Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Rimbaud y el teatro: Una prueba

Es necesario ser absolutamente moderno”.

A. Rimbaud

¿Podría un hombre continuar viviendo en el escándalo, inclusive y sobre todo cuando este ya no lo escandaliza? ¿Podría un hombre vivir mintiéndole a su ideal, para caer precipitado en la peor forma del idealismo, ser escéptico o cínico? ¿Podría un hombre existir en medio de la ruina de sus máscaras y en la perturbadora presencia del odio y el extermino de su palabra, de su voz? ¿Podría un ser humano, soportar vivir como un miserable en la más obscena hipocresía? ¿Podría vivir asentado en una banalidad intelectual, que constituiría para él, nada más que pensar y hablar? ¿O por el contrario, él podría todavía realizar una tentativa de oposición, de crítica y de reclamo? ¿Querrá todavía tener fuerza para levantarse contra esa opresión de sí mismo?

Nada podría resultar más absurdo y por que no, más extraño en un principio, y después más libertario e irreverente, inmediatamente después, que intentar llevar al teatro “Una Temporada en el Infierno” de Arthur Rimbaud, quien, como poeta, nos recuerda aquello del cual es preciso, indispensable y necesario tener pleno sentido: la muerte de la vida. Por eso mismo dice: “Nada de impulsos violentos hacia la salvación” o “Yo, soy otro”. Eso es ponerse de una vez en el teatro. En eso que llamaba “!Farsa continua¡ Mi inocencia me haría llorar. La vida es una farsa que todos debemos representar”. Teatro rimbaudiano, sin que sea necesario hacer teoría teatral, para saber que se hace o se hizo teatro. Teatro de la intuición e intuición del teatro, de la vida, al igual que de la muerte. La muerte también hace teatro, puesto que ella es la que está en la vida. Hasta ahora habíamos creído, que la vida es esto que hacemos ahora, pero lo que hacemos ahora es realizar la muerte. Porque como lo dice Bonnefoy “Esta aridez de la muerte lo constriñe a su dura vida. La imposibilidad de la salvación, la contradicción misma de sus aspiraciones religiosas hacen de esta vida un lugar absurdo, un teatro donde todo no es más que desalentador o risible (…) (1)

Intuición maravillosa y misteriosa de lo teatral en Rimbaud, que está llena de la insolencia, de la irreverencia y del insulto que son necesarios, para enfrentar la vida. Como también del sueño, del ideal y de la revelación de los sentidos como los medios más poderosos para intervenir la realidad. Y esa realidad es un teatro, pero también el teatro es la ciudad, esa “Otra Escena” para decirlo con Octave Mannoni. (2). Por eso mismo lo que ha hecho la “Oficina Central de los sueños”, es resultado de haber podido, por medio de la técnica poética y de la intuición teatral, revelarse a Rimbaud, a Verlaine, a su madre, a su Hermana, en el teatro. Y sobre todo, en la voz teatral, que relata la “vida”, pero más que eso, la experiencia interior de Rimbaud. Y por allí, secreta, ocultamente se revela al mismo tiempo la ciudad. La ciudad como teatro. Ya no Rimbaud como poeta, sino como un hombre que media, que interviene la ciudad, que la hace, que potencia su poder simbólico. Temporada en la ciudad, es también una “temporada en el infierno” y eso es lo que nos hacen percibir como espectadores. “(…) Y es la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades”. “(…) La ciudad enorme manchada de fuego y de lodo”. (…) En las ciudades el fango me parecía de pronto rojo y negro como un espejo cuando la lámpara se mueve en la habitación vecina, ¡como un tesoro en un bosque!”. O aquella fascinante premonición, profecía sobre sí mismo, en la que ya se había decidido irrevocablemente su destino: “Esto en la playa armoricana. Que las ciudades se iluminen al atardecer. Mi jornada esta cumplida; me voy de Europa (…). Y más todavía, para nuestro propio escándalo: “(…) Volveré con los brazos y piernas de hierro, la piel oscura, la mirada furibunda: debido a mi máscara, me supondrán de buena raza. Tendré oro, seré ocioso y brutal (…). He aquí la verdadera crítica de la razón, el verdadero discurso del método. De esta forma, la ciudad para Rimbaud es un teatro, él mismo, más todo aquello que lo rodea, que lo incita, que lo irrita. Y en nuestro teatro, en esta representación lo han logrado. Quienes están allí, realizando la prueba densa de la proyección de él, el texto de Rimbaud, son poseídos por ello. Textos que alcanzan su forma en la voz de otros. En el momento en el cual queremos como espectadores, participar en ella, en la voz teatral que nos trae el texto de Rimbaud, quedamos dominados, sumidos, permaneciendo en el silencio más cruel, brutal y escandaloso. Porque sobre “Una Temporada en el Infierno”   lo que aparece más visible, más evidente es un impenetrable espacio. Es el espacio de la palabra que aún dicha, queda dominada, hechizada, pulverizada por el deseo de hacer, de hacernos silencio. Y toda esta representación tiende hacia el silencio. Mientras miramos y escuchamos temblamos en silencio. Hacer teatro en este sentido, es probarnos que el teatro continúa siendo una aventura, una experiencia que busca destruir, derribar el “Ídolo”. Hasta que no ocurra ese momento, no podrá hacerse teatro con un texto de Rimbaud, como aquí queda hecho. Queremos decir, con sus problemas, sus irrealización, su inacabamiento. No obstante, eso es lo que de una u otra forma hacemos todos aquí, porque “La vida, está en otra parte”, como decía Rimbaud.

Hey you,
¿nos brindas un café?