Conocí a la maestra Rosario Faraudo hace ya muchos años a través de mi amiga y colega Lois Parkinson Zamora, profesora de la Universidad de Houston. Desde nuestro primer encuentro, Rosario me cautivó con su gran presencia, su sentido de humor, su conocimiento absoluto del inglés y de su literatura y sobre todo, con las historias que me contaba sobre su infancia en Barcelona y las experiencias que tuvo siendo una niña catalana durante los inicios de la Guerra Civil Española. Un día que me invitó a comer un exquisito arroz negro (fideuá) de su propia elaboración, se me ocurrió que esas historias que tanto me habían cautivado habría que documentarlas y difundirlas. Acto seguido, le pregunté a Rosario si la podía entrevistar en algún momento. Accedió con entusiasmo y con mucha remembranza, que en este breve diálogo despeja y transmite para la historia. Siendo ella una persona comedida, aquí debo mencionar que Rosario estudió Letras Inglesas en la Universidad de Londres y se ha dedicado durante muchos años a enseñar literatura inglesa en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En cuanto a su crecimiento personal, ella afirma que, a sus ochenta y pico, adaptarse a otros medios ha sido de las mejores enseñanzas que ha recibido en su vida.
Cuéntame de tu familia antes de tu llegada a México.
Mi papá trabajaba en Burroughs Adding Machine Company, que desapareció con los años, pero él trabajó en Barcelona con esa compañía. De ahí lo mandaron a Inglaterra, me imagino que a algún curso de entrenamiento, y vivieron con mi mamá por lo menos dos años. Eso fue a finales de los años veinte. Mi mamá dice que fue la época más feliz de su vida aunque no hablaba inglés, mi papá sí lo hablaba, no maravillosamente, pero lo hablaba. Fueron felicísimos en Inglaterra. Mi mamá decía que cuando yo naciera hablaría inglés lo cual se cumplió. Ellos eran muy anglófilos. Permanecieron en Barcelona hasta que inició la Guerra Civil en 1937. Se quedaron ahí en Barcelona y la mía fue de las últimas familias que quedaron ahí. Ya había bombardeos y faltaba comida. Por ello decidieron que las mujeres y los niños saldrían primero, como en un naufragio. Fue como la historia de una muerte anunciada: ya se sabía lo que iba a venir. Ese día que estalló el golpe de estado (17 de Julio, 1936) mi familia tenía programado ir a ver una casa en la playa que iban a comprar, cosa que ya no hicieron… ni compraron, obviamente.
Tu mamá seguro preguntaba “¿Por qué habremos dejado Londres?” ¿Se veía que iba a llegar a eso? Cataluña fue de los lugares más combativos, por eso fueron tan castigados a partir del golpe, ¿no?
Mi papá tenía dos hermanos y una hermana. La hermana trabajaba en la Generalitat. Eran republicanos, liberales y catalanistas, pero no creas que eran rabiosos socialistas ni nada de eso. Eran de lo que se puede llamar la “upper middle class catalana”, de lo cual había muchísimo. Yo oí a mi papá muchas veces decir que en España, en esa época, era fascismo o comunismo, no way out, no in between. And there was no room for people like them. No tenían espacio para ellos. Y eso es una cosa que se la oí mucho decir a mi papá.
¿Y quién tomó la decisión de irse de Barcelona, de España?
Antes tomaron la decisión que, para proteger a la familia, primero a los niños (yo, entre ellos) había que mandarlos a Francia. Entonces nosotros salimos, mi mamá y las dos cuñadas de mi papá con sus hijos y una hermana de mi mamá quien se trajo a dos sobrinos cuyos padres se quedaron en Barcelona. En mi caso, mis primeros recuerdos son de Perpiñán, en Francia. De ahí me acuerdo que fui a la escuela por primera vez y que ahí nos enseñaron el francés.
¿Habrás tenido como cuatro años?
Cinco.
Pero obviamente en tu familia se hablaba catalán.
Yo con mi papá hablaba catalán, con mi mamá siempre hablamos en español porque ella era de Aragón, aunque sabía catalán, por supuesto. Total, ¿quién tomó la decisión de irnos de España? No lo sé, porque a mí no me tocó. Pero lo que sí me acuerdo es que fuimos a vivir a Perpiñán y para nosotros, los más pequeños, fue una época muy feliz porque éramos muchos niños y teníamos con quien jugar.
