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Guadalupe Loaeza

Rita y Carlos

Rita Macedo nunca dejó de ser una bellísima “yegua fina», como ex alumna del Colegio Francés, aunque un poco «pecadora» pero, sobre todo, romántica. Gracias al amor entre María de la Concepción Macedo Guzmán y Carlos Fuentes Macías, descubrimos a su hija Cecilia, autora de uno de los «best sellers» del 2020, Mujer en papel, diseñado y publicado por Deborah Holtz. Las memorias inconclusas de la actriz mexicana con 68 películas y 23 telenovelas. Sin el amor de Cecilia por su madre, jamás se hubiera escrito este libro tan auténtico y entrañable; su dedicatoria lo dice todo: “Ma, aquí va.., Te lo debía… Te lo mereces… Y que pase lo que pase”. Más de diez años tardó Cecilia, en terminar el libro, poner a los descendientes de Rita de acuerdo fue un reto más que difícil. (Luis de Lllano, Julissa de Llano). Todos opinaban qué quitar y qué poner acerca de la vida de Rita Macedo.

Con el alma en un hilo, leemos en la página 353 cómo murió la actriz a los 68 años: «…tomó una pistola, que no sé bien de dónde sacó, se dirigió a su automóvil estacionado fuera de la casa, y se disparó. Un primer tiro no fue suficiente. Tuvo que encontrar fuerzas no sé de dónde, para apretar el gatillo de nuevo. Esta vez, logró su cometido». En realidad, Cecilia nunca supo cuál fue el verdadero motivo; la carta que estaba escribiendo seguramente, dentro de su desesperación, su hija la rompió en cachitos: «La busqué unos días después, pero ya no la encontré por ninguna parte. Con esa carta destruida se perdió para siempre la verdadera razón por la que nos dejó». En la entrevista que le hiciera a la autora, me confesó que con su muerte tan súbita, Cecilia sintió que su madre la había traicionado, engañado, pero sobre todo, la había abandonado en medio de un proyecto que habían empezado las dos. «Yo le pasaba sus notas a máquina, se las imprimía y se las releía, ambas muertas de la risa. Estaba feliz de verla contenta. Nos divertíamos mucho. Con su muerte sentí furia porque me había mentido». A pesar de su gran vacío y tristeza: «Papá nunca llamó para preguntar qué le había sucedido a mamá o cómo me sentía yo». En la página 365, escribe: «Pienso que papá se portó muy cabrón con mamá. Pero también ella…, ¿por qué se lo permitió? Sigo dándome de cocos por no haber leído a tiempo esas cartas (cerca de 200) que ahora me llenan de ternura. Él insistía e insistía en que mamá y yo nos quedáramos a su lado…».

Una mañana amaneció Rita más enamorada que nunca y le dijo a Fuentes: «¿Por qué no nos casamos?». Él, sonriendo, le contestó, muy quitado de la pena: «Por mí, encantado. Pero arregla tú las cosas».. Y así fue, don Próspero Olivares Sosa los convirtió en marido y mujer. Sus testigos fueron Ángel y Ernesto Alonso. Curiosamente no hubo testigos por parte de Carlos Fuentes. De la fotografía de la boda que aparece en el libro opina Rita: «…yo miro a la cámara con feliz asombro. Él mira hacia otro lado, como si pareciera decir: yo no tengo nada que ver con estos». Un año después, en 1958, Rita se enteró de que el comité de Cannes quería exhibir su película: Nazarín, dirigida por Luis Buñuel, inspirada en la novela de Pérez Galdós.

Cuando Rita conoció a Carlos Fuentes, supo de inmediato que había encontrado al hombre de sus sueños. «Todo el día soñé con el momento en que volvería a ver su figura altísima, su rostro varonil como cortado con hachazos, su sonrisa esplendorosa, ¡y esas manos! Esas manos inigualablemente bellas». Al principio, con absoluta pasión, nada más se veían dos veces por semana. En esa época, Fuentes estaba muy ocupado terminando su novela: La región más transparente. Comenzaron a apodarse «Gnomos», al tiempo que se juraban adoración eterna. «Él me llamaba Gú, Gusa, Gusita, y yo lo apodaba Grú (porque era muy gruñón)». El 7 de agosto de 1962, felizmente llegó al mundo, Cecilia. Entonces, la vida de Rita consistía esencialmente en estar pendiente de la de Carlos, en todo le daba gusto. Siendo una mujer tan fuerte y rebelde, su sumisión era incomprensible. .Y llegó lo inevitable, comenzaron a aparecer las «princesas», como las bautizó Fuentes, es decir las chicas con las que empezó a salir, siempre con el consentimiento de Rita. «Cuando la de turno era dejada a un lado, yo me decía a mí misma: ‘Su verdadera mujer soy yo'». Entre «princesas y princesas», su relación se fue deteriorando de más en más. Carlos se enamoró de la actriz estadounidense Jean Seberg; en esa época el autor de Aura, desapareció a lo largo de muchos, muchos días: mala señal para Rita.  «Esta princesa es legendaria», le dijo orgulloso a su esposa, cuando finalmente regresó a su casa. Furiosa, Rita le contestó, algo que sabía que le dolería hasta el alma debido al enorme éxito mundial de una obra memorable: “Cien años de soledad”. Viéndolo derechito a los ojos le exclamó: “Eres un ser inhumano. No tienes alma. García Márquez es mejor escritor que tú, porque él sí tiene sentimientos».

A lo largo de 15 años, Rita esperó a que Carlos la tratara con respeto. Fue inútil. Una vez que Cecilia quedó bajo la patria potestad de Rita, procedió el divorcio. Romántica como era Rita, tal vez en la última persona en quien pensó antes de morir, fue en las cartas que una vez le escribiera, “el hombre de sus sueños», las cuales, irremediablemente, el desamor, desvaneció por completo.

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