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Roxa Smith

Roxa Smith: Dialogo con los colores

NEW YORK – Puertas abiertas hacia mundos que despiertan nuestra más voluptuosa curiosidad, espejos de realidades que invitan a entrar y a explorar, para entender más para ver más. Así son las pinturas de Roxa Smith, artista de origen venezolano quien, tras una larga trayectoria, está ahora viviendo en Nueva York, ciudad donde ha realizado exitosas exposiciones.

Son pinturas llenas de luz y de color, pero sobre todo, son pinturas donde cada detalle cobra vida, habla. Detalles que a veces se sobreponen a otros, que nos llegan replicados en espejos, insertados en un tapiz o por medio de sombras. Son el paisaje de los recuerdos que se acumulan, se mezclan y se difuminan.

La mirada de Roxa hacia los interiores de las casas, reflejo del interior de nuestro ser, es minuciosa, casi de voyeur, ahonda en esos espacios invisibles que mejor que otros nos hablan de la personalidad de cada quien, de nuestros deseos y nuestras realidades, del mundo que se ve y del otro que flota en el aire, invisible a la mayoría pero dispuesto a mostrarse con claridad a los que tienen la osadía y el valor de descubrir.

Roxa nace en Caracas y casi todos los años transcurre sus vacaciones en una casa de campo a pocas horas de Nueva York. Es la casa de familia de su mamá. Una casa con una historia dramática y misteriosa: tras un incendio que devasta sus interiores, logra salvar del fuego su fachada. Serán la madre y la tía de Roxa las que se dedicarán a devolverle la vida y a rescatar del olvido su identidad.

Roxa está cursando estudios de economía en la Universidad de Maine cuando decide seguir las clases de Historia del Arte de un profesor indú. Puertas que se abren liberando deseos escondidos, esas clases le cambiarán la vida. Una necesidad hambrienta de belleza la lleva a recorrer Europa de mochilera. Al regresar sabe que su futuro es el arte.

Empieza pintando paisajes, queda horas mirando el Avila dispuesta a fijar en la tela su aristocrática belleza. Los colores de la naturaleza venezolana le quedan impresos en el alma y con ellos ilumina los grises de ciudades como Nueva York donde el trópico es un anhelo.

No le tengo miedo a los colores. Me crié en un país donde la gente ama los colores, la naturaleza se expresa con tonalidades fuertes y la luz juega a ponerlas en evidencia.-

Habla con los colores, los explora, los mezcla con la paciencia de los antiguos artesanos.

El trabajo para mi es como un bordado: toma mucho tiempo y tiene un sinfín de detalles. A veces me siento muy afín a los que en la Edad Media bordaban paisajes en los tapices-.

Inquieta busca su camino, estudia y experimenta.

En ese andar con el alma revuelta, explorando su interior, decide volver a sus primeros pasos, el de los paisajes y para hacerlo regresa a la casa de familia, esa que había logrado sobrevivirle al fuego.   

Quiere pintar sus hermosos alrededores. No puede. Una lluvia constante y beneficiosa, diríamos hoy, la obliga a quedar en casa, en ese espacio que había compartido cada momento de su familia, que atesoraba recuerdos y ecos lejanos de risas y llantos. Los interiores empiezan a hablarle.  Roxa los escucha y les da vida.

Sus pinturas van explorando detalles, sombras, claroscuros de la vida diaria.

La casa de sus ancestros, con el respiro atrapado de tantos seres queridos, ayuda a Roxa  a encontrar su camino. Sus pinturas se llenan de colores y de recuerdos; de imágenes que brotan de los recodos de sus pensamientos, de detalles frutos del azar, de la sombra de una silla, del reflejo de un espejo o de un momento de vida inmortalizado en una foto.