Habría más familias “náufragos” me imagino, porque era la manera en que muchos organizaban los traslados.
Habíamos muchos niños y los franceses estaban muy asustados por la inminente declaración de guerra por parte de Alemania. Entonces repartían costalitos de arena en las casas para que los pusieras en el techo en caso de un bombardeo. Y como mi mamá y mi tía ya habían vivido los bombardeos en Barcelona, agarraron los costalitos de arena y los vaciaron en el jardín y nos hicieron un arenero gigante a los niños, porque sabían que los costales en el techo no funcionaban para nada.
¿También recuerdas las sirenas que seguramente acompañaban esos primeros bombardeos en Barcelona?
Claro que sí, yo ya había nacido. Es más, yo recuerdo de una noche en que me metieron debajo de un colchón. Debe haber sido durante un bombardeo. En mis recuerdos de niña, yo veía al colchón amarillo y con dibujos negros. Es en lo que un niño se fija. No recuerdo haber pasado miedo, los que pasaban miedo eran los adultos. Porque sí caían bombas, claro que caían bombas.
¿Del ejército de Franco y sus aliados?
Sí, esto es lo que yo he oído contar en las anécdotas de mis tías. Pero en mi mente infantil de esa época lo único que recuerdo es lo bien que la pasamos los niños en Perpiñán.
¿Y los franceses los aceptaron bien?
Muy bien.
Pero ustedes llegaron en mejores condiciones que aquellos quienes llegarían después caminando.
Como mi papá.
¿Y ustedes abandonaron Barcelona con unas cuantas maletas y unos que otros objetos personales como pinturas y fotografías familiares?
Eso es lo que yo me pregunto ¿cómo se les ocurrió cargar con pinturas o con un montón de fotos de la familia?
¿Todavía las tienes?
Tenía. Luego con la mudanza las deseché. Ya sé, hice muy mal. Pero es que no puedes conservar tantas cosas. El caso es que nos vinimos con maletas, las mujeres y los niños, como si fuera un viaje normal. Luego ya, posteriormente, cuando llegó el final, entonces mi papá, con sus amigos, tomaron la decisión de que había que irse y se fueron por la montaña. Y esa sí ha de haber sido una aventura muy peligrosa.
¿Se habían quedado en Barcelona trabajando?
No. Para entonces ya estaban con las tropas republicanas.
¿Y quién vivía en tu casa?
Pues no sé.
¿Habrá sido convertida en barraca?
Yo creo que ya nadie vivía allí porque se quedó la casa puesta. Estos platos en los que acabamos de comer se quedaron en la casa. Y ellos cerraron la casa y se fueron. Una prima de mi mamá fue un día y recogió esta vajilla y su juego de té de Mark Spencer –nada fancy– de loza inglesa que mi mamá amaba y yo, por supuesto, también. Lo recogió y se lo llevó a su casa.
¿Nadie se metió ni fue bombardeada su casa?
No, fue bombardeada la casa de al lado pero la nuestra no. Entonces fue la prima y recogió las cosas y las tuvo guardadas veinte años hasta que una prima mía se casó y vino a México en barco con su marido y se los trajo. Fue lo único que conservó de su casa, lo cual la hizo muy feliz.
Volviendo a Perpiñán. ¿Antes de llegar, ya habían alquilado una casa? ¿Cómo fue que se comunicaban en aquel entonces?, ¿Por telégrafo?
No sé, porque no había internet. Quiero suponer que llegaron a un hotel y buscaron una casa y la alquilaron. Pero, volviendo a los franceses de Perpiñán, ellos se portaron muy bien. Mira, nosotros llegamos en condiciones bastante deplorables. Vivíamos en esa casa las mujeres y los niños… esto me lo han contado, no lo recuerdo: sólo recuerdo el arenero y la escuela que me gustaban mucho porque te daban un pizarroncito de madera verde y eso me gustaba mucho. Y te digo que las clases eran en francés porque aprendí a decir “bonjour”, “À bientôt”, “s’il vous plait”, muy buenas frases.
¿Y las fronteras estaban abiertas en esos días? ¿Uno simplemente tomaba el tren de Barcelona a Perpiñán sin problemas?
