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Foto de la obra de Ximena del Cerro
Foto de la obra de Ximena del Cerro

Rosario (19)

‘¿Me avisas cuando te baje?’

‘Sí’

‘Júramelo’

‘Sí, Nicolás’, me dijiste, harta de la conversación.

No quería insistir demasiado porque es tu cuerpo, y preferí dejarlo. Pero ahora me daba cuenta de que entre la despedida, mi cruda, los últimos preparativos para irnos y estar con Chava ni siquiera te pregunté lo más importante. Mi cabeza era una vorágine en donde todos los peores escenarios posibles se cruzaban: ¿y qué si las cosas salían mal y tú no querías abortar? En algún trance de ese día llegué a pensar que habías intuido que iba a dejarte y podrías haber planeado todo para que ya no pudiera decirte adiós. Me dijiste que eras regular siempre, Ro, que estabas en el día dieciocho, faltaban diez y al onceavo tenía que pasar, pero estábamos en el quinceavo día y no pasaba nada. Pensé que tal vez ya me habrías puesto algo en Facebook contándome que todo estaba en orden e iba a subir corriendo a las computadoras, pero tuve una lúcida paranoia: si usaba la tarjeta mi señor padre iba a preguntarme para qué compré internet en lugar de esperarme a que bajáramos en Jamaica al día siguiente. Tampoco podía subir acelerado a pedírselo a mis primos: sabrían que algo estaba muy raro. No podía entender cómo era posible que algo así se me olvidara por completo, que hubiera desaparecido de mi mente como si no importara, como si fuera una cosa nimia que no merece nuestra atención, y por otro lado me preocupaba que nunca lo hubieras mencionado desde entonces, que a ti no te importara.

Estuve todo el día caminando por donde sabía que nadie de mi familia pasaba, me quedé mucho tiempo en la cubierta de las lanchas de emergencia pensando cómo hacerle para pagar y meterme a ver si me habías dicho algo sin que se enteraran en mi casa. Y el tiempo lo tenía encima, porque las siete horas de diferencia iban a hacer que dentro de poco estuvieras empedando y no pudieras contestarme si es que no me habías escrito. Tuve que ir con Paula, que por no poderse meter a la alberca estaba tumbada en un camastro y no corría riesgo de que los demás escucharan. Además, sin quererlo, fue ella quien me recordó lo que mi inconsciente decidió enterrar. Le dije que mis señores padres me tenían bloqueada la tarjeta y que necesitaba entrar a internet unos minutos, se lo pagaría apenas regresáramos a Puebla. Pero Paula no es tonta, por supuesto, y quiso saber para qué necesitaba usar una computadora con tanta urgencia, so pena no solo de no prestarme la tarjeta sino de contárselo al resto de los primos.

‘¿A qué niña le vas a escribir?’, me dijo segurísima. Pero ella pensaba que se trataba de alguien que apenas me gustaba y quería quedar bien.

Le mentí contándole la historia de S., diciendo que pensaba llegarle ese día, y le encantó la idea. A mí me parecía litri, pero con aguantarme sus consejos sobre qué decir me prestó su tarjeta y corrí a la recepción.

Cuando abrí Facebook tenía mensajes tuyos de los dos días pasados, y uno de ese día, deseando que ojalá me conectara, pero ninguno mencionaba siquiera vagamente el asunto. Vi que estabas en línea y te escribí de inmediato.

‘Hey, me realegró que te hayas conectado’, contestaste al segundo, ‘cómo viene todo?’

Yo no tenía cabeza para hablar de ninguna otra cosa, pero no podía cortarte para decir que ahorita solo me importaba saber eso. Te dije que todo bien, que esperaba que tuvieras un gran año, mejor que todos los anteriores, y tú seguías escribiendo.

‘Hay un montón de gente del intercambio acá para el Año Nuevo’, y después de unos segundos ‘Te extrañooooooo’, con corazones.

‘Hey, solo me conecté para escribirte porque ya tengo que correr a bañarme y vestirme para la cena’, pero apenas te escribía y enviabas una respuesta.

‘Entiendo!!!’, me pusiste, y otra vez seguiste escribiendo. ‘Te amo, amor’

‘pero antes de que me vaya quería también preguntarte, porque no me has dicho nada, si todo en orden con tu periodo’, y vi que sonaba ridículo cuando le di enter.

Esta vez no contestaste tan rápido. Escribiste unas dos veces y paraste antes de enviarlo. Yo estaba mordiéndome los dedos.

