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Rostros de un mismo monstruo

Un hombre desnudo atado a un poste, una moto con agentes del orden público que estalla en llamas, una muchedumbre golpeando a los guardias nacionales, una tanqueta incendiada con cocteles Molotov. Hechos terribles, sin dudas. Y sin dudas también es ese, el rostro más horrendo de la crisis que atravesamos en Venezuela. Rasgos deformes que nuestra generación nunca vio. Como tampoco vimos en el pasado reciente a un tropel de soldados arrastrando a una joven que cubre su cara con la bandera nacional ni irrumpiendo en los hogares de los ciudadanos como si fuesen objetivos militares. ¡Esto no es una crisis, ya es una guerra! Una entre una ciudadanía desesperada y una élite negada a entregar el poder.

Maduro no es un mandatario. Él ya no obra en nombre del pueblo, que a gritos le ha revocado su mandato; y éste, terco, se resiste a pasar el testigo a manos más capaces. Maduro es la cara visible de una dictadura militar, que comprende al país como un matacán. Confunde el presidente, el vocablo mandato. Cree que le autoriza a mandar, a dictar órdenes, a ser un repugnante mandamás; cuando es él quien debe acatar las exigencias de una sociedad aburrida de su modelo fallido, de su socialismo trasnochado. Una sociedad que de paso, milita mayoritariamente en la centroizquierda.

El desfile del 5 de Julio, una encerrona con sus militares, prueba esa desconexión con el soberano, que lo es siempre que sea obediente, que acate las decisiones del amo, que como un buen padre, cuida de sus hijos y decide por ellos hasta castrar su voluntad. Pero son esos padrecitos que ven en la disidencia a los malos hijos de la patria, los que más recuerdan a uno de nuestros tiranos más crueles, uno del que quisiéramos no acordarnos: el general Juan Vicente Gómez. ¡Eso es Maduro! ¡Eso es el chavismo! El retroceso a épocas que creíamos superadas. El asalto al Palacio Federal Legislativo el día de nuestra fiesta nacional evoca las tropelías de caudillos infames, de los jefes de montoneras que imponían su voluntad a troche y moche. «Cabeza ‘e mango», o como se llame el asaltante, no difiere de las hordas inciviles que en nombre de José Tadeo Monagas, atacaron al Congreso en 1848.

La constituyente de Maduro va más allá de esa desconexión. Trasciende la burla sobre el contrato que nos hemos dado los venezolanos. Es un asalto a la república para actuar sin ataduras, para obviar la constitución vigente, que pese a sus plausibles deficiencias, por lo menos sirve de referente. Como todo dictador, ante la evidente pérdida del afecto popular, se resguarda detrás de sus húsares, y, apoyado en sinvergüenzas, pretende lo impensable: regir al país al margen de la constitución. La tiránica Asamblea Nacional Constituyente que ofrece Maduro no pretende redactar una nueva constitución. ¡Busca gobernar sin una!

Un hombre desnudo atado a un poste, una moto en llamas, guardias nacionales golpeados por una muchedumbre o una tanqueta incendiada son solo las consecuencias de la incesante violación que la élite perpetra contra la sociedad. Una élite disociada que, sin piedad ni pudor enseña sus garras. Sin vergüenza chantajea a los ciudadanos. Sin recato amenaza usar las armas si no le dan los votos. Esos actos salvajes y terribles son tan solo la patada que la mujer encaja en las partes pudendas de quien intenta ultrajarla. Son los rostros de un mismo monstruo: la dictadura que pretende violarnos y robarnos la nación.

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