No sé. Supongo que sí. Después no fue el caso. Cuando salió mi papá fue lo más dramático que se vivió. Salió con un grupo de amigos caminando por los Pirineos y encontraron un río. Mi papá, que era muy amante de la geografía, lo vio y les dijo “en esta región todos los ríos corren hacia Francia. Entonces vamos a seguir el río”. Y siguieron el río. Llegaron a una choza de un leñador que estaba cerrada, rompieron el candado, se metieron, hicieron fuego y pasaron ahí la noche en los Pirineos. Claro que por la mañana llegó el leñador furioso y con toda razón y ellos se enfrentaron a él y le dijeron… “detente, venimos huyendo. No somos ningunos malhechores. Entréganos a la policía si quieres, pero a la policía francesa, que es a donde queremos ir”. Y el leñador todavía les dio hasta de desayunar.
¿Era francés el leñador?
Sí, ya era Francia. Entonces los llevó al pueblo, que era Argelès sur Mer, que era donde estuvo uno de los campos de concentración más conocidos, y ahí los entregó a la policía de buena manera. Mi papá cuenta que llegaron unas chicas y les dieron una tableta de chocolate a cada uno. Sí, los franceses se portaron bien como personas. Todavía tengo la carta que mandó. Y ahí en el campo de concentración preguntaron que quién sabía algo de cocina y él dijo que él. En su vida había pisado una cocina, pero pensó que era muy bueno estar metido en una cocina. Por el calor y por tener acceso a la comida. Luego se apuntó como intérprete, con el poco francés que sabía, pero se apuntó como intérprete. Y entonces pudo obtener dinero para un timbre con el cual mandó esa carta que yo tengo.
¿Y sabía el domicilio de ustedes?
Sí, claro. Pero mi mamá no sabía nada de él hasta que llegó esa carta. Con el dinero que obtuvo siendo intérprete mandó una carta escrita con lápiz diciendo dónde estaba y que, por favor, lo fueran a rescatar.
¿Tu familia estaba lejos de ahí?
No tanto. Era la misma zona de los Pirineos Orientales. La hermana de mi papá conocía al prefecto de los Pirineos Orientales y gracias a ello lo fueron a rescatar. Lo rescataron y lo trajeron a Perpiñán. Historias similares vivieron los hermanos de mi papá y todo el mundo acabó en Perpiñán, toda la familia y uno que otro amigo. Por ejemplo, un amigo que años después encontrarían en Monterrey, que siempre le pedía a mi mamá la receta de su sopa de verduras. Es que (decía) “por más que le explico a mi esposa todo lo que tenía, nunca la logró hacer tan buena”. Necesitarías estar muerto de frío y de cansancio y de hambre para que una sopa te supiera así. Porque dice que nomás le iban echando más agua al caldo. Pues claro, si no tenían con qué. Entonces le iban echando verduras y más agua. Pero así recibieron a varios amigos y la montaña estaba llena de gente.
¿La montaña o el campo de concentración?
La montaña. Antes de llegar al campo de concentración.
¿Cómo en campamentos?
No, caminando. Había una amiga de ellos que pasó con su hijo. Y, calculando que necesitaría dinero, se llevó los cubiertos de plata. A su hijo se lo amarró al cinturón por tanta gente que había porque le daba miedo que se le perdiera y los cubiertos los tiró porque ya no podía cargar con tanto. Entonces estaba lleno de gente. Era un éxodo como lo vemos hoy en día en las noticias de los sirios. Total, volviendo a los Faraudo, nos reunimos toda la familia en Perpiñán, ya rescatado mi papá y sus hermanos y todo mundo. Entonces, ¿qué hacer? Se abrió la posibilidad de venir a México. La República les ayudó a venir a México.
¿Cárdenas ya había hecho el anuncio de que en México se iban a recibir a los refugiados?
Yo creo que sí. Porque tenían que contactar al consulado mexicano estando en Perpiñán. Y ahí les arreglaron las cosas para venir a México a los tres hermanos y a su mamá y a su hermana. Vinimos en el vapor Mexique. Tuvimos que tomar el tren para ir al barco al puerto de Pauillac. Mira, este era el baúl de mi abuelo. Yo no sé como cargaban con un baúl. Era el baúl de mi abuelo, él ya se había muerto antes de que yo naciera. No entiendo como trajeron tantas cosas.
