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Rómulo histórico, de Germán Carrera Damas (Parte II)

 

Rómulo histórico de Germán Carrera Damas (Parte I)


 “¿Rómulo Betancourt?, bueno, conocido en el mundo como un gran demócrata, fue un gran tirano, ¿ah?”

Hugo Chávez

“Los cambios de Betancourt quedaron en la superficie (…), mientras que los cambios que está haciendo Chávez son cambios muy profundos”

Antonio García Ponce

A fuerza de observar los cambios en el ejercicio del poder que se efectúan desde principios hasta mediados del siglo XX, Germán Carrera Damas hace de una perogrullada (aunque no tanto, si se toma en cuenta el recelo que genera esa afirmación entre los mismos historiadores) una verdad a secas, sustentada y sostenible.

Asimismo, no resultan menos interesantes los contraargumentos con los cuales participa en el debate sobre a cuál presidente, después de la muerte de Juan Vicente Gómez, se le puede atribuir la novedad de instaurar en Venezuela un régimen verdaderamente democrático. Y es que no parece suficiente decir por qué Betancourt lleva a la nación hacia la democracia, pues este hecho se ha visto en otras figuras presidenciales anteriores a su mandato. Así, se ha dicho que con Eleazar López Contreras se inicia una transición sincera hacia la democracia debido a las reformas que inicia con el “Programa de febrero”, o que bajo el período de Isaías Medina Angarita esta aspiración logra materializarse, pues hubo libertad de prensa, no se persiguió a la oposición política y se legalizaron algunos partidos (como el Partido Comunista de Venezuela y Acción Democrática) otrora prohibidos en virtud del inciso sexto del artículo 32 de la Constitución de 1936.

Para Carrera Damas estas interpretaciones no están adecuadas a la situación histórica precisa que obligó a aquellos gobernantes a tomar esa serie de medidas de aparente voluntad progresista. Desde su visión, la coyuntura de la Segunda Guerra Mundial obligó al resto de los países que de una u otra forma apoyaron al grupo del eje a adoptar medidas políticas flexibles con sus ciudadanos como una forma de contrarrestar la posible influencia del nazifascismo en el hemisferio. Igualmente, estas reformas en ningún momento comprometían la estabilidad del ejercicio del poder que detentaba la república liberal autocrática, con lo cual en la práctica se hacía imposible una transición a la democracia. Por último, se encuentra el hecho de que quienes defienden a los generales López Contreras y Medina Angarita por respetar la libertad de sus ciudadanos confunden ese concepto con el de “derecho ciudadano”. Este es necesario en democracia (más aún: propio de ella), que es ante todo un régimen político (y según su perspectiva, sociopolítico), mientras que por el contrario la libertad es ante todo un derecho humano, tiene una particularidad universal y una manifestación en el derecho natural. La conclusión salta a la vista: mantener la libertad humana no implica necesariamente la presencia de democracia en una sociedad, que instala ante todo los derechos ciudadanos. Este deslinde resulta definitivo para desligar a los representantes de la república liberal autocrática del mérito de ser los pioneros en establecer las bases del régimen democrático en Venezuela. No será sino hasta que Rómulo Betancourt, con una serie de hombres a su lado, realice con la Revolución de Octubre un cambio radical al darle (devolverle, diría el autor) al pueblo sus plenos derechos políticos.

A pesar de la rigurosidad con la cual se ha elaborado el texto, hay un aspecto que, si bien es asumido con toda conciencia por el autor, desfavorece en cierto sentido su solidez: nos referimos a la ausencia de un aparato crítico a través del cual se pudieran profundizar algunas ideas que, por la naturaleza del discurso desarrollado, no podían explayarse más de lo debido sin incurrir en el bochorno de la divagación. Si bien es cierto que dicha impresión forma parte de una estrategia editorial que pretende aligerar la lectura de un texto inicial que, luego de haber sido sometido a la crítica por unos cuantos colaboradores del historiador, se perfecciona en un formato digital de un poco más de un millar de páginas disponible al público interesado (edición final –“borrador” según Carrera Damas, con lo cual afirma la naturaleza circunstancial de su análisis– donde, por cierto, sí se emplea el aparataje académico reglamentario), no menos los es que toda producción textual es autónoma, y que por ende sus elementos constitutivos deben estar pensados en que, para decirlo de manera llana, el libro “pueda defenderse solo” sin necesidad de auxilios exteriores.

Esto hace que no pocas veces nos topemos con algunas ideas sentadas o ciertos juicios tácitos que, aunque dentro de la dialéctica histórica que se despliega es elocuente y hasta podría decirse que cierta, la verdad es que suelen ser temas donde predominan más los matices que los contrastes. Sirva como ejemplo la valoración que se hace de la actuación militar durante el proceso formativo republicano liberal democrático, en donde lo predominante (por no decir lo único) es su incapacidad para administrar con eficiencia los recursos de la nación y su notoria corrupción. En ningún momento el autor abre una discusión al respecto (ni siquiera en una breve nota al pie) con lo cual da por sentado una interpretación a la cual seguramente no le faltan argumentos, pero que puesto de esa manera deja espacio para el ingreso de una serie no menos voluminosa de testimonios y de libros que demuestren cómo muchas de esas acusaciones fueron falsas o exageradas, además nimias en comparación con las fallas que la democracia tuvo después de haber sido arraigada en el sistema social venezolano.

Esto se enlaza con otro aspecto desarrollado en el libro. Más allá de la disertación sobre el proceso de refinamiento ideológico que tuvo Betancourt (quien, a grandes trazos, pasa del comunismo a la invención de la democracia a la venezolana gracias a su afán por materializar su deseo de instalar la libertad en el país) y la consecuencia evidente que esto tiene en la configuración de la república liberal democrática, el historiador erige una defensa del pasado “cuartorrepublicano” y contradice con seriedad aquellas opiniones enunciadas (la mayoría de ellas infundadas y anecdóticas) por políticos, periodistas o profesores universitarios defensores del Gobierno actual, las cuales han representado al período como un momento oscuro, reaccionario e incluso abiertamente tiránico. Se trata de un trabajo enriquecedor y estimulante que enlaza la antigüedad con la actualidad, convirtiendo a los lectores contemporáneos en participantes activos de eventos vistos por lo general como inconexos con su vida, a la vez que hace del acto de historiar un oficio militante, uno que (a diferencia de lo que suele ocurrir con académicos ligados al poder) no es sinónimo de falsear ni manipular en pro de un ideal sino resguardar, esclarecer, interpretar y valorar los hechos del pasado en su contexto.

Una vez terminada la lectura de Rómulo histórico, el público puede tener la certeza de que ha adquirido insumos reveladores que le permitan conocer con coherencia su pasado y el valor que este tiene, uno para nada anquilosado sino vivo, dinámico y responsable en buena medida, para bien o para mal, de su presente.

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