‘Todavía no me vino pero estoy tranquila porque hay un margen’ 

No podía entenderlo. ¿Por qué no me dijiste algo antes? ¿A qué te referías con ‘hay un margen’? ¿De cuánto margen era ese ‘hay un margen’? ¿No que siempre eras regular, que nunca te atrasabas? ¿Mentiste? ¿Te había sucedido antes? ¿Cuánto tiempo tenía que pasar para saber? ¿Y si ya era muy tarde para entonces? ¿No sería hora de hacerse una prueba? ¿Qué iba a decirle a S. si las cosas salían mal? ¿Cómo iba a explicarle? Me quería morir, Ro, me quería morir.

Para colmo tú te regresabas en la mañana del primero a Buenos Aires.

‘Me voy en 5 horas al aeropuerto’, me pusiste antes de que pudiera contestar. ‘Feliz año, amor!!!!!!’, ‘ponete lindo y ponete tu perfume’, ‘Bye amor’

No me moví.

‘Te amo bye’, fue tu último mensaje.

Permanecí unos minutos hasta que me cayó el veinte de que iba a necesitar el tiempo de internet para volverme a conectar cuando llegaras a Argentina. Alguien me reclamó porque me quedé parado unos segundos obstruyendo la puerta del salón de computadoras y en el elevador tuve que pedir perdón porque sin querer empujé a otra persona. Subí a la cubierta solitaria de las balsas de emergencia y me senté contra la pared. Ya no había cosquilleo, nada de agujas picándome sin cesar en las palmas. Era algo muy diferente. Un vacío en el centro más hondo del pecho que amenazaba con una angustia inaguantable en la que no podría respirar. 

Jamás sentí tanto miedo. 

Han sido los peores días de mi vida, Ro. En las noches me iba a la cama deseando que todo fuera un mal sueño, rogándole a cualquier dios que existiera que me salvara de esta y que si lo hacía nunca nunca volvería a atreverme a hacer algo así. En la mañana me levantaba hasta la madre de todo, a esperar que mis primos se fueran a las albercas y los bares para ir a una computadora a leer decenas de blogs sobre la probabilidad del embarazo dependiendo del día, las causas de una irregularidad en la menstruación, las formas de abortar, los costos, las responsabilidades legales de los padres. Conseguí más dinero prestado de Paula prometiéndole que le presentaría a la niña, y tuve que inventarme que me sentía muy mal para que mis señores padres dejaran de preguntar por qué no comía. Mi señora madre estaba muy preocupada y me obligó a ir al médico del barco. No bajé en el resto de los puertos, no podía pensar en ninguna otra cosa. El día de año nuevo tomé todo lo que no tomé en los primeros días y acabé llorando en la última cubierta. Mis primos me encontraron con la cara tan hinchada que todo el día siguiente se la pasaron chingando para saber qué me pasaba. Pensaba mucho en S., en todo lo que ya tenía con ella a punto de desaparecer por el error más estúpido que pude cometer. No toleraba que nadie me hablara, todo me parecía mal, jodido. Tus respuestas no dejaban de preocuparme.

‘Heyyyy, ya estoy en Buenos Aires’

Yo intentaba disimularlo contigo porque no quería que me ocultaras algo si descubrías mi preocupación.

‘Y qué tal todo por allá?’

‘Argentina=la jungla’, escribiste, ‘Primer día llego y había strike’, ‘No me bajaban mi valija del avión a la cinta’, ‘Esperé 3 horas’, ‘quería asesinar a alguien’, ‘Y manejar también fue fuerte’, ‘te tiran el auto’, ‘me había olvidado’, ‘Pero por lo demás muy bien, disfrutando del calor’

¿Cómo podías estar “por lo demás muy bien”, con el calor, preocupándote por el tráfico? Ya no aguantaba más que no me dijeras algo. Volví a preguntarte si había noticias.

‘Estoy con muchas cosas emocionales y eso me re-afecta’, escribiste, y fue todo.

¿Qué “cosas emocionales” eran esas? ¿Cuánto podía durar aquello? ¿Por qué estabas tan tranquila? Te dije que me avisaras cualquier cosa, por favor, y me salí a caminar sin poder dejar de morderme las uñas. En ese coctel de nervios estaba desesperado, impotente y ansioso. Quería gritarte, quería reclamarte por no haberme dicho antes, por haberme engañado, por aprovecharte de mí cuando estaba pedo en la cama para quitarme el condón sin que te dijera que sí, decirte que era tu culpa y solo tuya, y que si resultaba que estabas embarazada te olvidaras de mí porque yo siempre te dije que no iba a tener un hijo, te conté lo que le hicieron a mi primo y me hiciste lo mismo. Eres una vieja culera y cabrona y me vale madres lo que digas: yo no voy a hacerme responsable. Era tu culpa y si tú querías tener un hijo lo tendrías sola, porque yo no iba a arruinar mi vida a los veintiún años para criar a un maldito engendro, yo voy a hacer mi vida por mi cuenta y voy a arreglármelas sin ti, y sin importar lo que me cueste yo no iba a hacerme cargo de absolutamente nada.

