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Río crecido

La “Toma de Venezuela” fue un éxito. Los escépticos, que eran muchos, no daban crédito a sus ojos. En Caracas, la autopista se convirtió en una apoteosis de gente. Mientras bajábamos por la Avenida Luis Roche de Altamira siguiendo la desembocadura de su cauce se iba engrosando el rumor de la multitud hasta llegar a una imagen jubilosa: cientos de miles de personas tapizaban el asfalto de la ciudad. La imagen no dejaba de crecer. La muchedumbre se fue haciendo cada vez más compacta. La instrucción era concentrarnos a la altura de la Carlota. Pero después nadie más sabía qué iba a pasar. No se sabía quién hablaría ni en qué orden. Todo el mundo estaba expectante mientras las consignas contra el régimen de Maduro surgían espontáneamente. En la atmósfera había un aire a momento histórico, a día crucial. La señal de los celulares colapsaba y no sabíamos muy bien qué estaba pasando en el resto del país. Los líderes de la oposición fueron llegando por distintas vías hasta la plataforma de un camión que les serviría de tarima. Las condiciones técnicas parecían precarias. El sonido no lograba abarcar a la multitud y se temía que ese simple pero decisivo detalle empañara el trascendental momento. Los primeros voceros políticos cumplían, a duras penas, su papel de calentar el ambiente. Se esperaba la vocería principal. La gente quería oír a los que han asumido el rol protagónico en el manejo del país opositor. La expectativa crecía. ¿Cuáles serían sus palabras? Chúo Torrealba fue la primera voz importante. Apenas comenzó a hablar de la agenda para los próximos días (juicio político a Maduro, huelga general el viernes 28, etc) la gente entendió que no, que ese miércoles 26 de octubre no sería la marcha a Miraflores. Hubo un rugido general de decepción. Comenzaron las arengas de rechazo: “¡Hoy es el día!”, “¡Pura Paja!”, “¡Pa´Miraflores!”, “¡Si no pasa nada se acaba la Unidad!”. Fueron momentos de altísima tensión. Muchos manifestantes nos veíamos las caras entendiendo que estábamos dentro de un río crecido que pedía desbordarse hasta la propia sede del gobierno. Lo que allí se concluyera sería crucial para la historia inmediata del país. El mal sonido no contribuía a poner orden en los ánimos. Dentro de la multitud había una dinámica propia, un contrapunteo: los que insistían en ir a Miraflores y los que pedían que se callaran para poder escuchar los discursos. Cuando Ramos Allup tomó el micrófono surgió un silencio inmediato, asombroso. Pero su línea era, sin duda, la ya acordada por todos los partidos políticos de la oposición. El veterano dirigente adeco, hoy en la cresta de su popularidad, pidió cabeza fría, insistió en hacer las cosas con coherencia. Algunos aplaudían, otros rechazaban. La gente no terminaba de estar convencida de lo que oía. Henrique Capriles tomó su turno y también generó un silencio absoluto. Sus palabras eran muy esperadas. Insistió en que ellos no jugaban al golpismo, ni habían convocado a la gente para hacer dibujo libre, que la marcha a Miraflores tenía que ser con todos los estados del país, no solo Caracas. Y le puso fecha y una condición. En síntesis: O el régimen nos devuelve el Revocatorio o el 3 de noviembre el gigantesco país opositor irá a Miraflores. La gente seguía lidiando con sus ganas de resolverlo todo de una buena vez ese mismo miércoles o la sensatez de obedecer a los líderes de la oposición. Triunfó la agenda. Sin duda, Ramos Allup y Capriles lograron que no se descarrilaran los ánimos, a pesar de no pocas manifestaciones de rechazo. Todos volvimos a nuestras casas con nuevos objetivos en la agenda de lucha. Objetivos inmediatos, cercanísimos, democráticos y pacíficos.

Mientras tanto, en el resto del país también había triunfado la “Toma de Venezuela” pero con una feroz posdata de represión y sangre. El propio Capriles dio el balance en horas tempranas de la noche: ¡120 heridos en todo el país! El Foro Penal ofreció cifras preliminares de 208 detenidos. Colectivos y autoridades desataron su furia represora en 13 ciudades del país. Los videos que registran la violencia del régimen comenzaron a circular por todas partes. Quizás el más bochornoso fue el protagonizado por la policía de Tarek El Aissami donde una decena de uniformados golpea y patea salvajemente a una mujer embarazada de dos meses que yace en el suelo, inerte y desesperada. Todos esperamos que el Nuncio enviado por el Papa vea con detenimiento cada uno de los videos que evidencian la manera de dialogar de la dictadura.

En todo caso, algo quedo muy claro este miércoles 26 de octubre. A este río crecido de democracia no lo para nadie. Los días del régimen de Nicolás Maduro parecen estar contados.


Este artículo fue publicado originalmente en la Caraota Digital

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