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Foto de la obra de Ximena del Cerro
Foto de la obra de Ximena del Cerro

Rosario (18)

Al día siguiente no quería pensar y, por lo tanto, no hablé del final necesario. Fingí que mi único problema era la cruda, pero no dejé de pensar en el error de quitarme el condón: ahora tendría que asegurarme de que todo estuviera en orden con tu siguiente periodo para decirte adiós. Me dediqué a hablar con Chava de tonterías y a conseguir el Airbnb donde íbamos a quedarnos la última noche, porque te dijeron que no podían ir a recibir el departamento el lunes en la mañana, teníamos que salirnos el domingo. Después fuimos a vaciar mi departamento y tú te fuiste con Lilian a pasearla por el Duomo. Quería hablar con Chava, platicarle todo lo que estaba pasando, sentirme acompañado. Pero Chava es una persona muy recta y muy pazguata que a lo más me hubiera dicho que no sabía qué decir. Después fuimos al cuadrilátero de la moda, a que Chava viera algo de la ciudad, y no sé cómo ustedes consiguieron que nos subieran a un tranvía donde una marca de ropa regalaba pequeños perfumitos y bebidas. Lilian y tú no podían estar más felices. Cantaban cada canción como si fuera un antro y querían que nos paráramos a bailar con ustedes. Amor, dijiste, vení, y no pude evitar sentir cierta pena por no corresponder aquella palabra que por primera vez usabas en público y me incomodaba. La música impedía que me distrajera y el dolor de cabeza se acompasaba con el ritmo de las bocinas para empezar a rememorar. Amor, repetiste, vení, y de pronto era S. quien me llamaba sonriendo para bailar, pero al voltear su cara solo existía sobrepuesta en la imaginación de mi fantasía. Amor, vení, pero afortunadamente Chava tampoco estaba en condiciones físicas de seguir la fiesta y pidió que nos regresáramos, aunque tú no querías. Amor

Esa noche lloraste en voz bajita, Ro; no querías que Chava y su novia te escucharan. Estábamos en las sábanas, con las luces apagadas, pero mis ojos se acostumbraron a distinguir el brillo de los tuyos aún en la oscuridad. Creí que había algo nuevo con tu familia cuando no me respondías, pero luego me dijiste que era por nosotros. Querías preguntarme algo.

‘Dime, Ro’

‘Mejor no’

‘Dime, ¿qué pasa, Ro?’

‘Decime la verdad’

‘Te lo juro’

‘¿Me quieres?’, dijiste acercando tu cara, y yo suspiré al instante porque si me hubieras preguntado si te amaba no habría podido contestar.

‘Sí’

‘¿Me vas a ser fiel cuando volvás?’

¿Qué podía decirte, Ro? ¿Qué querías que dijera? Respondí lo único posible en ese momento.

‘¿Hay alguien esperándote?’

‘No’

‘¿He sido la más importante en tu vida?’

‘Ya te había contado de mi pasado’

‘¿Fui la más importante?’

¿Cómo contestarte, Ro? ¿Qué podía decir, cuando estabas ahí, pegada a mí, desnuda, esperando que te confirmara todo lo que tú deseabas? ¿Qué podía decir después de lo que pasó la noche anterior? ¿Acaso tenía elección? Ese día soñé con tus palabras, Ro, y en el sueño ese “Fui” era la evidencia más diáfana de que tú lo sabías todo.

El último día tuvo toda la melancolía de los finales, que, como la primera vez, nunca pueden esconderse en la normalidad. Para empezar, ese domingo debimos limpiar el depa temprano porque venían de la inmobiliaria a recoger las llaves y revisar que todo estuviera en orden. Nos levantamos tarde y te dije que ya no daba tiempo de bañarnos juntos, pero tú insististe, porque era la última vez.

‘No te voy a ver hasta marzo, Nicolás’, dijiste para convencerme.

Me sorprendía la seguridad con que decías que nos veríamos en semana santa, cuando jamás hablamos de eso. Por supuesto que no fue la última vez, igual que el viernes no fue la última vez que hicimos el amor, pero todo daba la sensación de lo inminente.

Entre entregar el departamento y comer se nos fue casi todo el día. Creí que Chava y su novia iban a estar algo desesperados por conocer, por hacer algo que no fuera ayudarnos a preparar nuestra partida, por eso les dije que fuéramos al parque Sempione a dar una vuelta luego de dejar las cosas en el Airbnb, pero Chava también estaba cansado. Supongo que no estaba preocupado porque le quedaban dos semanas en Italia y al final regresaba a Milán antes de irse. Encontramos el departamento (estaba en una zona del norte a la que nunca había ido, Gallaratese) y nuestra última salida fue al súper para traer algo de cenar. Desde la cena en la pequeña cocina de ese departamento no como charcutería. Me enfoqué mucho en incluir a Chava y su novia en nuestra plática para no dar lugar a más riesgos como los del sábado. 

