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Roger Santivañez

Roger Santiváñez: Asumo una posición cóncava para recibir la poesía

Roger Santiváñez no escribe poesía, es poesía. Sus pensamientos se desmigajan en versos, su vida entera se declama en versos, la escritura poética es el espacio en el cual vierte alegrías, emociones, preocupaciones sociales, empeño político. Lejos de quedar inmerso en una meditación desligada de la realidad, Santiváñez se sumerge en ella y los versos a veces irónicos y amargos, otras juguetones e íntimos, son el arma que utiliza para enfrentar la cotidianidad.

Nacido en Piura, Perú, en el seno de una familia de profesionales estudió en un colegio Jesuita y luego en la Universidad de Piura donde cursó Ciencia de la Información. Pero la poesía estaba dentro de él y sus primeros versos brotaron en la adolescencia, edad “pliegue” -como bien la describe otra poeta, Luisa Etxenike– en la cual infancia y adultez se cruzan y pelean sus espacios dejando tras de sí estelas de anhelos y malestares.   

Era una escritura poética íntima y silenciosa que lo acompañaba año tras año con la fidelidad de los amores infinitos. Santiváñez la mostró por primera vez a un poeta de su misma ciudad, Marco Martos, un Maestro que admiraba y quien había regresado a Piura para asistir al funeral de su padre, un profesor muy conocido y respetado. Martos tuvo la paciencia de leer sus versos y luego la clarividencia de descubrir, en esas primeras líneas, la base del poeta que llegaría a ser.

– La conversación que tuve con Marco Martos, poeta limeño de la generación de los ’60, definió mi vida. Él reafirmó mi vocación por la poesía. Transcurrimos un día leyendo juntos mis poemas. Me corregía, aconsejaba, me dio unas guías para mejorarlos. Al terminar me dijo que tenía que ir a Lima y estudiar Literatura. En ese momento él era profesor en la Universidad San Marco y allí me recibió al año siguiente, cuando decidí seguir su consejo. Dirigía un taller de poesía en el cual me inscribí y podría decirse que allí empezó mi vida en la poesía.

Antes de mudarse a Lima, Santiváñez publicó una pequeña selección con los poemas que más le habían gustado a Martos y ganó el Premio de Poesía en su universidad. Fue el primero de muchos otros libros, entre ellos: Antes de la muerte (1979), Homenaje para iniciados (1984), El chico que se declaraba con la mirada (1988), Symbol (1991), Cor cordium (1995), Santa María (2002), Eucaristía (2004), Dolores Morales de Santiváñez (Selección de poesía 1975 – 2005) y Amastris (2007). El año pasado en la Feria Internacional del Libro de Lima, presentó el libro “Sagrado. Poesía reunida 2004-2016 (Peisa).

Paralelamente ejerció su profesión de periodista trabajando en diarios, revistas, emisoras de radio. Fueron años difíciles los que le tocó vivir a la generación de Santiváñez, la generación de los ’80, y si el periodismo le dio un instrumento para sumergirse en la realidad y conocerla desde adentro, la poesía le ofreció un arma de lucha.

– Me uní a varios grupos que fomentaban la agitación poética, entre ellos La Sagrada Familia, Hora Cero y finalmente, junto con Mariela Dreyfus, fundamos en el ’82 el movimiento Kloaka. Nuestra generación estuvo marcada por la violencia. En los ’80 Sendero Luminoso empezó su acción armada, había atentados casi todos los días, apagones y al mismo tiempo el país salía de una dictadura militar de muchos años para entrar en democracia con el Presidente Belaunde Terry. Él adoptó un modelo neoliberal que provocó una crisis profunda que extendió la pobreza en la mayoría de la población. Por otro lado apareció el narcotráfico como fenómeno social y económico que copaba todas las esferas del poder. Era lo que Mariela y yo definimos una situación Kloaka, un país que vivía una bancarrota moral, una sociedad en estado de putrefacción. Como respuesta a toda esta realidad tan dramática que nos tocaba vivir y en la cual estábamos inmersos, hicimos lo que queríamos hacer, escribir poesía, una poesía que testimoniaba el caos que nos rodeaba.

 

Fue como asumir una responsabilidad social…

– Pensábamos que la poesía debía ser una especie de conciencia vigilante de lo que estaba pasando en la realidad y que tenía que meter el dedo en la llaga para que las cosas salieran a flote, se hicieran visibles y pudieran cambiar. Nosotros participábamos de la utopía de una sociedad distinta, la utopía del socialismo que venía de la época del Che, ícono que admirábamos.

El panorama peruano empeoró más todavía con la llegada al poder de Fujimori. La represión, el acoso a la prensa, un gobierno que copaba todos los espacios, obligó Santiváñez a dejar su trabajo de periodista y a salir del país. Postuló a una beca para estudiar un Master y luego el PhD en la Temple University de Filadelfia. Otro momento “pliegue” otro comenzar de nuevo. En ese camino conoció al amor, una muchacha norteamericana, y nunca más volvió a vivir en su Perú natal.