¿Salieron de ahí hacia La Habana?
No, directo a México al puerto de Veracruz.
¿Cuántos días?
No sé, habrán sido como veinte días.
¿Y te acuerdas del barco?
Sí, me acuerdo del barco, precisamente ahora que me estoy tomando este café en esta taza de metal muy fancy. Yo nunca soporté tomar algo en cosas de metal pero en el barco había cosas de metal, no de acero inoxidable. Entonces dicen que yo me negaba a comer en esos platos.
¿Y estaba atestado de gente el barco? ¿Ustedes tenían su propio lugar?
Nosotros teníamos nuestro propio lugar pero claro éramos muchos, éramos una familia. En el Mexique estábamos mi abuela, su hija; la hermana de mi abuela y su hija; mi papá, la hermana de mi papá que también vino con nosotros y yo.
¿No en el mismo cuarto?
No, pero habremos de haber tenido algo así como una suite. No me acuerdo de haber estado amontonados ni mucho menos.
¿Y al día siguiente de llegar se subieron al tren?
Al día siguiente de haber llegado a Veracruz hubo unas anécdotas chuscas. La hermana de mi mamá tenía veinte años y la cuñada de mi papá tenía 22. Eran dos mujeres jóvenes de buen aspecto en Veracruz. Hacía mucho calor, era agosto y no se les ocurrió otra cosa que irse a meter en una cantina. En aquella época en México las mujeres no entraban a las cantinas: estaba prohibida la entrada a mujeres, niños y soldados uniformados. Pero ellas vieron que en las cantinas vendían jarras de leche. En realidad, era pulque, pero no lo sabían. Mi tía Amparo tenía un niño chiquito y se le ocurrió ir a comprar leche y pensó, “mira, qué curioso. Aquí venden leche en los bares”. Ellas no se sorprendieron mayormente: llegaron, pidieron leche y les dijeron que ahí no vendían leche y se fueron. Pero dicen que unos señores muy amables las invitaron a tomar una cerveza con ellos. Les dijo que no podía porque tenía un niño pequeño y tenía que ir a buscar la leche. Pero en ningún momento se percataron de que estuvieran haciendo algo impropio para México. Mujeres solas en una cantina en Veracruz en los años 30. Pero ellas nunca se dieron cuenta hasta después, hasta que conocieron el ambiente.
¿Y te acuerdas de la recepción del Mexique? ¿Había gente esperando, aplaudiendo?
Si aplaudían o no, no me acuerdo. Yo lo que me acuerdo es que a mí me compraron un Chocomilk. ¡Me encantó! Me pareció un manjar. Y pues sí había gente ahí abajo del barco.
¿Pernoctaron en Veracruz unas noches?
Pernoctamos por lo menos una noche porque a mí mamá le pasó otra anécdota chusca. Es que el shock cultural es sorprendente. En algún lugar donde nos llevaron a todos, a las mujeres y a los niños, le dijeron: “¿qué le podemos dar a la niña (que era yo) para cenar?” Y mi mamá respondió, “Nada, no se preocupen. Una tortillita”. “¿Nomás una tortilla?” “Sí, sí, claro”.
Ustedes pensaron que de patata.
¡Claro! Y llegaron con una tortilla y se nos hizo muy raro. No, lo que yo quería era una tortilla de huevo. “-Ah, lo que usted quiere es una torta de huevo”. Y así como ésta hubo cantidad de anécdotas sobre choques culturales. Pero en general mis papás fueron muy felices al llegar a México.
¿Tenía tu papá ya un trabajo?
No, todavía no. Lo tuvo muy pronto. Pero en ese momento no tenía, yo creo que la República les dio algún dinero para que pudieran subsistir.
Eso te quería preguntar, ¿cómo tenían dinero después de haber pasado todo eso?
Para lo del tren y todo eso parece ser que la República les dio a cada uno algo para que pudieran subsistir los primeros días y que luego se buscaran la vida. Vinieron a México en el tren, de Veracruz a México. Entonces alquilaron un departamento en la calle de Ramón Guzmán, por Insurgentes Norte, en la Colonia San Rafael. Y bueno, pues pusieron colchones en el suelo y ahí se quedaron hasta que cada quien fue encontrando su nicho. Mi papá contactó a la compañía Burroughs quienes mandaron un cable a Inglaterra, en el cual contestaron que sí, que le dieran empleo. Entonces ya así tuvo un empleo.