Objetos y animales se vuelven humanos y comunican, representan sentimientos y estados de ánimo. Su creatividad es una fuente infinita. Son de esa época sus autorretratos; pinturas que realiza tras pasar horas preparando meticulosamente cada detalle de maquillaje. Los autorretratos, así como todos sus retratos, nos hablarán de paisajes interiores que se mezclan con los paisajes externos. Seguirá una colección entera de miniaturas, otra donde son protagonistas unos robots llenos de alegría y humanidad.

El recuerdo es el leit motive que unirá todos sus cuadros, recuerdos de infancia, recuerdos de personas y de lugares amados. A los que se fueron, dejando el regalo de un pasado compartido, ha dedicado cuadros de ofrendas ricos de detalles.

En 2014 tuvo la oportunidad de transcurrir tres meses en la Universidad de Lincoln, en Nebraska gracias a una beca otorgada por el Sheldon Museum, Basil Alkazzi y el NAIFA (New York Foundation for the Arts). Allí rodeada de paz, sin el apremio del tiempo, pudo dedicar cada momento a su creatividad. En un estudio inundado de luz y sumergido entre el verde, Roxa se dedicó a explorar sus profundidades y a transformarlas en arte. Recuperó el placer de los retratos medievales en cuyos rostros incrusta detalles de interiores y de paisajes inventados. Pero cuanto más se sumergía en su creatividad más surgía la necesidad de seguir pintando interiores. Interiores que en esta nueva etapa de su vida artística se juntan y se mezclan con los exteriores. Interiores que reflejan ya no solamente paisajes de la memoria sino paisajes que surgen de detalles retenidos por la memoria y que luego se transforman, crecen, cambian. – Es un proceso fascinante – confiesa la artista – comienzo a pintar a partir de un detalle que ha llamado mi atención pero luego los cuadros van dialogando conmigo, los colores me hablan, y yo nunca sé donde me llevarán. Es el proceso que viven muchos escritores con sus personajes. Es un tejer común, yo, mi interioridad, mi memoria y la interioridad y la memoria de los colores. A veces la comunicación fluye con facilidad, otras veces es más difícil, se crean conflictos y, hasta que no se resuelven, no hay paz y no hay obra -.

Actualmente sus pinturas están expuestas en la Lyly’s Gallery del Roger Smith Hotel, en Nueva York. Seis pinturas donde podemos ver el recorrido de sus viajes en los interiores de sus recuerdos y de su actualidad, del pasado que se funde con el futuro, de los paisajes reales que se transforman en paisajes imaginados.

En los planes futuros de Roxa está el de volver a experimentar un camino estético que la emociona con la misma intensidad de los colores: el collage.

– Juntar piezas de papel en un collage, para construir la imagen de lo que tengo en mi alma, me lleva a ser más abstracta. Mi control es menor, el papel tiene una vida propia que debe ser tomada en cuenta y que influencia el resultado final.-

Roxa regresa con frecuencia a Venezuela. En Caracas viven su padre, su hermano y un sinfín de primos y amigos muy queridos.

– Año tras año he visto el país deteriorarse. Chávez supo darle voz a una parte de la población pero no lo hizo para mejorar su condición sino para manipularla. Yo no pierdo la esperanza de que el pueblo, todo, despierte de ese sueño engañoso y busque otros caminos para crecer -.

Esa ciudad en la cual transcurrió años tan importantes de su vida vuelve con fuerza en sus cuadros. La memoria queda atrapada en la alegría de los colores atrevidos, insolentes, del trópico y en los detalles del Ávila, mágica montaña que cobija Caracas guardando sus secretos, pero también en las rejas que asfixian los interiores de las casas.

Hay casas bellísimas en Venezuela, con todas las ventanas enrejadas. ¿De qué sirve, me pregunto, tener casas tan bellas si al final se transforman en jaulas, doradas quizás, pero siempre jaulas?

Pregunta que atormenta, dolor que flota entre los detalles de sus cuadros, memoria que se diluye, nostalgia que al volverse color, transforma la tristeza de lo que se perdió en la alegría de lo que nadie nos puede arrebatar: los recuerdos.

Los interiores de Roxa son los interiores de todos nosotros.

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