 

La poesía es algo íntimo, algo que surge de lo más profundo de nuestra alma, y el lenguaje tiene fundamental importancia. ¿Cómo logras armonizar la poesía que escribes en español con una vida íntima, amorosa, que vives en inglés?

La respuesta de Santiváñez llega después de un largo de silencio, una reflexión que lo aleja y sumerge en su interior.

El mundo aquí es en inglés, se desarrolla en inglés pero la expresión de lo más profundo de uno sale en español. Mi poesía es necesariamente en español, creo que es casi por una nostalgia de tu propia lengua, esa lengua materna que representa también una especie de refugio. Tengo unos pequeños ensayos de poemas en inglés pero son solamente eso, ensayos, porque mi expresión más íntima, poética es en español.

 

La poesía es palabra, silencio, imagen, sonido. ¿Cómo es tu proceso creativo?

Mi disciplina vital es una lucha para permanecer en lo que yo llamo un estado de poesía. Es una disciplina que busco cotidianamente porque trato de escribir todos los días al menos un par de versos. Me coloco en un estado de disponibilidad, en una posición cóncava para recibir la poesía que me llega por secuencias sonoras, secuencias fonéticas, sonidos. Me dispongo a recibir y es como si escuchara en mi cabeza el sonido de un verso a través del cual empiezo a enhebrar otros sonidos relacionados y así se va construyendo el poema. El tema llega después. Surge de la asociación fonética, lo pesco de un recuerdo del pasado o de un momento más cercano, de la observación de un objeto.

 

¿Poetas preferidos?

Mi poeta preferido, desde hace muchísimos años es Ezra Pound. Lo comencé a leer desde jovencito. Me ha enseñado y me sigue enseñando muchísimo. Lo releo a cada rato y cada vez aprendo algo más sobre el fraseo, la prosodia, la cadencia con la imagen. También me fascina la poesía de José Lezama Lima. Me gusta meterme en sus poemas, darles miles de vueltas, saborear el trabajo que realiza con el lenguaje y dejarme alimentar por sus versos.

 

Tu que eres un docente y por lo tanto tienes mucho contacto con las nuevas generaciones, ¿crees que los jóvenes, aún hoy, siguen amando la poesía?

Mi experiencia es compleja. Me debato entre dos extremos, a veces encuentro a jóvenes muy interesados en la poesía, atraídos por su misterio y su fuerza; otras veces con estudiantes que la consideran algo arcaico y privo de cualquier atractivo.

 

¿Cuándo vuelves a Perú sientes que ese contacto con tu tierra de origen renueva tu energía de escritor o más bien agudiza la nostalgia?

Voy a Perú todos los años, antes que nada para empaparme de la lengua, para recuperar esas partes de lenguaje que en la lejanía se van disolviendo. Regreso con una nueva vitalidad porque la lengua te alimenta y refresca. No hablaría de nostalgia, para mi el tema es el lenguaje. En este momento suelo escribir a la orilla de un río que está cerca de mi casa. Me inspiran el río, el paso del agua, las nubes, los pájaros, pero todo está atravesado por un lenguaje peruano que yo mantengo como bagaje interior y que se renueva cada vez que vuelvo. Aunque, quizás, a veces se filtran unos chispazos de nostalgia.

 

¿Has sentido alguna vez el deseo de expresarte en prosa?

Sí, recientemente he comenzado a sentir de nuevo esa necesidad. En pasado ya escribí una novela corta y también unos relatos. Ahora, desde hace aproximadamente un mes he empezado a escribir una novela. Y… hablando de nostalgia, confieso que el comienzo está ambientado en un balneario de mi adolescencia.

 

Con el voyerismo que nos caracteriza a muchos lectores frente a una obra que comienza a desvelarse, absorbemos las primeras páginas de esa novela. No sabemos cuál será su título ni los caminos que transitarán sus personajes, pero comienza así:

RECUERDO el verano de 1972 como uno de los momentos más hermosos de mi vida. Mi hermano mayor  tenia una casa en el balneario de San Pedro a 45 minutos de la ciudad de Piura y me llevaba -en cualquier instante- a pasar unos días en la playa. San Pedro consistía de unas pocas viviendas -8 exactamente- frente a la pequeña isla que conformaba un estero -semejando una piscina- donde disfrutábamos horas enteras del mar, el quemante sol y todo aquello que parecía ser la felicidad para ese adolescente quinceañero que era yo en aquel verano. Muchas veces iba con mi mamá, quien adoraba el océano y lo conocía muy bien habiendo crecido frente al mar en el Callao.  Matilde – esposa de Aníbal, mi hermano- todos los días después del desayuno preparaba la excursión al borde del mar. De modo que -a unos pasos de la orilla- tendíamos nuestras toallas y nos disponíamos a jugar toda la mañana junto a Claudia, Aníbal y Roberto, sus 3 menores hijos.

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