Perdiste el piedra-papel-o-tijera con Lilian y tuvimos que quedarnos en la recámara con dos camas individuales. No sé si tú te diste cuenta e igual que yo lo ignoraste, pero en la madrugada pegaron varias veces en la pared del otro lado y gritaron que nos calláramos. Amanecí muy descansado a pesar de lo poco que dormimos. Tanto, que recordaba el sueño, o el sueño hizo la transición suave a la luz y ahora era un recuerdo. En el sueño yo estaba chico, ocho años, y era el funeral de mi abuelo. Un tío pidió a todos que nos hincáramos para rezar. Al principio me imbuía de la solemnidad de los adultos, que en sus silencios lacrimosos repetían cada plegaria de mi tío en el reclinatorio. Yo reproducía los salmos muy bajito, a veces sin entender, y cada ciertas repeticiones mi tío movía los dedos sobre el collar de cuentas que sostenía fervorosamente. Conforme avanzaba, el rezo se volvía más oneroso, y veía en los demás que cada nueva oración era como una pequeña daga incrustándose en sus heridas. Yo estaba contento, solo quería pararme para evitar el dolor en las rodillas, pero pensaba que tendría que encontrar la forma de convertir eso en un momento de profunda tristeza e incorporarme a ese canto de dolor. Al abrir los ojos estaba en las últimas plegarias. Lo sabía por la forma en que algunos reacomodaban las piernas en el suelo, por la entonación acelerada desde el reclinatorio, y me sentía aliviado. Rezaban el Rosario, Ro, una epifanía escondida como pesadilla inherente: Rosario es dolor.

Me moví muy rápido ese día, Ro, aliviado como en el sueño, no tanto por el avión como por evitar el dramatismo de un final sin saber qué decir, y corría el riesgo de perder la calma que disfruté por saber que al fin vería a S. Ayudó que Chava y su novia tenían prisa por llegar a tiempo a su tren. Estuve tan acelerado que se me olvidó agarrar mi mochila luego de que se la encargué a Chava para comprar los boletos al aeropuerto, y si no hubiera sido por ti él se la habría llevado a Venecia.

‘¿Te vas a portar bien?’, me dijiste en el tren a Malpensa.

Yo miraba por la ventana los edificios de las afueras de Milán en ese día soleado pero frío, que podía ser cualquiera de aquellos en los que todo el cuerpo me pesaba al despertar y los rayos de ese mismo sol lombardo eran el único recordatorio molesto, entrando a mi cuarto, de que ya era muy tarde. Sí, quizá Italia solo es un eufemismo para el destino.

Tu vuelo salía antes que el mío, y por un sector de salas distinto al de los vuelos trasatlánticos. Yo te apuraba diciéndote que no se te fuera a hacer tarde con la esperanza de que la inercia suprimiera cualquier ventana de tiempo en la que habláramos de nosotros. Pero antes de pasar seguridad volteaste y te quedaste callada, viendo hacia abajo. Me acerqué para sacar tu rostro del cabello.

‘¿Qué pasa, Ro?’

Tus lágrimas me miraron con todas las palabras que te dije. Te abracé, Ro, te abracé fuerte y suspiré.

‘Tranqui, Pitiminí’

Anunciaron en las bocinas que estaban abordando tu vuelo y te quitaste las lágrimas con una manga.

‘Llamame’, dijiste justo antes de meterte, ‘Nos vemos pronto’. Y yo asentí con una sonrisa, Ro, sabiendo que era la última.

No te marqué cuando llegué a Puebla ni te mandé mensaje. Te escribí hasta el día siguiente, cuando ya tenía varios mensajes tuyos en Facebook, contándote que llegué muerto, directo a dormir. Al día siguiente me fui a Playa del Carmen y aproveché para apagar mi teléfono y alejarme de todo. No sé en dónde tenía la cabeza, porque no acababa de estar completamente con mi familia. Mis pensamientos no cuajaban. Te respondía poco y apenas una vez al día, repitiéndote que mis papás no me dejaban sacar el celular o estar en la computadora cuando implorabas que me quedara conectado más tiempo. Eran cosas breves:

‘Cómo venís? Qué tal las pedas?’, me escribías, y yo respondía que todo tranquilo. Luego tú me contabas algo de lo que te había pasado y quedábamos de hablar al otro día.

‘Disfrutá’, me decías para despedirte, ‘te amo y te extraño’.

Hacía skype con S. diario. Cuando llegué de Milán le escribí apenas bajé del avión y me dijo que moría por verme. Planeábamos a dónde iríamos, ella me decía lo que quería hacer y yo le prometía que le enseñaría otras cosas que le gustarían aún más. Reíamos y sentía que ya tenía resuelto todo, pero después recibía uno de tus mensajes que me devolvía a la realidad. El veinticuatro hablamos un rato por videollamada. Me contaste de la familia de Carmen, que te trataba muy bien, que jamás comiste tanto jamón serrano, que tuvieron que ir dos días seguidos al parque Güell porque se agotaron las entradas, y que no podías más con el frío.

