidas? Hasta a la NASA y Disney les cuesta cada vez más ocultarlo…

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