¿Improbable? Más que eso, absurdo. Si alguien, a comienzos del año, hubiese tan sólo asomado remotamente la posibilidad de una derrota, hubiera sido tildado de loco. Así, no más. No había razones para dudar de la reelección de Dilma Rousseff a la presidencia de Brasil. Mucho menos, para pensar que un trágico accidente de avión hubiese podido torcer el rumbo de los acontecimientos. Y poner en el camino de Rousseff a una mujer. Decimos, Marina Silva.
A pesar de las protestas de junio de 2013, las primeras desde las marchas multitudinarias de 1992 en las cuales las “caras pintadas” exigían el “impeachment” por corrupción de Fernando Color, Rousseff, a comienzos del año, se mantenía adelante en las encuestas. Su ventaja era abultada; tan abultada que ni Aecio Neves, candidato del Partido Social Democrático de Brasil, ni Eduardo Campos, candidato del Partido Socialista de Brasil, parecían representar un peligro a sus aspiraciones. La reelección estaba a su alcance.
Nunca vender la piel del oso sin antes tenerla. Las dificultades, para la aspirante a la reelección, comenzaron a asomarse hace un par de meses. Las protestas de 2013 habían desaparecido. Mas, no las razones que las provocaron. Decimos, el malestar por el incremento de los precios del transporte público y de la electricidad y la rabia por el deterioro del sistema de salud y la corrupción endémica en el gobierno. Todas estas volvieron a alimentar las tensiones y el enojo de la población.
El as bajo la manga. El mundial de Fútbol, el cual regresaba a tierra brasileña después de más de 50 años, tenía que darle nuevo oxigeno a la candidatura de Rousseff y, al mismo tiempo, ejercer un efecto anestesiante en la población. Es lo que se creía, pero no fue así. El evento deportivo planetario puso al desnudo un mundo de corrupción y alimentó la desazón en quienes estimaban excesivo el volumen del gasto público para la realización de la Copa FIFA Confederaciones 2013, la Copa Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Consideraban que mejor hubiese sido invertir ese dinero en escuelas, en hospitales y en obras de interés público más que en la remodelación de viejos estadios y en la construcción de nuevos. Aún así, Roussef lideraba las encuestas. Sin embargo, su candidatura comenzaba a mostrar las costuras.
Mas que el mismo Campos. Marina Silva asume la carga que representa desempeñar el rol de candidato a la presidencia, luego del accidente en el cual muere Eduardo Campos. Hasta entonces, había sido su compañera de fórmula. Silva, quien fuera colaboradora de Chico Méndez con quien funda el Cut Acre, ministro del Ambiente en el gobierno de Ignacio ’Lula’ Da silva y candidata a la presidencia en 2010, comienza a remontar las encuestas. Inversamente proporcional. Mientras Rousseff se desploma en las preferencias del electorado, Silva crece aceleradamente. Ahora, Rousseff y Dilma, para romper el ‘empate técnico’ que le dan las encuestadoras deben lograr comunicarse con el electorado, en especial con los jóvenes de clase media.
Mensajes distintos, electorado diferente. Rousseff y Silva diseñan sus estrategias desde trincheras opuestas. La candidata a la reelección sabe que no puede pedir a un electorado decepcionado seguir creyendo en ella. Por eso, evoca el temor al cambio y resucita el fantasma de un regreso a la pobreza. Silva, por su parte, predica la necesidad de impulsar una profunda transformación del país. En especial, de su economía, la cual pareciera dar muestra de cansancio.
Lo rural y lo urbano. El primero, sensible al mensaje de Rousseff; el otro, al de Silva. El primero constituido por un electorado con formación formal escasa; el otro, por una población que tuvo acceso a la educación secundaria y superior. El primero, conservador; el otro progresista. El primero, proclive al inmobilismo; el otro, abierto al cambio. El primero, temeroso de perder el terreno ganado a la pobreza; el otro, deseoso de enfrentar retos.
Clase media y media baja. Es el electorado que se disputan Rousseff y Silva, para romper el ‘empate técnico’. De ella depende que la balanza se incline hacia una u otra aspirante. En fin, el rumbo que tomará Brasil en los años venidero. Por su parte, la clase media alta y la alta, menos numerosa y tradicionalmente feudo del Partido Social Cristiano que respalda la candidatura de Aecio Neves, observa el desarrollo de los acontecimientos.
Perspectivas inciertas. La economía, luego de años de crecimiento, frena. El modelo económico, muestra signos de agotamiento. En la última década, el gobierno del Partido de los Trabajadores, logró el incremento significativo del Producto ‘per capita’, el mayor en tres décadas; la reducción de las desigualdades en los ingresos, a través de una redistribución más equitativa de las riquezas; la caída del desempleo, que se redujo en 4,5 por ciento y la expansión de la economía, la cual creció a un ritmo aproximado del 6 por ciento. El modelo de desarrollo, que hoy presenta síntomas de agotamiento y comienza a mostrar sus costuras, permitió abandonar la pobreza a más de 35 millones de brasileños, quienes pasaron a engrosar las filas de la clase media. Una conquista importante que no quieren perder.
La economía de Brasil ya no corre. Su promedio de crecimiento se redujo en menos del 2 por ciento. Y la tendencia es al estancamiento. Decimos, está en el umbral de una ‘recesión técnica’. La inflación, por su parte, pareciera mantenerse en alrededor del 6 por ciento. No obstante, hay quien considera que ha sido tan sólo represada, por la decisión del Gobierno de postergar los incrementos en los precios de la gasolina y de la electricidad.
El Plan Real y el conjunto de reformas que siguieron permitieron a Brasil suprimir la inflación y recorrer la senda de la prosperidad. Mas, ahora la economía reclama otras reformas estructurales para seguir creciendo. Esta es la tarea nada envidiable que le tocará asumir al presidente que saldrá de la contienda electoral. Afortunadamente, Brasil tiene los recursos y la infraestructura para enfrentar el reto. No es un caso que hoy, a pesar de las dificultades, siga siendo la sexta economía del planeta.