‘¿Extrañas el calor?’

‘Sí, acá se extraña el calor’, me dijiste, ‘pero más se te extraña a vos’

Me reí un poco.

‘¿Qué harás el resto de tus días en Barcelona?’, te pregunté como respuesta.

‘Supongo que un poco más de turismo con Carmen y cacería para el outfit del treinta y uno. Vamos a tomar unas copas con unas amigas de Carmen. Acá también toman mucho, pero no tanto como ustedes’.

No querías que me fuera cuando te dije que estaban esperándome.

‘Gracias por llamarme. Ya quería verte’, me dijiste con una sonrisa, ‘Cuídate mucho, amor. Te amo’

Antes de dejar la computadora en la habitación vi que tenía un mensaje tuyo.

‘Te sienta muy bien el bronceado. Disfrutá’

Subí al crucero en Cozumel, te contesté durante dos días en cada lugar en que bajamos, y apagué definitivamente el celular. S. también estaba de vacaciones con su familia y me dijo que dejaría a un lado el teléfono algunos días. Mis primos se extrañaron mucho de que no tomara, pero no podía seguir evadiendo que tú cada vez estabas más confiada en que las cosas iban de maravilla y yo cada día más seguro de que debía pararlo. Al tercer día me convencí de que no podía decirte adiós justo antes del treinta y uno, y tampoco podía hacerlo por mensaje de Facebook, sin dar la cara. Desaparecería por completo esa semana para que presintieras algo, te diría que mi teléfono se descompuso y no tenía manera de hablarte, y el tres, apenas llegara a mi casa, te marcaría. No me di cuenta de lo intranquilo que estaba hasta que después de decidirlo por fin pude estar totalmente en esas vacaciones y salir y platicar con mis primos como siempre lo había hecho. Además, a diferencia de los otros cruceros, no estaba buscando a nadie: me bastaba con la nueva paz que acababa de encontrar en S. Dudé si llamarte en año nuevo, pero luego de varias vueltas imaginando los escenarios y tus reacciones entendí que hacerlo solo te generaría ilusiones renovadas.

El treinta y uno en la mañana subí como siempre al bufet de la cubierta once a desayunar con mis primos. Los chiquitos comían por su lado y nosotros por el nuestro, aunque ya te conté que yo estaba en medio, porque todos con los que me voy de fiesta me llevan al menos seis años. Se sentaron en una mesa circular pegada a los ventanales, desde donde se veía la estela reformada a cada instante por la popa del barco. Todos estaban bien crudos, excepto yo, porque no había tomado.

‘¿Ya vas a chupar hoy o qué pedo?’, me dijo mi primo mayor a manera de saludo.

‘Déjalo, hombre, ¿no ves que eres una mala influencia?’

La que me defendía era su hermana menor, Paula, una prima de veintisiete, hija de uno de los hermanos de mi señor padre.

Fui a servirme algo y cuando regresé ya estaban en otra cosa.

‘No entiendo porqué no te trajiste una caja completa’, le dijo un primo a Paula.

‘¿De qué hablamos?’, les pregunté.

‘Que a la señorita se le olvidó que le sale sangre cada veintiocho días y no trajo sus instrumentos, y ahora no se puede meter a nadar’, dijo su hermano.

‘No seas pendejo, güey, te estoy diciendo que no sabía, se me adelantó’, le respondió Paula echando los ojos hacia atrás, y luego al resto de la mesa, ‘Pero bueno, así ya sé que no me embaracé del bato que me di el primer día’. 

Mis primos se rieron y dijeron que fuéramos al jacuzzi. Yo les dije que los alcanzaba, porque quería comer algo más, pero no era cierto. Me quedé cimbrado en el sillón, viendo el mar de la primera mitad del día, que en segundos pasó de ser tranquilidad a una tragedia. Estuve así hasta que vinieron a limpiar la mesa y el mesero me ofreció algo de tomar, y luego hasta que volvió a venir para decirme que me moviera a una mesa más pequeña porque había grupos grandes esperando para sentarse. Bajé al piso del casino, que a esa hora siempre está solo. Cuando me senté en uno de los sillones de un bar cerrado me agarré la frente y se empapó mi mano: el sábado antes de irnos tú me dijiste que estabas en el día dieciocho de tu ciclo, que siempre eras regular, que no me preocupara. No quisiste tomar ninguna pastilla porque dijiste que era una bomba de hormonas que podía caerte muy mal. Cuando te insistí un poco me contestaste que no te pusiera nerviosa, que todo iba a estar bien y que lo dejara en tus manos.

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