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Río Nazas 24

He allí una dirección muy emblemática para mí, el nombre de una calle que está tatuada en mi corazón por un millón de razones: allí viví mi infancia, adolescencia y la primera parte de mi adultez. En la casa de Nazas 24 se celebraban las cenas familiares de Navidad y Año Nuevo, se sentían los temblores muy fuerte en especial el de 1957, se casaron mis hermanas mayores, se escuchaban las canciones de Charles Trenet; mientras las escuchaba soñaba con París y casarme con un francés. A pesar de haber vivido muchos años en Río Nazas, ignoraba que el río, ya muy seco por cierto, se encuentra en Torreón y que el nombre viene de las pequeñas cestas llamadas «nasas» con las que pescaban los irritilas en la región. Ahora, cuando me acuerde de Río Nazas, mi imaginación volará hasta Coahuila, un estado en donde pasan muchas cosas buenas a pesar de que aún sigue padeciendo la violencia.

Empecemos a hablar de Torreón, en donde me topé con una temperatura particularmente cálida. He de decir que así fue el recibimiento por parte de Ruth Ysais (coordinadora de Cultura) y Arturo García. Mientras desayunábamos unas deliciosas campechanas de Parras, me comentaban la reciente visita a su estado de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien había declarado que en el viaje del presidente de la República a Piedras Negras, había puesto de ejemplo, frente a los otros gobernadores de estados fronterizos, la estabilidad y el crecimiento económico, pidiéndoles que repitieran la fórmula estatal del gobernador Miguel Riquelme. En seguida me platicaron que Torreón era el principal productor de plata refinada en el mundo a través de Peñoles. Me contaron que los diseñadores laguneros Marcela Riquelme y Eduardo Benítez habían ganado varios premios internacionales. Para la cuarta campechana, ya me había enterado de la exportación de producción regional como de la carne, la leche Lala con todos los lácteos, el algodón, los melones y las sandías. Al percatarse mis dos anfitriones que ignoraba todo sobre Coahuila, seguían platicándome con mucho entusiasmo: «Es el estado del norte que cuenta con más pueblos mágicos. Tenemos siete: Parras, con sus vinos; Viesca, por su desierto; Cuatro Ciénegas, por su ecosistema y pozas de agua con especies endémicas; Guerrero y Múzquiz, por sus mascogos y kikapúes; Arteaga y Candela». Mi curiosidad aumentaba por seguir descubriendo aspectos interesantes de un estado el cual nos resulta a los chilangos, muy lejano. «Ha habido cinco presidentes de la República coahuilenses: Melchor Múzquiz de Arrieta, Francisco I. Madero González, Eulalio Gutiérrez Ortiz, Roque González Garza, Venustiano Carranza y… próximamente viene uno más en Coahuila tenemos con qué…», agregó con sus enormes ojos, mi querido Arturo.

Después de desayunar le mandé un recadito a Enrique con un refrán y una fotografía del río, para compartir mi nostalgia por Río Nazas: «El que beba agua del Nazas, se queda». Por la tarde, fuimos al maravilloso Museo de Arocena (300 obras de arte virreinal, europeo y mexicano), en donde di una plática a una buena centena de «niñas bien» de Torreón: todas muy enteradas, informadas y en búsqueda de un verdadero cambio para su país.

Al otro día, con Ruth y Arturo fuimos a Parras. Vi muchos viñedos, todos verdes y frondosos. No sabía que la Casa Madero es la vinícola más antigua de América; existe desde 1574, gracias a los manantiales de agua y a una gran profusión de vides silvestres. En 1893, don Evaristo Madero, abuelo del ex presidente Francisco I. Madero, compró la empresa en París. Su sede es visitada por miles de turistas, quienes se llevan hasta tres botellas por familia. El año pasado en el Challenge International du Vin, de Francia, se le hizo un reconocimiento muy especial a la calidad de sus vinos.

Desafortunadamente ya no visitamos el museo. Teníamos que estar antes de las 4:00 p.m. en Saltillo. Este año, la edición 22 de la Feria Internacional del Libro de Coahuila (con más de 200 mil visitantes), estaba dedicada a Japón. Dejé Coahuila, enamorada de ese estado lleno de riquezas históricas, gastronómicas y culturales. En el viaje de regreso, gracias a Sofía García Camil, la dinámica secretaria de Cultura, me vine leyendo al poeta preferido de mi padre, el coahuilense Manuel Acuña, quien se suicidara por amor a los 24 años. Con un nudo en la garganta leía: «¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón…».

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