Pero ¿cómo iba yo a echarte la culpa después de que te dije que te amaba? ¿Cómo iba a culparte cuando te daba servilletas donde escribía que conocernos era un milagro? ¿Cómo iba a decirte que no contaras conmigo cuando te empujé a que me volvieras el confidente de tu dolor más grande y dejé que te mudaras a mi casa, que te apropiaras de mi espacio? ¿Cómo decirte que ya no quería nada cuando me daba cuenta de que después de todo lo que te dije ahora estaba dispuesto a amenazarte para no poner en riesgo mis planes? ¿Con qué cara iba a decir todo eso?

Hay cosas que nunca entendiste.

Soy un tránsfuga buscando exiliarse de sí; me fui de Puebla huyendo de mí mismo.

Te las dije pero no me creíste. Me fui de esa ciudad en la que no pasaba nada, una ciudad que no existe, para ser alguien, conocer el mundo, solo para llegar a encontrarme con mi abismo que en unas semanas me puso a correr de vuelta al cuarto de mi casa del que jamás podré escapar. Jamás. Un año y medio antes estuve a punto de matarme. Me subí a una cama, até una cuerda de la viga e intenté ahorcarme. No pude. Terminé sentado con una psicoterapeuta en un cuarto diminuto contando mi patética historia de suicida fracasado. Y aquí en medio del mar seguía corriendo a todos lados con la esperanza de encontrar cualquier cosa que me indicara el rumbo, porque mis movimientos son espasmos en sentidos aleatorios que se dan por inercia. Soy un hipócrita, Ro, un miserable que se quejó de que no podía esperar nada de Abraham y Fabi, implicando que yo sí soy alguien de confianza, condené todos los actos de injusticia, de deshonestidad, de maldad, con tanta vehemencia que llegué a creer que yo jamás sería capaz de algo semejante, y me regocijaba con tu mirada de admiración cada que me escuchabas haciéndolo. Me hice el indignado porque nadie se movió para ayudar al niño de Sorrento cuando estaban golpeándolo, cuando Lautaro estaba abusando de Morena en Old Fashion, y me sentí culpable por no ayudar mientras los damnificados del temblor sufrían en Puebla. Me jacté de la altura moral con que te ayudé a que vomitaras y de ser el que te cuidaba, el que te tapaba en la cama; no dejé que Fabi te fotografiara peda y ufano me asumí como el héroe modelo del hombre que debe imperar en la sociedad, cuando yo llevaba meses mintiéndote con toda la intención, sabiendo cuánto confiabas en mí y cuánto me necesitabas, y seguía mintiéndote y alimentando tu ilusión sin que me importara. Ahora que me sentía acorralado estaba dispuesto a insultarte, a amenazarte para protegerme. ¿Cómo iba a decirte algo así? Yo no era menos despreciable que ellos. Soy un ser igual de deleznable, o acaso peor, porque Abraham y Fabi y Laura se quedaron sentados sin insinuar probidad, igual que tú, sin aparentar que se les debe emular como ciudadanos, pero yo soy un hipócrita que traiciona todo lo que dice, un imbécil que busca los límites de la mentira. Pero esta vez no voy a traicionarme. Sigo teniendo razón, el agua invade el cielo y se lleva lo que encuentra a su paso. Porque desprecio todo, Ro, me desprecio a mí, no creo en la sacralidad de nada y me la paso buscando el instrumento sagrado que me saque de mi miseria. Entonces terminé aquí, escribiendo una letanía de mis penas como si cumpliera la vieja obligación adquirida de niño en las exequias de mi abuelo de repetirlo todo para entrar en esa congregación de mártires que encuentran una forma de expiarse en la reiteración, o que solo logran sentirse mal como todos los demás, para pertenecer. Este es el largo rosario por el que estoy penando. A lo mejor a dios, para no equivocarse, hay que conocerlo para invocarlo, pero yo invoqué mi deseo para conocerlo y empecé a alabarlo sin preguntarme a dónde iba. Así seguía buscando encontrarme siempre en lo que estaba por venir, en lo que no era, y contigo me di cuenta que quizá no solo se trataba de conocerme, sino de creer, pero para creer se necesita haber predicado estas palabras que yo jamás me dije por miedo a verme.


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