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San Shakespeare

En el teatro que se hace en libertad, nunca sobran los recursos, aunque sí las ganas, la fe, el entusiasmo y muchas veces hasta el talento. De suerte que cualquier carestía en la producción de lo que imaginaste, normalmente se reinventa, y se vuelve a reinventar sin resignarse, cuantas veces sea necesario, hasta que concuerda con las posibilidades de facto. Y así se produce belleza, me consta, no me quejo. Son muchas las veces que de la nada, surge la solución, como por arte de magia el recurso, cae del cielo el material, el mueble, la luz e incluso el actor que faltaba.

Eran días de una producción muy ajustada, escenas de amor de Shakespeare para escoger, arte y esfuerzo a beneficio de UNICEF. En el espacio no convencional, -como se le dice ahora a hacer teatro sin teatro-, sólo contábamos con un bello banco de madera de cedro de hace cien años. Si tuviéramos tan sólo unos cuantos metros de tela blanca… con eso podría darle hogar a la puesta en escena, suspiré sin decir. Le comenté al actor que fungía de productor. El pobre, se encogió de hombros, sus bolsillos ya encogidos, me habló de correr las cortinas, de apagar la mitad de las luces, tal vez así podría lograr esa intimidad que buscaba… íbamos saliendo de la sala de ensayo en medio de esa conversa cuando nos topamos con los contenedores de basura que estaban frente a la puerta del edificio, semiabiertos, de sus bocas salían tres espléndidos rollos, tranquilos y limpios, de tela blanca. ¡Un milagro! ¿Qué más? Y ese había sido Shakespeare, ¿quién más? Una noche tibia en Nueva York, Shakespeare que estás en los cielos…

Otra producción, del mismísimo Shakespeare, a beneficio de la sociedad Histórica de Bridgehapmton, asumió el tema del mar y las uvas, según inspirara el lugar donde se realizaría la función. Debo decir que en Shakespeare puedes encontrar tantos temas como quieras. Y si del cielo te caen uvas, pues alza tu copa. Si logras escuchar las olas, es porque puedes tomar el barco. Camino a Bridgehampton, aun con varios entuertos de producción entre cejas, nos salimos de la autopista por atender de esas necesidades impostergables. Conseguimos un centro comercial, con las mismas tiendas que tienen todos los centros comerciales al borde de las autopistas de los Estados Unidos, ¿dónde pedir el baño prestado? ¿en el supermercado, la librería, la venta de ropa o la farmacia? En la farmacia tal vez sean más comprensivos, ya que se trata de un tema fisiológico ¿no?, relacionado a la salud, quizás… A la salida de la farmacia, las papitas, la botella de agua, un chocolate que nadie quería comprar… ¿qué es eso que está en rebaja? ¿Suerte de rosquilla gigante de plástico marrón, nada agraciada? La solución al problema que ocupaba mis pensamientos de autopista, de cómo sostener la sombrilla en mitad de la playa inventada sobre la escena, que había sido motivo de tanto ensayo y error. ¡Un sostenedor de sombrillas de playa! San, San Shakespeare, Santificado sea tu nombre…

En otra historia, que tenía bandera, no sabíamos cómo se cosía para que ondeara el invento. A las banderas no se le ven las costuras y son estandarte por los dos lados. Había que buscar una buena costurera, para que la bandera pareciera bandera, para que mostrara la gesta de un país sobre la escena. Y fue cuando se montó una desconocida en el autobús. Venía hablando por el celular. Hablaba de telas, colores y precios. Luego, que ella se encargaba de llevar los materiales a la costurera de banderas. No lo podíamos creer. Cuando supo que necesitábamos también hacernos de una bandera, no dudó en darnos los teléfonos, direcciones y consejos, que nos permitieron izar esa historia sobre las tablas. Shakespeare, ¡vénganos tu reino!

Pasaron los meses, seguía el teatro. El ambiente estaba tenso, producción en territorio extranjero, apenas empezaban los ensayos lejos de lo conocido, no podía saber si aquella mala cara pertenecía al estilo local, o era un problema de carácter personal. Me armé de todos mis respetos y paciencias por entender y dejar ser. Me encomendé a Shakespeare, me costaba respirar, el aire se había vuelto pesado. ¡Ay, José Ignacio! Necesitaba un asistente que me ayudara con la carga. Si fuera venezolano, me daría tierra, me atreví a desear sin confesar. Y así fue, al día siguiente, llegó recomendado, sonrisas pa’ trás y pa’ lante, piel tostada y abrazo acolchado, toqué suelo. El espíritu limpio, a corazón abierto, el asistente me devolvió la certeza de que el teatro no se puede hacer con el alma oscura. Y que el riesgo es ineludible cuando la creación se asume con goce. Me atreví a quedarme sin actores, sin teatro, ¡pero con asistente! Shakespeare, no me abandones… Nunca pensé que en menos de seis horas tendría mejores y para escoger. Shakespeare, hágase tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo, en la tierra donde se siembran historias para vivirlas frente a todos los que compran la entrada, cómplices que asisten a fisgonear otras vidas vividas en el escenario, y en el cielo, ¿dónde quieres que cuelgue la luna? Cada vez que sube el telón, nos miramos en ese espejo, el pan nuestro de cada día, danos el de hoy, ¡Shakespeare, Moliere, Cabrujas o Cervantes! ¡O’Neil, Strindberg, Chocrón o Calderón de la Barca! La fortuna de tener tantas letras que nos protegen desde el cielo cuando hacemos teatro y no morimos en el intento.

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