¿Y ustedes a que escuela fueron?
Yo era muy pequeña, tenía cinco años. Entonces aquí en el DF no fui a la escuela. Nos fuimos porque la Burroughs envió a mi papá a abrir una oficina en Monterrey. Entonces ahí en Monterrey yo, naturalmente, fui al Colegio Americano porque mi mamá era fanática de que yo aprendiera inglés.
¿Cuántos años vivieron en Ciudad de México antes de irse para Monterrey?
Muy poco tiempo.
¿Cómo era Monterrey en esos años?
Era como un pueblote pero muy friendly, muy, muy friendly. Mis papás estaban fascinados. A mí me invitaban a todas las fiestas de cumpleaños de los vecinos y les parecía que los mexicanos eran sumamente generosos, mucho más generosos que los catalanes. Ellos fueron muy felices en Monterrey.
¿Cuánto tiempo vivieron en Monterrey?
Muchos años. Verás yo tenía cinco años cuando llegamos y estuve hasta los doce. Por lo menos seis años. Y luego volvimos a la capital, por lo mismo, por Burroughs.
¡Qué suerte!
Así es. Y lo mismo: la hermana de mi papá acabó vendiendo enciclopedias, el otro hermano que se dedicaba a cosas de radiodifusión acabó emigrando a Guadalajara porque ahí le ofrecieron trabajo con las radio patrullas. A instalar radios en las patrullas. Y el otro que no encontraba trabajo, que era contador, estaba de velador en una gasolinera. Entonces un cuñado suyo que estaban en Panamá le escribió y le dijo “vente, que aquí hay mucha oportunidad”. Y se fue a Panamá y se convirtió en el rico de la familia.
¡Qué determinación a pesar de todo!
Tomó un barco en Manzanillo. Un barco japonés, ¿te puedes imaginar? Porque todavía Japón no entraba en guerra con Estados Unidos, ¿cómo habrá sido un barco japonés? Bueno, a lo mejor era mucho mejor que el vapor Mexique, porque los japoneses son muy limpios. Entonces tomó un barco en Manzanillo y se fue a Panamá y allá fundó una escuela. La escuela de contabilidad de Gastón Faraudo, que fue un éxito y se hizo rico.
¡Qué historia! Dices que no tienes mucho que contar y sí que tienes.
Es que de estas historias hay muchísimas.
¿Y tus papás nunca volvieron a España?
No, bueno mi madre sí. Porque allá había dejado a dos hermanas, pero mi padre nunca aspiró a volver.
Pero aún vivía cuando ya había muerto Franco.
Sí, pero nunca aspiró a volver. Decía “¿para qué?” Los que eran sus amigos o ya se habían muerto o habían pasado los últimos cuarenta años sin saber nada de él. No tenía ningún caso. Y alguien le dijo, “¿Pero no añoras a tu tierra?” “Sí”, respondió, “pero también quería mucho a mi papá y se murió”.
Fue todavía durante el gobierno de Franco cuando tu mamá se lanzó.
Ella sí volvió durante la época de Franco.
¿Y no hubo problemas como ocurrió en Cuba con los cubanos exiliados?
Ellas fueron y vinieron y no pasaba nada.
Hablando, me imagino, de cosas tristes porque, ¿no fue muy castigada Barcelona?
Sí, si lo fue. Pero cuando ellas fueron en los 70 ya se había recuperado un poco. Mi papá no quiso ir. Pero claro. Todavía estaban sufriendo las consecuencias de la guerra. Cuando mi marido Federico y yo fuimos la primera vez todavía vivía Franco. Yo fui con papeles mexicanos. Pero todavía vivía Franco. Fue muy divertido porque tomamos un taxi y entonces el del taxi nos comentó, “¿ustedes vienen de México? Pues miren, ésta es la avenida del Generalísimo, antes la Diagonal. Ésta es la calle de quien sabe qué, antes, tal”. Yo no conocía nada. Yo era solo una niña.
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